Concierto – Poemas de José Manuel González Martínez

Preludio

Donde el mar duerme,
la carne tañe su laúd
y arde como ave ciega
en busca de un roce
que consiga destruir el cielo.
               Allí,
en su desnudez,
el agua propaga
el himno de las Pléyades.

*

Cenzontle

1

Transido de dolor,
elevas la voz y, errante de la luna,
cantas entre las llamas.

Dime si tu melodía es suave sueño
o si mi existencia de rompientes frías
es un océano congelado
donde mueren los bardos ebrios.

¿Y qué se puede extrañar entre las sombras?
¿El placer femenino, fruta de la vida?
¿El corazón del hombre, fruta de la muerte?
Nada nutre o harta el hambre atemporal.
El pasado, presente o futuro
son perros que ladran nieve.
La luz y la tumba
son hijas gemelas de tu voz.

Cenzontle, revelas el secreto de la rosa:
un cuchillo clavado que sangra. 
Brota, pues, el río vespertino,
mas, ebrio por el resplandor inane
escribo de tus espinas
y la muerte de las olas entre mis dientes;
de la pena que entra por los poros de la tierra
y de los solsticios de tus plumas,
y escucho tu canción de cuarzo y marfil
que penetra en mis oídos.
Parece un salmo
que alaba la nostalgia por el Seol.

¡Canta, Cenzontle! Y arranca de mí:
los mapas, la belleza de la duda,
el lienzo donde arden
nuestros dioses,
el polen y el río,
los trenos de un siglo cargado de tormentas.

¡Canta! Háblame sobre la Muerte,                        
sobre cráneos fragantes de uva y flor de loto.
Desde nuestro nacimiento la hemos anidado
en un tácito zaguán donde nos vela
la furia del rayo.
Elí, Elí, ¿lama sabactani?

¡Muerte! ¡Narciso de todos los cuerpos
que en nuestra alma se goza y se descarna!
¿Hasta cuándo posarás tu mirada
sobre nuestras erráticas pupilas?

2

Mago atroz del alfabeto,
muéstranos las dulces playas
donde llegan a varar
los barcos definidos por las olas.
Allí me hundo en cientos de fragancias.
Porque vi mi corazón y su latido triste
en una sinagoga azul,
lo miré rezar por ti
y oí todo el retablo del piélago
donde volvimos a nacer.

Cenzontle,
azar son nuestras palpitaciones;
un luto más allá de los enigmas.
Bien haces en escuchar sus umbrales,
en quebrar las ilusiones,
las campanas rotas
donde los tálamos
estallan en millones de lenguajes
que rasgarán el vestido inmortal
cuyo bordado contiene el Pacífico,
que ruge con violencia las crines
de todos nuestros sueños.

*

Interludio

Nos han abierto el pecho,
abrimos el pico y sólo salen cuarzos.
Cantamos,
creyendo arrullar al destino,
mas, eterno es el mar,
y pequeños nuestros corazones.

Almas, olas, flores,
todas son iguales;
lágrimas de dioses,
cuyo luto es implacable.

Alas como féretros
convierten el agua en vino
y lavan el cuchillo blanco de la luz,
pues nuestras voces,
hinchadas como el seno feroz de una quimera,
propagan el violín desgarrado de los siglos.

*

Filomena

1

Tu amor fue un sueño rojo del océano;
un amanecer de piedras
donde vuelan las mariposas lilas,
pero sobre tu vientre
nace la miel y el pan,
y tu rostro,
astro de jade,
desgarra el hielo.

Filomena,
cuando me hablas,
de tu negra boca inhalo éter,
de tu cuerpo exhumo el tacto de las olas.

La copa de las Náyades te colma
del vino púrpura del mar, y, como
un erótico templo de obsidiana,
extiendes tus yemas y tejes en mí
la ciencia de los peces.

De pronto, tu mano y mi mano
se juntan como luceros,
como fuego y agua
en un portal de huesos y de nardos;
choque de tigres ciegos y de ijares,
y un ritual de pianos
entonan los himnos del amor.

Eres música de mirlo
y tenso tus cuerdas.

Una sonata suena de tus cabellos lacios,
mi mano busca tu música oscura,
el adagio, porque en ti mis dedos son instrumentos
y suena una canción barroca.

2

Filomena,
si el trueno del eclipse siega sauces,
si el pájaro calcina su esencia de cometa,
¿escucharé tu gélida mentira?

Levanta mi velo de novia,
ve el cielo astillado en mis ojos,
toca mis senos que huelen a clavel.

3

El reflejo de Narciso alumbra
la oscura cara de Dios.

En este lago, te doy coros de humo
y la melancolía del cardo, 
potro ineluctable e invidente,
más frágil que feroz,
más sal que espuma,
me arrastra al precipicio
y alcanzo a ver la soledad,
donde amar sin reconocer las sombras de otro
es ceniza.

4

De la canción marítima vienes, mujer,
día y noche son tus manos,
panales tus senos,
rompientes tus labios,
un sepulcro tu útero.

Orilla a la que náufrago me entrego.

*

Postludio

Nuestros labios rugen como dos lunas
y a causa de su tímido fulgor
despierta un fénix;
un corazón donde se queman
todas las rosas
cuyo perfume
acaricia el mundo.


Autor: José Manuel González Martínez (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1989). Es licenciado en Lengua y Literatura Hispanoamericanas por la Universidad Autónoma de Chiapas e integrante del Taller de Poesía de Óscar Oliva. Completó con éxito el curso Poesía Necesaria con la poeta Raquel Lanseros. Actualmente trabaja como docente de literatura en el CEMSaD 212 (COBACH), ubicado en la comunidad El pozo, perteneciente al municipio tseltal de San Juan Cancuc, Chiapas, en donde también dirige el Taller de Lectura y Creación Literaria Keremton.