El vestido de Sara || Cuento de Cristina Meza

La noche de la fiesta no pude evitar recordar la primera vez que Sara y yo mantuvimos una conversación, aunque fue más bien breve y no creo que haya sido tan memorable para ella. Lo que más me cautivaba de su aspecto eran sus ojos, tenía unas pestañas largas perfectamente maquilladas y cada que sonreía su mirada se achicaba con ternura. Durante meses esperé la oportunidad para acercarme a ella, pero no obtuve éxito, por eso mi sorpresa fue grande cuando la vi entrar por la puerta.

Llevaba un vestido rosa ceñido a la cintura que tenía, tanto en el escote como en el borde de la falda, una estola sobrepuesta con plumas del mismo color de la tela, éstas parecían rozar con el ambiente, se mecían cada que ella se movía. Algunas, incluso, se desprendían de su ropa y quedaban suspendidas en el aire antes de aterrizar en alguna superficie como el sillón o la mesa de botanas. Ella era un cisne que mudaba su plumaje. No esperaba que le interesara mi presencia; sin embargo, a lo largo de la velada me pedía que la acompañara por refresco o que la esperara afuera del baño. Su belleza era tanta que asumí que todos la miraban como yo. Los pocos instantes en los que me alejaba de ella se acercaba a mí en forma de plumas, las tenía por todo mi cuerpo, algunas más pequeñas se escabulleron en lo más profundo de mi ropa interior.

Sin duda, su vestido había llegado para quedarse en mí, su color era tan vibrante que invitaba al tacto. Sara bailaba con intención de que la viera, se situaba al centro de la sala y me seducía para seguirla. En ese momento yo ya había perdido toda vergüenza y correspondía a su coqueteo. En ocasiones charlábamos, pero preferíamos dedicar las horas a mirarnos los labios y la curva del cuello. Llevadas por el instinto nos escabullimos por todos los rincones del departamento y dejamos un puño de plumas y flores en los sitios donde compartimos amor. Muy pronto el hogar ajeno se convirtió en un nido rosa, el espacio más cálido del barrio. Poco nos importó quién miraba durante el cortejo, pues el lugar, en la fantasía, era nuestro. Hasta el agua resultaba innecesaria en ese estado de ensoñación.

El timbre de mi celular anuló la atmósfera, mis padres llamaron para avisarme que estaban afuera, por lo que decidí no hacerlos esperar. Sólo me despedí de Sara. Me puse mi suéter y nos dimos un beso húmedo que concretó el final de nuestro único encuentro. Bajé las escaleras con absoluta normalidad hasta salir del edificio. Distinguí, durante mi trayecto hacia el auto de mis padres, vestigios del plumaje de mi amante en el pavimento, eran casi una alfombra que protegía mis pies del frio de la madrugada. Al subir al auto mi madre preguntó qué eran esas pelusas rosas en mi ropa. No supe qué responder.

Llegué a casa con un dulce sabor en mis labios. Me acosté en mi cama para dormir sin cambiarme de ropa. Esta negligencia permitió que las plumas de fantasía se distribuyeran por todos mis muebles, incluso tuvieron el atrevimiento de hurgar en los cajones y de algún modo lograron entrelazarse con mis blusas, vestidos y pantalones sin excepción. Fue como si una versión onírica de Sara decidiera entrar a mi cuarto y fusionar su ropa con la mía, pero no le bastaba con eso, su objetivo era dejar por lo menos una partícula visible de pluma en cada rincón habitable por mí. Conforme pasaron los días me fue tan común encontrar pelusas entre mis libros y utensilios de cocina. Comencé a acostumbrarme a verlas en mis alimentos, eran una especia más que dotaba de un agridulce sabor a mis preparaciones predilectas.

Deshacerme de ellas a estas alturas era como despojarme de mi identidad, me había habituado a su compañía. A veces era difícil lidiar con un accesorio tan llamativo, hubiera preferido que Sara me obsequiara una de sus estolas y así tener la posibilidad de decidir en qué momento llevarla, pero no. De todas las posibles opciones, prefirió dejarme el desasosiego y una cantidad inmensa de plumas con las que podría hacerse cincuenta vestidos exactos a los de esa noche.

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Autora: Cristina Meza (1997). Estudiante de la Lic. en letras hispánicas por la Universidad de Guadalajara. Poeta y artista plástica. Autora del poemario Nada se mueve por Ediciones el Viaje. Ha participado en exposiciones colectivas como Galería XXVI en 2015, Campo de Orquídeas 2da. Edición en 2016, Irreconocible en 2017 y Sigue la Patria en 2017. En 2019 presentó su primera exposición en solitario con el nombre Variaciones de lo íntimo en Ciudad Guzmán, Jalisco. Parte de su obra poética se encuentra en la antología de poesía 10 balas por Ediciones El Viaje publicada en 2017; así como en revistas y medios electrónicos entre ellos DADA, Marcapiel, revista El Humo, Tierra Adentro, revista Levadura, Engarce, entre otras.