Hojas verdes y amarillas – Poemas de Lauren Honrado

El recital

Dejando atrás el pueblo, 
dorado por la tarde,
en la pantalla vemos al jinete
partir hacia el paisaje, a medio trote.

El poeta levanta la cabeza.
Observa al auditorio.
El auditorio guarda un solemne silencio.

Su sombra es larga contra el sol poniente;
un dedo negro, enorme, que se arrastra
por el llano impenetrable y baldío…

Oh, un momento, nuestro viejo 
poeta se interrumpe, ¿qué sucede?
¿Qué sucede?, que está sonando un móvil
y ahora, todo el mundo, ve lo mismo:
Clint Eastwood se larga, dejando a Tuco
pendiendo de la rama, soga al cuello. 
Sombrero y poncho atraviesan la sala
a lomos de la ilustre melodía.

Entre tanto alguien ríe, alguien protesta.

Una mujer, nerviosa, convoca las miradas.
¿Creéis que hallará lo que busca
en el fondo insondable de su bolso?

Nuestro viejo poeta (fular, gafas de sol, voz de aguardiente)
se ingenia un chascarrillo
—a la sazón malvado, aunque brillante—,
que, no siendo a la fémina del bolso,
claro está, regocija, y mucho, al respetable.   

Después, horas después, ya liquidadas 
la lectura, la charla (y la lisonja
 de las autoridades académicas),
nuestro viejo poeta bebe a solas,
acodado en la barra
desierta (somnoliento entre el olor
                                                        a fritos,
tortilla de patatas y lejía)
del bar de una estación, también desierta,
emboscada en la noche de provincias.

Vedle ahora, al fin solo, mascullando
—olvidado del tren que ha de tomar—
la famosa pieza de Morricone.

Fijaos en él: ya vence un poco su osamenta,
ya se le quiere ir la figura
del pedestal cuando, instintivamente,
acuden a sus labios, sin esfuerzo, 
los versos últimos de aquel poema,
el del hombre a caballo, el del jinete
que se pierde por la llanura:

¿Quién de los dos camina? ¿Quién arrastra
a quién? El llano se oscurece; el aire
parece ser igual de duro y seco. 

Nuestro viejo poeta suspira, recobrándose.
“Ah, qué lástima —piensa—,
no haber vivido en el Oeste.”
Y así, tras apurar el vaso,
hace una seña al tabernero.

*

Tengo la sensación, aquí, sentado
al pie del sauce —bueno,
más que una sensación, la certeza, realmente—,
de que, aparte de mí, no hay nada, excepto
este sauce llorón o esta hierba,
cuya humedad refresca mi trasero,
y aquellas hojas verdes y amarillas
y el rumor del río, y acaso el suave
viento que viene y deja alguna especie
de signo, casi humano, antes de irse.

Tengo la sensación, aquí, sentado
al pie del sauce —bueno,
más que una sensación, la certeza, realmente—,
de que a mi espalda no hay sino un vacío
inmenso, inmenso y otra vez inmenso,
un vacío que ni siquiera ya
me pertenece, porque no es de nadie,
que quizá sólo sea de sí mismo,
pero que se parece, o es exacto,
al vacío que queda tras decir,
fatal y gravemente, la palabra

Vacío


Autor: Lauren Honrado (Zamora, España, 1980). Vive actualmente en Madrid, ciudad donde ejerce la docencia. Ha publicado relatos en revistas como Ariadna R.C., Narrativas. Revista de narrativa contemporánea en castellano o Almiar-Margen Cero. Asimismo, ha escrito los libros inéditos de poemas Esta sed, La máscara y la vigilia, Fiebre (treinta y siete poemas y medio), Canciones ingenuas (bajo el heterónimo de Samuel Balché) y el ciclo Aires de la isla gris.