Recordando – Cuento de F. R. Martínez

El sonido del agua cayendo en el lavabo era lo único que retumbaba en mi cabeza. Una señora cayendo sobre una cascada vino a mi mente. Mojé mi rostro y me vi en el espejo, estaba pálido. Terminé de lavarme los dientes, pero el sonido siguió poniéndome nervioso.

Caminé a mi habitación, aunque desde hace días era una bodega desordenada y sucia. Libros, hojas, vasos, envolturas, ropa y platos se encontraban por todas partes. El olor que imanaba era despreciable, como si todo se hubiera mojado y llevara encerrado una eternidad. Quería acostarme en mi cama, pero no había lugar. Me tiré al suelo y miré el techo, sin embargo, no parecía eso. Era como si estuviera debajo de un río: llevaba mucha agua y se movía lento. Parecía que se iba a desbordar y me ahogaría. Estaba pasando.

—¡Carlos! ¿Dónde estás? Necesito que vengas —mencionó con tono muy alto mi abuela desconcentrándome de mis pensamientos—. Has estado en esa caverna por días y si quieres quedarte ahí, bien. No olvides que vives con tu abuela y necesito que vayas a la tienda a comprar lo de mañana. Iremos al río y quiero tener todo listo.

No quería pararme. Ir a la tienda sólo porque la estúpida anciana le placía era absurdo. Sin embargo, sus irritantes gritos entraban en mi cabeza aturdiéndome; no tuve opción más que ir. Tomé la primera camisa que vi, agarré dinero de mi caja, bajé y le pregunté lo que quería.

—Necesito agua, cariño —mencionó con voz calma mientras me miraba a los ojos fijamente y peinaba mi cabello—. Si tú quieres jugo o alguna otra cosa, cómpralo. También trae pan para mañana hacer lonches, creo que será suficiente llevar eso ahora, ya ves que siempre terminamos dejando todo.

Mi abuela adoraba ir al río cada fin de semana. Yo lo detestaba. “Vieja ridícula”, pensé, “si tanto quieres agua, ve y trágala del estúpido río”. No necesité decirlo en voz alta, debido a que ella con mi cara logró descifrar lo que pensaba. Aun así, fui a la tienda.

—¡Hola, Carlos! ¿Ahora qué te trae por aquí?

—Supongo —mencioné con voz severa y mirándolo fijamente—, que si vengo a la tienda es para llevar algo, no para ver su cara de idiota.

—¿Qué pasa, Carlos? —preguntó mientras esquivaba mi mirada. Se puso incómodo—. Tu abuela me comentó que llevabas días extraño. Espero te encuentres bien. ¿Cómo está ella?

—Bien, gracias —respondí súbitamente con un tono duro—. ¿Cuánto será de esto?

El hombre corpulento con una cara de cerdo entendió por mi sequedad que no tenía ganas de hablar, así que me cobró y me marché. Cuando llegué a la casa le hablé a mi abuela para que guardara sus cosas, no respondió y supuse que dormía. “Después de mandarme a la tienda ahora tengo que guardar sus cosas absurdas”, vociferé mientras caminaba hacia la cocina.

Terminé y me fui a mi habitación para tumbarme al suelo, lo único que quería era descansar. De pronto, escuché el lavabo escurrir. Seguía goteando. Gota, tras gota, tras gota, tras gota. Comencé a sentirme nervioso. Miré hacia la puerta como si eso me dejara ver el lavabo. Sudé tanto y el frío del suelo se adueñó de mi cuerpo, traspasó y me hizo estremecer un poco. Preferí concentrarme más en el techo que en el ruido. Ahí estaba de nuevo, el torrente en él. Se fue desbordando y el agua caía sobre mis mejillas; mojaban mi rostro y mi cuello. Después de minutos el sueño se apoderó de mí. Me dormí.

—¡Carlos!, ¿dónde estás? Necesito que vengas.

Me despertó la voz de mi abuela.

—Has estado en esa caverna por días y si quieres quedarte ahí, bien.

—¿Qué querrá ahora? —medité mientras me sentaba.

—No olvides que vives con tu abuela y necesito que vayas a la tienda a comprar lo de mañana. Iremos al río y quiero tener todo listo.

No entendía por qué me repetía mi abuela eso. Ya había ido a la tienda, no comprendía el juego o el punto de decirlo de nuevo. Caminé hacia donde estaba, no la encontré. Grité varias veces su estúpido nombre. Estaba harto de que siempre me hablara y luego se quedara callada. “Otro de tus absurdos jueguitos”, pensé. “Mañana espero que también te estés riendo”. Volví a escucharla. Su voz sonó tan cerca que di un pequeño salto y volteé rápidamente hacia atrás esperando encontrarla. No estaba. 

Permanecí de pie junto a la sala esperando verla, pero seguía sin aparecer. “¡Carlos!, ¡Carlos!, ¡Carlos!, ¡Carlos!”, escuché una y otra vez. El tono fue abrupto, por lo que hizo que observara hacia todas partes. Vueltas y vueltas di en el mismo lugar, mi abuela seguía llamándome, no se callaba, su voz retumbaba en mi cabeza; era tan fuerte que resonaba todo a mi alrededor. Cerré los ojos. “Esto no puede estar pasando, esto no puede estar pasando”, me repetía a mí mismo para intentar calmarme; el silencio se adueñó de mi entorno, de mis pensamientos. Logré calmarme. Me encontraba repleto de sudor, mis labios estaban secos, mis ojos irritados, mi piel blanca, estaba asustado e inquieto.

Me dirigí al retrete. El sonido del agua cayendo en el lavabo era lo único que retumbaba en mi cabeza. Alguien empujando a una persona en una cascada vino a mi mente. Mojé mi rostro y me vi en el espejo, estaba pálido. Terminé de lavarme los dientes, pero el sonido siguió poniéndome nervioso.

Caminé a mi habitación, aunque desde hace días era una bodega desordenada y sucia. Libros, hojas, vasos, envolturas, ropa y platos se encontraban por todas partes. El olor que imanaba era despreciable, como si todo se hubiera mojado y llevara encerrado una eternidad. Quería acostarme en mi cama, pero no había lugar. Me tiré al suelo y miré el techo; ahora el río se movía con mayor ímpetu: era salvaje, estaba enojado, asustado, frenético. Comenzó a caer agua sobre mí. Mojó mi rostro, escurría sobre mi cuello. Cada vez fue cayendo más y llenaba la habitación, por lo que me iba a inundar. Estaba recordando. 


Autora: Frida Rocío Martínez García (Ciudad de Valles, México, 2000). Reside la mayor parte de su vida en San Nicolás de los Garza, Nuevo León. Estudiante de Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras. Asistente de redacción y autora en La Memoria Errante, revista electrónica. Creadora del haikú “Abrázame”, publicado en la segunda edición de Soles, revista electrónica, y participante en Relatos de cuarentena, Antología 4 de Tres nubes Ediciones, con el relato “Historias a través de los sonidos”.