Me gusta pensar que no me repudian,
es mejor creer que las cordilleras del tiempo
se desgajaron sobre los párpados de mis hijos.
Mi familia detesta los domingos por la tarde,
porque no pueden
perderse en bosques de hechiceras lascivas,
ni dispersar sus órbitas en mares delirantes,
todo ello porque tienen que venir
y escuchar mi discurso repetitivo
de mujer madre y vieja.
En el asilo, los días son viscosos
como remolinos de miel condensada.
Cuerpos añejos crujen con la existencia.
Somos como un banco de medusas aletargadas
que entrelazan sus filamentos en errático tropel.
Por las mañanas,
somos lágrimas de mar que se contraen
rítmicas,
sedientas
para luego expulsar la vida usándola como propulsor.
Mis tentáculos calibran tardo al ponerme de pie
y me adhiero a las horas de lectura con cabezadas sutiles,
luego me derrito transparente ante un sol in vitro
que me anestesia todas las nervaduras.
Mejillas cartilaginosas que se agitan lentas
mientras una manzana recién nacida
muere en una dentadura falsa.
No vengan a verme
No me reprendan más.
Hace mucho que se cortó el cordón umbilical.
Ahora el mundo es otro,
la modernidad atropella con patas de rinoceronte.
Nada tengo que enseñarles.
La experiencia de toda mi vida se ensombrece
ante los alíferos resultados del algoritmo
en los teléfonos inteligentes.
Beberé mis recuerdos por la tarde,
con galletas suaves de jengibre,
justo antes de dormir con mis celentéreos.
Autora: Gilda García Romero (Puebla, México, 1979). Maestra en Dirección de Recursos Humanos. Docente y escritora. Cofundadora del colaborativo de escritores Nautas de Letras. Ganadora del concurso literario “Iluminadas” de ciencia ficción organizado por los colectivos de escritoras Especulativas y Las sin sostén. Ha publicado cuentos en El Sol de Bajío, Contraste Político y el Diario de Campeche. También ha divulgado sus textos en diversas revistas digitales. Conductora del programa literario Todo en un punto, auspiciado por TRILCE Radio.