Escritores suicidas || Texto de Juan Francisco Hernández

Para mi amiga,
Guille Zavala Monroy  

El pelo a la garçon de Alejandra Pizarnik, rozando el colchón, pegado a un muro negro, cubierto con recortes de revistas, cajetillas de cigarrillos y poemas sueltos. El mar que tragó silenciosamente el cuerpo de Alfonsina Storni. La hiriente y violenta necesidad de George Trakl por su hermana y amante, Gretl. La vida entre dos puntos que caminó David Foster Wallace, con su bandana en la cabeza, para que su cráneo no explotase y para que las gotas del sudor veraniego de Tucson no cayeran sobre su literatura. Una literatura capaz de confortar al perturbado y de perturbar al confortable. El revólver bajo la almohada de Jacques Rigaut, que hizo con un disparo su obra maestra. La viudez angustiosa de Sándor Márai. La bailarina que dejó al joven Pavese esperándola, bajo la lluvia, mientras ella huía por la puerta trasera de un teatro. Los zapatos que se quitó el mismo Pavese y dejó al pie de la cama de un hotel de Turín. El tifus que mató al padre de Paul Celan y la bala en la nuca que mató a su madre. El sexy Cougar rojo de Anne Sexton. La biblioteca ambulante que Walter Benjamin llevaba a todos sus viajes. La madre tuberculosa de Marina Tsvetaeva, las cartas que escribió a Rilke y la teoría conspiratoria que involucraba a la nkvd en su suicidio. La langosta que Gérard de Nerval llevó a pasear con una cinta azul. La madrastra despectiva de Arguedas. El sombrío desasosiego que no abandonaba nunca a Akutagawa. El hilo rojo que unía el cadáver de Dazai con el de su amante (la leyenda japonesa dice que los enamorados están unidos por un hilo rojo y que, a su debido tiempo, irremediablemente, se encontrarán). El insomnio incurable de Kawabata y su búsqueda inagotable por hallar la armonía entre el hombre, la naturaleza y el vacío. La primera masturbación de Mishima frente al cuadro de San Sebastián de Guido Reni. El seppuku que, igual que Mishima, se practicó el sedentario viajero, letárgico aventurero y capitán sin barco, Emilio Salgari. El médico que dibujó un corazón en el pecho de José Asunción Silva. El jesuita que salvó a Jack London del escorbuto. La amante cubana de Ernest Hemingway, la odiosa forma que tenía su madre de llamarlo de niño, Dutch Dolly, los golpes que su padre le propinaba por nada, la devoradora inteligencia del escritor y su gran necesidad por demostrar su masculinidad. Las gafas oscuras y la apariencia de actor de cine de Gabriel Ferrater, mientras bebía galones de whiskey o ginebra Giró y lanzaba, sin pausas, virutas de humo de cigarrillo (se fumaba su buen campo de tabaco él solo) sobre sus mujeres o sobre las putas de la Rambla de Barcelona. Las camisas de obrero de Vladimir Mayakovski. El despreciable hijo de Leopoldo Lugones, Polo, pederasta, talentoso inventor y torturador, sádico colaborador de la dictadura de Uriburu. La tierna abuela de Reinaldo Arenas orinando de pie y hablando con Dios. El suicidio de Heinrich von Kleist y Adolfine-Henriette en la isla de Pfaueninsel y, 131 años después, el de Stefan Zweig y Frederike von Winternitz, en Petrópolis: dos poemas sobre el amor y el dolor. La ternura, la crudeza y la verdad en los poemas de Pedro Casariego. Las 24 horas que Virginia Woolf pasó devastada por una crítica a su sombrero. El tembladeral nebuloso que la escritora debió atravesar antes de lanzarse, con el vestido repleto de piedras, a las heladas aguas del río Ouse. El infierno alquímico de Jorge Cuesta, su castración y suicidio atroz. Las fotos de Hans Bellmer, donde aparece desnuda y encadenada Unica Zürn. La chica que quería ser Dios, Sylvia Plath, sellando puertas y ventanas y metiendo la cabeza al horno. La borrachera, hasta el alba, de Malcom Lowry y Dylan Thomas en Vancouver; Ícaro y Faetón, precipitándose al vacío. Unas líneas sobre el gran itinerario del viaje sin retorno. Entre la angustia y la serenidad, la desconexión con el mundo, la incomprensión, la locura y el dolor, los peligros de la escritura.

***

Autor: Juan Francisco Hernández (CDMX, 1971). Profesor universitario, escritor y fotógrafo. Desde hace once años vive en Bélgica, donde trabaja como profesor en la Universidad Católica de Lovaina. También es fotógrafo documental, ha realizado exhibiciones de fotografía en Bélgica y en medios digitales. Ha obtenido un par de premios por sus relatos y por sus imágenes.