El cuarto de los cachivaches
En el lugar más distante,
entre sombras y alucinaciones,
se descubre un espacio.
No poseía cosas,
estaba congestionado de historias.
En el lugar más distante,
entre sombras y alucinaciones,
se descubre un espacio.
No poseía cosas,
estaba congestionado de historias.
—¡Daaaamas y caballeros! ¡Ésta es la primeeera llamadaaa! ¡Primeeeera llamadaaa! —resonó por las bocinas la voz afelpada del maestro de ceremonias.
En su remolque destartalado, Carlos oyó el anuncio y revisó su reloj: apenas le quedaba tiempo para arreglarse. Desganado, se levantó de su catre oxidado y buscó su rostro en el espejo. Su reflejo lo tomó desprevenido: no se reconoció a sí mismo, a esa maraña de arrugas que lo miraba al otro lado, como desaprobándolo, desde la severidad de sus ojeras.
Me gusta pensar que no me repudian,
es mejor creer que las cordilleras del tiempo
se desgajaron sobre los párpados de mis hijos.
Ayer… ¿Qué pasó hoy?
Lo único que te une al pasado son las memorias,
los recuerdos de un déjà vu vivido.
Sin ellos atándote,
es como entregarse a la Muerte;
sin memorias que sustenten tu vida,
es como suspenderse en la Nada.
Don Pablo dormitaba en la mecedora, instalada bajo el amplio alero de la vieja casona. Por la galería corría un poco de aire fresco, que resultaba agradable, para contrarrestar los efectos de la tarde veraniega. La calma, obligada por la intensidad del sol, se había adueñado del jardín y sólo podía oírse un vago rumor de hojas y algún insecto, que trajinaba a la sombra de los arbustos.
A Luis Mizar Maestre
Este cuerpo traidor
ha tatuado en mi piel
relatos que ocultan
briznas de oscuridad.
Como una flor que se marchita
por el tiempo que la desgasta;
como un arpón que debilita
a una criatura con piel vasta;
como un árbol que la edad seca
con la vejez y su calor;
como arma con la que se peca
y no se usa más por pudor.
Alejado más cada día
de la amarga miel de la vida,
que antes tanto yo quería
y que ahora de mí se olvida
al arrugar mis firmes manos,
al decolorar mis cabellos,
al oxidar mis dientes sanos
que antes blancos lucían tan bellos.
Cada vez más cerca estoy
de hacer de mi cuerpo un baldío,
ése es mi futuro, allá voy,
mi destino nunca fue mío.
El reloj no da tregua, corro
por alcanzar un solo segundo
que me robó el astuto zorro
gordo y redondo como el mundo;
nada obtengo, ni una migaja
queda de la persecución
a la más valiosa alhaja
y me hundo en la consternación.
Por cualquier cosa envejezco:
si como, si duermo, si vivo,
si río más viejo parezco
y con ninguna acción revivo.
Por más que del inevitable
tiempo huya, él viene a recordarme
con su muda voz nada afable
que está más cerca de abrasarme.
Somos lo que nunca fuimos
marcados por la brújula fugaz
del universo personal,
somos la cosecha de sueños
amontonados en la canasta
desconocida del porvenir
que entonces no pudimos sentir.
Dedicado a Armando Tejada Gómez, autor de la “Zamba del Laurel”
Si lo verde tuviera otro nombre, debería ser el tuyo. Hoy vuelvo a la orilla del río, mucho más cerca de la ciudad de entonces y ahí estás con tu vincha azul y las dos trencitas.
Recuerdo bien al viejo. Sentado en su rincón, inmóvil, ausente. Estatua de cobre que respira. Nudillos hinchados, cicatrices abultadas y un ojo ciego. Reposaba entonces en su banquillo como tanto tiempo atrás, esperando el siguiente campanazo, con el cuerpo inclinado hacia adelante, como ansiando salir para poder saber si aún quedaba algo de lucha en sus cansadas piernas. Gruñía, refunfuñaba y se quejaba. Sobaba sus costillas maltrechas intentando sacarles un golpe que hace mucho dejó de estar ahí. Luego apretaba sus nudillos doloridos e hinchados, pasaba la mirada por las cicatrices de sus manos mientras hacía recuento de qué fractura llegó en qué pelea y cerraba sus puños con fuerza para hacer crujir sus articulaciones.