El makeup no makeup o la ilusión de la “belleza natural”

Maquillaje Max Factor

Las redes sociales se han convertido en el medio para compartir todo tipo de contenido: desde moda a estilo de vida, pasando por cine, literatura o música. Uno de los favoritos es, sin duda, la cosmética y los tutoriales de maquillaje, ligados intrínsecamente a la figura de la estrella. Algunas celebridades han nacido precisamente en redes como Instagram, YouTube o TikTok; otras, aunque conocidas por sus papeles en cine o televisión, hacen igualmente uso de ellas para resultarnos más cercanas y darnos la impresión, ni que sea por unos minutos, de que su belleza resulta accesible y replicable desde nuestras casas. Muchas de ellas hablan de “maquillaje natural” o del makeup no makeup (literalmente, “maquillaje no maquillaje”), en aras de una belleza menos artificial, lejos de los excesos de Hollywood. Ahora bien, ¿qué tienen de real estas imágenes?

Los orígenes del maquillaje

Primero de todo nos podemos preguntar sobre el sentido del maquillaje. Los antiguos egipcios, tanto hombres como mujeres, llevaban kohl, intenso lápiz de ojos, no sólo para protegerse del sol, sino también como símbolo de riqueza y poder. En el mundo griego y romano, aunque aún común, los cosméticos se utilizaban para enfatizar la belleza de forma más natural, y productos como el rubor o la sombra de ojos se consideraban vulgares y asociados a las prostitutas; de hecho, la palabra lenocinium se refería tanto a la prostitución como al maquillaje.  

Con la llegada del cristianismo a Occidente, el maquillaje se asoció cada vez más a pecados como la vanidad o la lujuria. No por eso dejó de utilizarse, aunque de manera más bien discreta. Para poder lograr el modelo de belleza femenino del momento en Europa, las mujeres recurrían a productos blanqueadores y a polvos rojizos para mejillas y labios. Estos permitían además disimular las imperfecciones de la piel causadas por enfermedades como la viruela.

La reina Isabel I popularizó un ideal de belleza caracterizado por una piel blanquísima

En Inglaterra, la reina Isabel I popularizó una versión extrema de este ideal, con blanc de céruse (blanco de plomo), sombra de ojos y carmín que contenía mercurio. Estos productos podrían haber causado su muerte. Siglos más tarde, el productor Howard Hughes tiñó el pelo de Jean Harlow de un rubio oxigenado a base de productos igualmente tóxicos. Tal y como explica Jia Tolentino en su artículo The Age of the Instagram Face (La era de la cara Instagram)”:

Los ideales de belleza femenina a los cuales sólo se puede llegar mediante procesos dolorosos o manipulación física siempre han estado con nosotros, desde los pies pequeños en la China imperial hasta las cinturas de avispa en la Europa del siglo XIX.

Jia Tolentino

Cabe notar que no todas las monarcas defendían el maquillaje. Siguiendo en Inglaterra, pero ya en el siglo XIX, la reina Victoria se oponía radicalmente al maquillaje. Una mujer de bien no recurriría jamás al maquillaje, asociado, una vez más, a la prostitución, aunque también reservado para las artes escénicas.

Los primeros años del cine

Del maquillaje en los escenarios pasamos al cine, en un principio fuertemente influenciado por el teatro. Así pues, los actores y actrices tenían un aspecto que no pretendía en ningún momento ser natural, sino que enfatizaba sus rasgos para acompañar lo exagerado de su actuación. Éste respondía además a motivos prácticos: la técnica de grabación alteraba el color, oscureciendo la piel y difuminando el rojo, por lo cual los actores definían bien sus labios y mejillas. Dentro de este efecto dramático también había diferencias. Actrices como Theda Bara, epítome de la vamp, la mujer fatal enigmática del cine mudo, pintaba sus ojos de un negro oscuro para transmitir una imagen seductora y peligrosa, en fuerte contraste con otras caras como Mary Pickford, asociadas a la belleza natural y bondadosa.

