Sin miedo – Cuento de Camila Lima

Esa noche, volví a casa temprano. Dejé el maletín del trabajo en la entrada y me quité los zapatos. Caminé despacio para no hacer ruido por si él ya dormía. Puse mi serie favorita en la televisión. Al cabo de una hora sentí curiosidad, así que caminé por el pasillo hasta nuestra habitación esperando encontrarlo. Sin embargo, nadie estaba allí.

—Tomás —grité, con la esperanza de obtener respuesta. Observe la habitación, todo estaba en orden. En el aparador estaba mi laptop, tal cual la dejé en la mañana—. No es gracioso.

De repente escuché un grito ahogado; era él, podía jurarlo. Extrañamente, el ruido venía de la sala. Estaba confundido, yo mismo había dejado la sala hace unos instantes, y no había visto nada. En ese momento lo recordé: un lápiz labial, posicionado en la mitad de la mesa de centro.

Heartstopper —dije mientras instintivamente posicionaba mi mano en el bolsillo trasero de mi pantalón. Busqué mi celular y lo encontré en perfecto estado.

Abrí la galería, mi última foto captó mi atención. En la imagen estaba sentado en el sofá, sosteniendo el labial con mi expresión confundida. La tomé para recordar el labial, pues ese tono era el favorito de mi madre.

Estaba jodido y aterrado. Algo estaba afuera y yo había sido tan idiota como para no notarlo. El cansancio de un trabajo de oficina y la oportunidad de tener la televisión para mí me habían distraído. Miré la foto por segunda vez, encontrándome con un detalle inusual: el reflejo de mis lentes. No sólo se veía la típica escena de Modern Family, sino también un rostro a medias. Alguien estaba mirándome.

Era una mirada acechadora. Podía ver la maldad, la sentía, los cabellos que cubrían mis brazos delataban mi miedo notorio. Pensaba en formas de huir. La puerta principal estaba descartada, pero podría saltar por la ventana del baño, sólo estaba en el tercer piso, en varias sitcoms los personajes salían bien parados de saltos por el estilo.

Recapacité al segundo. Esto no era una comedia de situación, sino la vida real. Me dirigí al armario, tentado a esconderme ahí, pero tomé el bate de Tomes y salí a enfrentar a la mirada asechadora.

Caminé por el pasillo, intentado no hacer crujir el piso, recordando todos los momentos felices de mi vida, reconsiderando meterme en el armario. Sin embargo, sus ojos vinieron a mi mente.

Tomás estaba afuera, en esa aterradora sala, esperándome, esperando a su héroe: yo.

Tragué en seco al verla sentada en el sillón, sosteniendo su labial, mirando a Tomás y mirándome a mí. En ese momento volví.

—¿Qué me decías querido? —Los ojos verdes de mi madre se posicionaron en mí, en mi mano sosteniendo la de Tomás.

—Em… Yo…

Esa noche, tenía que volver a casa temprano. Le contaríamos a mi madre la verdad. Dejé mi maletín del trabajo en la entrada, en el rincón al interior de nuestro departamento, el que Tomás había destinado como posa abrigos y zapatero. Me quité los zapatos. Vi el abrigo negro de mi madre en uno de los ganchos, caminé intentando no hacer ruido. Tenía miedo de que ella sintiera mi presencia y tuviera que decir la verdad. Miré nuestra pequeña sala y a Tomás, con sus hermosos ojos cafés, sonriéndome, y luego ella, volteándose para mirarme, para mirar a su perfecto hijo.

En la mesa de centro estaba su labial preferido, el del tono heartstopper. Ella lo amaba casi tanto como a mí. Y en la televisión estaba mi serie favorita, ellos la estaban mirando. Mi madre sonrió, le dio palmaditas al asiento junto a ella, pidiéndome que me siente.

Decir la verdad.

—David, mi querido hijo…, me invitaste a uno de tus viernes por la noche. ¿A qué le debo el honor? —ella me devoró con la mirada, esos ojos color salamandra me acecharon. No tenía lentes, pero podía sentir cómo esos ojos se implantaban en el reflejo de unos.

—Le queremos contar algo… —comenzó Tomás.

Todo se puso negro por un instante. La mano de Tomás apretando la mía me despertó. Tragué en seco al verla sentada en el sillón junto a mí, sosteniendo su labial, mirando a Tomás, mirándome a mí.

—¿Qué me decías querido? —Los ojos verdes de mi madre se posicionaron en mí, en mi mano sosteniendo la de Tomás.

—Em… yo…

—No tienes que hacerlo —Tomás se inclinó hacia mí y me susurró en el oído.

—Tengo que… —Miré mi mano unida a la de Tomás, y recordé todos los momentos felices que vivimos juntos.

Todos los momentos que nos hacían un nosotros, todo lo que me motivaba a estar allí en ese momento, a ser el héroe de Tomás o en su defecto, un novio decente.

—Madre…

—No tienes que decirlo, David.

—Soy gay.


Autora: Camila Lima, Jane Herondale (Ecuador, 2004). Actualmente, estudia Mercadotecnia en la Universidad Técnica del Norte. Se puede encontrar más de su trabajo en Wattpad y Inkspired, con el seudónimo de Jane Herondale. Su trabajo busca contener representación de minorías, y que en él se hable de temas relacionados con la salud mental sin tabúes.