El otro está allá, al otro lado. Se me enfrenta como lo opuesto, pero en la edad moderna también nos otorga y nos garantiza la existencia como seres conscientes, pero además concretos, materiales: “La autoconciencia es en y para sí, en cuanto que y porque es en sí y para sí para otra autoconciencia», afirma Hegel en la Fenomenología del Espíritu. En pleno modernismo, Sartre ve a al otro como la mirada que nos enfrenta y nos da consistencia, nos hace existir, pero es a la vez un inevitable testigo que nos condiciona, nos fija en su juicio y se adueña de la imagen que nos define. Ya tan sólo no es el otro el bárbaro étnico y cultural, nómada, que se instala en las plazas de la ciudad y para alimentarse arranca bocados de los animales vivos ante la consternación de los vecinos, según el cuento de Kafka. Las posibilidades del otro se despliegan desde el doppelgänger que es una emanación vaga, el reverso, la sombra de uno mismo, que puede ser la sombra que te niega e invierte, desde tu misma hasta entonces inviolable e irrepetible identidad, hasta el ente satánico que se posesiona de tu cuerpo y vulnera lo más sagrado del yo, que puede perder la unicidad, ya que el invasor puede ser toda una legión. La otredad también nos puede invadir desde fuera, desde un mundo alternativo, pero quizás inverso, reflejo y donde quizás haya una contraparte tuya, la que se refleja en el espejo.
Etiqueta: Ensayo filosófico
Más vista, antes que palabras || Ensayo de Víctor Hugo Espino
Diría Ellery Queen que el crudelísimo mundo moderno en que vivimos se muestra intolerante con los milagros. Ya no acaecen más milagros, a menos que sean milagros de estupidez o bien de avaricia nacional. Bien lo saben cuantos poseen un ápice de inteligencia.
Ellery Queen – Lámpara de Dios.
En el primer párrafo del aforismo «Gasolinera» de Calle de sentido único, Walter Benjamin escribe: “En estos momentos, la construcción de la vida se halla mucho más bajo el dominio de hechos que de convicciones”.
Resulta místico el augurio del filosofo alemán del siglo XX sobre la evidencia de nuestro tiempo. Y esta evidencia no se refiere a la forma en que se propaga la información, sino a la acogida de la mayoría al coincidir en gustos y opiniones. Tampoco se refiere a las pruebas científicas, sino aquellos hechos que enlazan con la estupidez y merecen el aplauso por la mayoría de habitantes de esta orbe.[1] La borregada gobierna sempiternamente. Nuestra era está dominada quizá por hechos que son consecuencia de la facilidad y la comodidad, productos estos de la especialización tecnológica.