A la izquierda, Theda Bara, epítome de la vamp, con su característico maquillaje; a la derecha, la ingénue Mary Pickford

En los primeros años, eran los propios actores quienes aplicaban su propio maquillaje, pero no tardaron en aparecer profesionales de la cosmética cuya carrera despegó gracias a su trabajo en el cine. Uno de los más destacados fue Max Factor, quien impuso un imperio influyente aún hoy. Sus polvos de maquillaje pancake ayudaron a lograr un aspecto más natural con la llegada del Technicolor y fueron usados en varias películas como Vogues of 1938 (Walter Cummings, 1937) o Así nace una fantasía (George Marshall, 1938). El maquillaje pancake se popularizó gracias a las campañas publicitarias donde aparecían estrellas del momento que lo habían usado en alguna de sus películas. Nació así la ilusión: se podía lograr el glamur y la belleza natural de las grandes de Hollywood, sólo hacía falta comprar el producto adecuado.

Esta imagen, no obstante, seguía anclada a un mundo lejano y artificial. La fascinación por las estrellas y el deseo de conocer sus vidas crecía cada vez más, pero durante el star system, las productoras se aseguraban de mantener vivo el mito de actores como Cary Grant, Joan Crawford o Marilyn Monroe. A finales de los años cincuenta, el sistema empezó a caer. En este contexto apareció una nueva profesión: la del paparazi, el fotógrafo que toma fotografías de los famosos sin su permiso para revelar que, en efecto, son como nosotros. Curiosamente, debemos esta palabra a Federico Fellini, quien en su Dolce Vita introdujo al personaje de Paparazzo, un periodista que fotografía a estrellas en las calles de Roma.

La actriz Thelma Leeds en una imagen promocional para los polvos de maquillaje pancake

Unas estrellas más cercanas

Simultáneamente, en Europa empezaron a desarrollarse movimientos cinematográficos que querían ser más auténticos que las grandes superproducciones de Hollywood. Es el caso de la nouvelle vague (nueva ola), con Jean Luc Godard o Agnès Varda como buenos ejemplos. Las musas de estas películas, como Jean Seberg o Anna Karina, representaban un modelo de mujer libre y revolucionaria, con una belleza más natural. Su heredera contemporánea es la “mujer francesa”, a quien varias revistas de moda han dedicado artículos intentando descubrir su secreto.

Esta supuesta mujer francesa, sin embargo, no es más que un mito: logra estar delgada a pesar de adorar el queso, los croissants y el vino, está bella incluso con muy poco maquillaje y siempre viste bien a pesar de decir no dedicar más de cinco minutos a prepararse. También cabe notar que el ideal siempre responde a las mismas características: joven, blanca, delgada y de clase social media-alta. Mujeres que representan este ideal hoy en día reconocen el engaño que hay detrás de este modelo de belleza. Sabina Socol, editora de la revista de moda L’Officiel, explica:

Creo que lo que estas mujeres parisinas (yo incluida) hacen mejor es hacer ver que no les importa la ropa que llevan cuando, en realidad, están esforzándose al máximo para lograr este aspecto perfecto de “no lo hice a propósito”.

Sabina Socol

El maquillaje “natural” de las redes sociales

La chica francesa o parisina ha encontrado su reino no sólo en las revistas de moda, sino también en las redes sociales. Millones de cuentas acumulan me gusta y seguidores gracias a fotografías de cafés, croissants, lecturas junto al Sena y chicas con un aspecto natural pero convencionalmente atractivo. Nos presentan pues un estilo de vida que dice ser auténtico y tranquilo, pero detrás del cual hay un intento por presentar un ideal en concreto.

El lado oscuro de las redes sociales, que no es un secreto para nadie, no se ciñe al ideal de chica francesa, sino que invade la mayoría de cuentas llevadas por estrellas. Páginas como Instagram o TikTok, que en un principio debían servir para ofrecer lo mismo que buscaban los paparazis, descubrir el lado más auténtico de las celebridades, demostrar que son como nosotros, se han acabado convirtiendo en una extensión de los estudios cinematográficos; crean una ilusión, por más sutil que sea.

Nuestros feed están repletos de fotografías de famosas sin maquillaje, cuentas de YouTube como Vogue nos presentan tutoriales donde celebridades nos cuentan sus rutinas de maquillaje y aparecen con la cara lavada. Al consumir este contenido sin tener en cuenta el trabajo que esconde detrás, como filtros o iluminación o que algunas de estas personas se han hecho operaciones estéticas para acercarse al ideal, no podemos evitar preguntarnos: ¿por qué no me veo como ella?

La industria del entretenimiento ha sido siempre hábil tanto a la hora de ofrecernos productos para consumir como de hacernos creer que los ideales que nos ofrecen están al alcance de todos. Si esto nos sirve para evadirnos durante un rato, bienvenido sea. Pero no olvidemos que se trata, al fin y al cabo, de una ilusión.