En los años noventa, la sitcom Friends reinaba la televisión. Los espectadores no sólo seguían la serie religiosamente, sino que se inspiraban en el estilo de sus protagonistas y además lo emulaban. Uno de los casos más claros es el peinado llevado por el personaje de Rachel en las primeras temporadas. Fueron tantas las mujeres que se inspiraron en él que hasta la propia serie hizo un guiño a ello. Esta historia no es una excepción, puesto que pelo y personalidad han ido siempre ligados. Con el cine de Hollywood y la cultura del estrellato, el peinado pasó a ser uno de los aspectos más representativos de las celebridades. Quizá no podemos llevar su mismo estilo de vida ni permitirnos su ropa de diseño, pero sí podemos pedir al peluquero que nos peine como ellos.
Si pensamos en melenas importantes durante la historia, quizás una de las primeras que nos viene a la cabeza sea el Sansón bíblico, dotado de una fuerza heroica gracias a su cabello, que su madre jamás cortó, contrariamente a lo que dictaban las leyes judías. Ésta no es la única referencia al cabello como atributo mágico o positivo del mundo antiguo: los egipcios, por ejemplo, portaban grandes y ornamentadas pelucas que se relacionaban con la pureza y la relevancia de la persona.
Esta filosofía seguía presente siglos más tarde, en la Francia ilustrada, donde la monarquía francesa usaba pelucas extravagantes para simbolizar su poder frente al pueblo. María Antonieta es especialmente conocida por sus peinados, entre los cuales destaca uno decorado con una maqueta de barco. Un siglo más tarde, los moños de Eugenia de Montijo ayudaron a imponer un estilo sobrio lejos de la pompa dieciochesca. Aunque esencialmente distintas, ambas tendencias reflejan lo mismo: el poder de influencia de la nobleza en la época.
Estados Unidos, aunque al principio también bajo el influjo de la aristocracia europea, no tardó en imponer sus propias tendencias. Uno de los pioneros fue el ilustrador Charles Gibson, creador del modelo de belleza estadounidense del cambio de siglo por autonomasia, la “chica Gibson”.
Al llegar la cultura del estrellato, los anunciantes aprovecharon la fama de las actrices para vender sus productos. Ya en el siglo XIX, la marca de jabón Pears aseguraba que la actriz Lillie Langtry utilizaba el producto; tenemos así pues una de las primeras colaboraciones entre marcas de cosmética y estrellas. En la edad de oro del cine, el champú de aceite de coco de la marca Watkins utilizó en sus anuncios testimonios de actrices del momento para aumentar sus ventas. La promesa de la campaña era clara: utilizar esos productos permitía a la ciudadana media parecerse un poco más a las estrellas que admiraba.
Este modelo publicitario se consolidó en la segunda mitad del siglo XX, con Farrah Fawcett, imagen de Wella Balsam, como ejemplo más emblemático. Si hablamos de cosméticos, no podemos olvidar a Madame C.J. Walker, la primera mujer afroamericana convertida en millonaria en Estados Unidos gracias a sus productos creados especialmente para el pelo de mujeres negras.
Pero el secreto para parecerse a una actriz admirada va más allá de usar los mismos productos que ella. Si en la Europa de los siglos XVIII y XIX sólo las élites podían permitirse llevar el mismo peinado que personalidades prominentes, al consolidarse la clase media más gente pudo tener acceso al mundo de la cosmética. Fue el inicio de la peluquería moderna. Uno de los pioneros fue el peluquero de origen polaco asentado en Francia Antoine de Paris. En 1909, inspirado por Juana de Arco, creó un corte de pelo para mujer que derivaría en el famoso bob de los veinte. En 1920 inventó el shingle, otro peinado para pelo corto, y peinó a las garçonnes más importantes del momento.
Al otro lado del Atlántico, el peluquero François Marcel popularizó un método para rizar el pelo usando pinzas calientes, lo cual resultó en las ondas marcel. Una de sus usuarias más reconocidas fue la bailarina Joséphine Baker. Este peinado fue popular hasta los años treinta; una canción de la época, Keep Young and Beautiful (Mantente joven y bella), recomendaba a las mujeres llevar ondas marcel.
Quizás la recomendación no era tan equivocada. A lo largo de la historia, hemos podido constatar cómo un cambio de pelo ha catapultado la carrera de actrices y modelos. Cuando Louise Brooks puso de moda el peinado bob, Mary Pickford, famosa por su larga melena rubia y rizada, harta de estar encasillada en el papel de ingénue (inocente), decidió cortarse el pelo. El resultado fue un papel dramático protagonista y el Oscar a mejor actriz por Coquette (Sam Taylor, 1929).
Esto no fue más que el principio. Audrey Hepburn pasará a la historia por su peinado gamine (de inspiración masculina), que se cortó especialmente para su papel en La princesa que quería vivir (William Wyler, 1953). En los sesenta Vidal Sassoon cortó el pelo a Mia Farrow para El bebé de Rosemary (Roman Polanksi, 1968), y creó así uno de los peinados más icónicos del cine. Durante esa misma década la modelo Twiggy saltó a la fama gracias a su pelo cortísimo, que recibió su nombre en su honor. En la era de las top models, Linda Evangelista aceptó a regañadientes un corte de pelo gracias al cual consiguió destacar y convertirse en una de las más cotizadas del momento.
Cambiar el peinado es sólo un paso. Durante la historia, varias actrices se han teñido el pelo para conseguir transmitir exactamente la imagen deseada, no siempre sin riesgos. Theda Bara, la vampira del cine mudo, se teñía el pelo de un color oscuro para contribuir a su imagen desafiante. En los años treinta, Jean Harlow consiguió su melena rubio platino con una combinación química tóxica: peróxido, amoniaco puro, cloro y hojuelas de jabón. Detrás se encontraba la estrategia publicitaria del productor Howard Hughes para convertir a Harlow en la mujer más rubia del cine para la película Los ángeles del infierno (Howard Hughes, Edmund Goulding, James Whale, 1930). La rubia más famosa del cine, Marilyn Monroe, también se teñía el pelo como parte del personaje que creó.
Décadas más tarde de la edad de oro del cine, la obsesión sigue. En 2021, casi treinta años después del estreno de Friends, el Rachel volvió a ser el peinado de la temporada. En 2016, la casa de subastas Julien vendió un mechón de pelo de Marilyn Monroe por 8000 dólares. Esto levanta una serie de preguntas. ¿Es usar el mismo champú o peinarnos igual que nuestros ídolos el camino más corto para parecernos a ellos? ¿Recordaríamos a Monroe de otro modo si jamás se hubiera teñido?