I
La mañana empieza
con un fósil
de resina incendiaria.
Chispazos
devenidos
humo
de venidos
hubieses que,
romos,
se han ido
fermentando.
La mañana empieza
con un fósil
de resina incendiaria.
Chispazos
devenidos
humo
de venidos
hubieses que,
romos,
se han ido
fermentando.
Conduce el río al caimán. Es cierto, pero corriente arriba,
Eduardo Lizalde
sería peor; conduciría a los dioses que crearon al caimán.
A mediodía el sol reposa sonriente
en el sofá arlequín.
El invierno también trae consigo calor:
uno a uno van llegando,
en silencio o a carcajadas,
los monosílabos de la familia.
Un yo es un tú en un él,
que se multiplica en un ellas,
y en un nosotros y en un ustedes,
en el centro cristalino de la mesa
sobre la alfombra avellana.
Otro, en un mismo cuerpo, pero es otro,
memoria tímida en la sombra
aspira la humedad,
bebe lo idéntico,
pero es otro.
la suerte se sienta
con sus dos caras probables
fumando y murmurando uno que otro prejuicio
qué poco elegante el que va de tenis
ha de traer pisando también el corazón
no está de moda llevar la nostalgia en un collar
ni los gustos grises de la ropa
quiere disimular cuando la miro
jugar a que no me atraviesa
los huesos
a que no vislumbra
en mí
una casa embrujada
por la apatía
fuma y desvía la mirada
escupe [por escupir]
tremendas bocanadas de humo
con voz ronca dice nada
aunque intenta
[políticamente]
decir un perdón
Vivimos en un mundo material, y sólo somos capaces
Stefan Zweig
de comprender lo que se ofrece visiblemente a nuestros sentidos.
Sus letras
simbolizan la nostalgia
del café de olla
que preparaba la abuela,
la seguridad
del plato de frijoles negros
en la mesa,
la alegría de nuestra madre
al enseñarnos
a freír un huevo en el sartén.
Condimentar la vida se aprende.
Oler el paso del tiempo se hereda.
Capear la tristeza se aprende.
Inventar la lista del yo se hereda.
Nosotros sazonamos los días.
Adobar la voz interior nutre el ser.
La chispa de los rituales aviva
fuego del corazón de toda historia.
Cuando me aumenten las penas
Violeta Parra
Las flores de mi jardín
Han de ser mis enfermeras
Durante sus últimos días, mi
abuela perdió toda conciencia del
tiempo y del espacio.
A mi abuela
Temes no ser tú
con la luna en tu cabello
y el pequeño cuerpo
con cicatrices de tiempo;
le temes al otoño, al tuyo.
Veo cómo te mueves
entre las hojas
senescentes
y me angustio.
Cuando llegue el invierno,
¿qué haré sin ti?
Este es el principio cuando la palabra de los abuelos
era turquesa de dioses ígneos
ahora embolsan —con la obligada ecología—
la caja de cereal, los medicamentos
al tiempo que sus manos conocen la vida labrantía
callada en las ofertas de pasillos
Iban las plantas de tus pies tan cenicientas
eludiendo cangrejos corcholatas ciertas rocas
cuando las olas del mar hadas madrinas
confeccionaron para ti
haciendo hocus pocus con la espuma
dos zapatillas de cristal salino
sonaban como agitar caracolas en las manos
tan presto en cuanto ya mujer te aventuraste
a sondear los castillos en la arena
buscando el musculado roce de pulso lapislázuli
hasta que dieran las doce:
mediodía.
Para Liz
Un día el tiempo nos hace un resumen
donde regresa aquel recuerdo
que se fue, pero alguien pide que lo exhumen.