«¿Adónde vas tan sola?»

Según un estudio de la Organización Mundial de la Salud, el 30% de las mujeres adultas han sufrido violencia física y/o sexual por parte de su pareja. La Organización de las Naciones Unidas añade: de las 87 000 mujeres asesinadas en 2017, se estima que más de la mitad fue en manos de un miembro de su familia. Con la pandemia del COVID-19, la situación ha empeorado. Quizás inspirado por la realidad, el cine de terror y criminal parece haber reservado a la mujer el papel de víctima (a pesar de que el 80% de los crímenes van dirigidos a hombres). En otros artículos se han discutido los motivos detrás de esto, así como la evolución de mujer en apuros a final girl, figura tan controvertida como empoderadora. Sin embargo, hay algo que se nos escapa: estas ficciones no tratan la violencia doméstica, sino que nos muestran a mujeres solas que, casualmente, tienen la mala suerte de encontrarse con un perturbado mental. ¿Qué quiere transmitirnos esto? El mensaje parece claro: éste no es mundo para una mujer sola.

La soltería femenina siempre ha sido problemática. Hasta hace poco, esto se debía a motivos económicos y demográficos. Fijémonos en los términos para definir a una mujer sin casar. Amy Froide cuenta cómo, antes del siglo XVII, se usaba maid (doncella), virgin (virgen) o el préstamo latín puella (chica joven), palabras que destacaban la juventud de la mujer, entendiendo este “no estar casada” como una etapa previa al matrimonio. A partir de 1600, sin embargo, aumentó el número de solteras. Por ejemplo, según el censo de Southhampton de 1698, el 34,8% de las mujeres mayores de edad eran solteras; el 18,5% viudas y el 47,3% casadas. Esto llevó a un cambio en la percepción de la soltería: ya no era un periodo de transición, sino una anomalía con graves efectos para la economía. Así, surgieron términos más peyorativos para las mujeres no casadas. Uno de los más conocidos, utilizado hasta hoy en la cultura popular, es spinster (literalmente, hilandera), cuya traducción más habitual es solterona, pero que en realidad se corresponde con términos como “quedarse para vestir santos”, pues hace referencia a la ocupación reservada para las mujeres sin casar. Algunas alternativas son old maiden (vieja) o thornback (espalda puntiaguda), utilizado en Nueva Inglaterra para referirse a las solteras mayores de 25 años. En cambio, la mayoría de palabras para definir a los solteros tienen connotaciones neutras, como bachelor (hombre joven).

La representación de las solteras en la cultura popular también cambió. Abundan los poemas satíricos sobre ellas, tales como A Satyr Upon Old Maids, de 1713, donde se dice que están condenadas a llevar monos a su cargo en el Infierno para la eternidad. Este es el momento álgido del imaginario brujesco. Estas imágenes nos muestran una actitud de desprecio y miedo hacia las mujeres solteras que, en el caso de la bruja, ya hemos visto que se ha logrado subvertir en los últimos tiempos. Ahora bien, hay otra manera de acabar con un problema: infundiendo miedo en las mujeres.

Durante los primeros años del cine, era menos habitual ver a mujeres solteras representadas. Si empezaban la película solteras, era para encontrar el amor al final –pensemos en las comedias románticas de Clara Bow— o se correspondían con la imagen de la old maid que hemos comentado más arriba, mujeres que no se han casado porque son demasiado extrañas. Incluso después de la Segunda Guerra Mundial, durante la cual las mujeres adquirieron más autonomía, las femme fatale, aunque independientes, eran el interés amoroso del protagonista. Uno de los primeros directores en cambiar esto fue Alfred Hitchcock. Su protagonista paradigmática es joven, bella e independiente. Aunque muchas veces ligada a un hombre, también vive aventuras solas. Y allí es donde empiezan los problemas.

Dos de los ejemplos más claros son Marion Crane, de Psicosis (1960), y Melanie Daniels, de Los Pájaros (1963). Crane, en palabras de Rachel Blach, “mujer independiente y decidida”, “características poco habituales en personajes femeninos de la época”, está sola en un hotel, de noche, cuando es asesinada. Daniels, aunque salva la vida, sufre durante toda la película, casi un castigo por su carácter independiente. Irónicamente, durante el rodaje, Hitchcock se recreó excesivamente en las escenas de los ataques hacia Tippi Hedren porque ésta lo rechazó.

Las películas de Hitchcock inspiraron géneros como el slasher o el thriller policíaco, donde la violencia hacia las mujeres cobra especial importancia; muchas veces, se les reserva exclusivamente el papel de víctima. Comparemos esto con el western, donde los hombres están solos. El mundo es suyo. El peligro está allí, cierto, pero saben enfrentarse a él. Tienen derecho a ello. Las mujeres, aunque a veces salen victoriosas, no deberían estar allí en un primer lugar. No les pertenece.

Por supuesto, la violencia a las mujeres en las calles no puede ser ignorada. Pero tiene que haber otra forma de abordar el asunto. No puede ser que cada vez que veamos a una mujer sola, en la pantalla, pensemos “ahora va a ser asesinada”. No puede ser que cada vez que una mujer sea víctima de violación o violencia, lo justifiquemos con “estaba sola”. No puede ser que el titular de la última entrevista a Kate Winslet sea “Nunca paseo de noche porque me da miedo”. El espacio público también pertenece a las mujeres.