Categoría: Naturaleza

Escuchar los ríos, prestar atención al sol, observar brotes obstinados, recibir de frente el viento y la lluvia se ven cada vez más como lujos y utopías. ¿Es la humanidad y su creación una antagonista por definición de lo natural? ¿Hay posibilidad de conciliación? ¿Cómo convivir de forma respetuosa retirando la palabra dominación del esquema?

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Pie de varón sobre la playa – Poema de Gabriel Reyes

Iban las plantas de tus pies tan cenicientas
eludiendo cangrejos corcholatas ciertas rocas
cuando las olas del mar hadas madrinas
confeccionaron para ti
haciendo hocus pocus con la espuma
dos zapatillas de cristal salino
sonaban como agitar caracolas en las manos
tan presto en cuanto ya mujer te aventuraste
a sondear los castillos en la arena
buscando el musculado roce de pulso lapislázuli
hasta que dieran las doce:
mediodía.

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Itinerario de la Infancia – Poemas de Mario Benavides

Si no la infancia,
¿qué había entonces allí
que no hay ahora?

Saint-John Perse

Saúl

El camino es un hermano
sediento de sueños.
Por la dura cuesta
desciende el sol,
la verde lozanía.
Despacio avanzas
y tus ojos se empapan
hasta el hartazgo
en el asombro de la luz.
Paso a paso
el mundo
se asoma en la senda,
paso a paso
la senda se convierte
en el inquieto hermano
de tus mejores recuerdos.
Ahora vas,
ahora vienes
y celebran
tu paso
el rocío,
los guardianes del bosque,
los ángeles matutinos
guarecidos bajo la sombra,
hasta que una suave voz de mujer
desde la casa
te llama clamorosa.
Debes volver.
¡Justo ahora
que al fin
el sol abrevaba
en tu regazo
y vacilaba
el valle entero
entre tus brazos!

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ConViviendo en casa – Fotografías de Niñas Ríos

¿Cómo coexistimos con lo natural? No existe una sola contestación y las respuestas pueden abordarse a partir de diferentes criterios: familiares, sociales, emocionales e incluso económicos. Aproximarse a estos cuestionamientos e ideas permite replantearnos nuestra relación con ello desde ámbitos «lejanos» a la naturaleza. No obstante, las falsas dicotomías entre lo natural y lo urbano, principios de este distanciamiento entre lo humano y lo natural, se desdibujan constantemente por matices sutiles, a veces ingeniosos, a causa de la presencia de múltiples ramas, flores, hojas o… camas hechas con pasto.

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¿La tierra estaría mejor sin humanos? – Ensayo de Juan Manuel Labarthe

La pandemia comenzó a extenderse a nivel global por ahí de marzo y abril del año pasado. Fue entonces cuando muchas ciudades comenzaron a implementar estrictos toques de queda para evitar que la población saliera y aumentaran los contagios. En la sección internacional de los portales de noticias frecuentemente aparecían fotografías que capturaban a las grandes urbes vacías, completamente libres de presencia humana. Las imágenes eran anómalas, pero no extraordinarias. Podrían corresponder también a un domingo muy temprano por la mañana o a un día festivo. Las fotografías verdaderamente inusuales fueron aquellas donde la cámara —testigo curioso y alerta— capturaba, rompiendo el vacío, la presencia de animales salvajes que, ante la ausencia de humanos, asomaban su esplendorosa piel, pelaje o plumaje por las calles, plazas y edificios de los centros metropolitanos. Queda grabada en mi memoria la imagen de un delfín nadando en las aguas cristalinas de los canales de Venecia; la de una familia de jabalíes cruzando la calle sin peatones ni autos en Haifa, Israel, que me recordó la portada del disco Abbey Road de Los Beatles; y la de un puma que merodea gozoso y libre por las calles de Santiago, ciudad que apenas unos meses antes había sido escenario de violentos enfrentamientos entre manifestantes —la mayoría jóvenes— y las fuerzas del orden público. Estos retratos de animales salvajes tomando tímidamente las ciudades quizá eran una de las poquísimas fuentes de optimismo, en medio de un mundo que de la noche a la mañana se había vuelto de cabeza, del desconcierto ante el arribo de una epidemia que había surgido de la nada para dominar el planeta y que traía consigo enormes pérdidas económicas y de vidas. Esta situación inédita —si no por su naturaleza, sí por la enorme escala de impacto— nos descubre que el terreno donde estamos parados no es tan sólido como creíamos y ha dibujado una enorme interrogante en nuestro futuro como especie.

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Sombra quiere un jardín – Fotografías de Guadalupe Minutti

El título de la serie alude al texto homónimo de Alejandra Pizarnik. En él está escrito que Sombra busca un lugar más o menos propicio para vivir: un lugar donde pueda cantar y llorar tranquilamente. Eso es lo que tienen en común estas fotografías y eso es lo que, con frecuencia, busco en los lugares igual que Sombra; cosas sencillas de las que no me aburro nunca: los atardeceres, el olor a tierra mojada, las noches tranquilas de absoluto silencio, el cielo azul y el aire fresco… Mucho de eso lo encontré aquí, donde vivo. A continuación, una cita escrita en el texto de Pizarnik:

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El jardín de la Tierra – Poema de María Isabel Galván Rocha

Roza mi rostro
el viento de febrero,
caminante de un tiempo
en la vereda de la vida,
he aprendido a oír
los murmullos del bosque,
y en secreto, a sus habitantes
al pájaro, corazón y alma
al ciervo, esquivo del traidor
y al zorro, tras otros secretos.
No es mío el jardín de la Tierra,
sólo nos ha sido prestado
para venerarlo, los custodios
de su inmensidad; así una flecha
dirige a la rosa de los vientos.
En un dialogo con su espejo,
dan los reflejos de paisajes
donde aire y agua convergen,
tempestades de grises efluvios
en las alturas, justo nace el Sol.
Flor de la campiña,
silvestre arcoíris en tapiz,
escucho su quietud
al mecer del viento,
espíritu atado a la tierra,
late con el pulso de la vida;
abejas y colibríes alrededor
tras su elixir llevan la semilla
del polen en un viaje indómito
al Sur, en el confín de su retrato.

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Sentidos y naturaleza – Ilustraciones de Marisol C. Guzmán

La naturaleza se vuelve hipnótica en la medida en que atendemos detenidamente a sus formas a través de los sentidos. Su capacidad de metamorfosis, sus esencias y texturas son capaces de transformar incluso nuestras percepciones; es decir, nos atraen hacia un nuevo significado de aquello percibido como natural. Escuchar, sentir, observar, tocar se vuelve, de esta manera, un acto de resignificación.