Más vista, antes que palabras || Ensayo de Víctor Hugo Espino

Diría Ellery Queen que el crudelísimo mundo moderno en que vivimos se muestra intolerante con los milagros. Ya no acaecen más milagros, a menos que sean milagros de estupidez o bien de avaricia nacional. Bien lo saben cuantos poseen un ápice de inteligencia.

Ellery Queen – Lámpara de Dios.

En el primer párrafo del aforismo «Gasolinera» de Calle de sentido único, Walter Benjamin escribe: “En estos momentos, la construcción de la vida se halla mucho más bajo el dominio de hechos que de convicciones”.

Resulta místico el augurio del filosofo alemán del siglo XX sobre la evidencia de nuestro tiempo. Y esta evidencia no se refiere a la forma en que se propaga la información, sino a la acogida de la mayoría al coincidir en gustos y opiniones. Tampoco se refiere a las pruebas científicas, sino aquellos hechos que enlazan con la estupidez y merecen el aplauso por la mayoría de habitantes de esta orbe.[1] La borregada gobierna sempiternamente. Nuestra era está dominada quizá por hechos que son consecuencia de la facilidad y la comodidad, productos estos de la especialización tecnológica.

M. Heidegger comprendió el final de la metafísica con la aparición de la técnica que desarrolla el ser en los hechos, los crea, los moldea e implanta en ellos el ser del hombre. Precisamente él considera que la técnica sobrepasa a la actividad humana para dar paso al ser en los hechos. Pero, tanto Benjamin y Heidegger coinciden en que no hay convicciones.

Mucho antes que estos intelectuales, F. Nietzsche anunciaba la importancia del sentido histórico para el hombre del porvenir, porque este posibilita el método genealógico en el que la búsqueda por lo verdadero no está determinada por la creación, sino por el funcionamiento en un tiempo específico.

Para Nietzsche no es importante tanto la actualidad cuanto la debilidad del hombre por la falta de sentido histórico. Es una visión apocalíptica ante el enfrentamiento con el pasado: no sin atender a la alegría que nace al apoderarse de las circunstancias. Por esta razón, el deprimido encarna al hombre actual; es decir, a aquel que desconoce la genealogía de su malestar y carece de sentido histórico. Pero, también muestra una sintomatología de la perdida de las convicciones.

Albert Einstein escribió en 1952:

De una persona que sólo lee los periódicos o libros de autores contemporáneos se dice que es como un miope que se burlara de las gafas. Depende por completo de los prejuicios y modas de su época, puesto que nunca llega a ver ni oír otra cosa. Y lo que una persona piensa por su cuenta, sin el estímulo de los pensamientos y experiencias de los otros es, en el mejor de los casos, bastante mezquino y monótono.

Sólo hay unas cuantas personas ilustradas con una mente lúcida y un buen estilo en cada siglo. Lo que ha quedado de su obra es uno de los tesoros más preciados de la humanidad. A unos cuantos escritores de la antigüedad debemos que la gente de la Edad Media se librara poco a poco de las supersticiones y de la ignorancia que habían ensombrecido la vida durante más de cinco siglos.

No hay nada mejor que superar la presuntuosidad modernista.[2]

De esta cita se extrae el anhelo de las convicciones que antaño “unas cuantas personas ilustradas con una mente lúcida y un buen estilo en cada siglo” descubrieron e impregnaron en infinidad de escritos que nuestros coetáneos consideran simplemente clásicos y que la opinión conoce porque la mayoría leyó o consultó algún momento de su vida.

La opinión de Albert Einstein podría ser una recomendación tajante cuando se entiende la superación de la presuntuosidad como aislamiento voluntario ante la estulticia de época. En otras palabras, la superación de la presuntuosidad se logra cuando se deja de ser “mezquino y monótono”. Estos rasgos definen al hombre enajenado, al que no puede pensar en otra cosa, pues está sujeto a “los prejuicios y modas de su época” que muestran como “la construcción de la vida se halla mucho más bajo el dominio de hechos que de convicciones.”

En su libro Modos de ver, el crítico de arte John Berger explica cómo la posición del espectador determina el análisis de lo visto. Este modo de ver es la interpretación y explicación sobre la pintura o la fotografía. Exégesis sobre la patencia de las imágenes.

El modo de ver del fotógrafo se refleja en su elección del tema. El modo de ver del pintor se reconstituye a partir de las marcas que hace sobre el lienzo o el papel. Sin embargo, aunque toda imagen incorpora un modo de ver, nuestra percepción o apreciación de una imagen también depende de nuestro propio modo de ver.

John Berger – Modos de ver

Los modos de ver no se explican por medio de la experimentación colectiva, sino individual; y nos aíslan de la borregada. Estos modos de ver no se determinan por el gusto, sino por la experiencia de lo humano en sí. Por el contrario, es necesario reconocer que no existen experiencias aisladas de las que se puedan decir que son únicas. Esto no contradice lo individual, sí lo colectivo; el primero pertenece a lo humano, el segundo a lo mundano; uno perdurable, el otro pasajero; uno se rige por las convicciones, el otro por los hechos.

Así pues, un clásico crea comunidad y comunica algo, porque también es un modo de ver. Pero, qué es una convicción sino el sentimiento lúcido de seguridad…


[1] La mayoría de los trabajos dedicados a explorar los memes como “participación pública” y como estupidez voluntaria son abordados en distintos artículos académicos de lengua inglesa. La noción de estupidez es propuesta por Jaron Rowan en su libro Memes: inteligencia idiota, política rara y folclore digital, editado por Capitán Swing.

[2] Breve escrito que Albert Einstein tituló “La literatura clásica” y fue publicado en 1982 en el volumen intitulado “Mis creencias”.

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Autor: Víctor Hugo Espino Hernández, licenciado en Filosofía, ha colaborado en distintas páginas electrónicas, entre ellas destaca Primera Página, La piedra de Sísifo, y escribe notas periodísticas para Quadratín CDMX

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