Etiqueta: Cuentistas mexicanas

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Ombligo de escombros perdidos – Cuento de Melissa Tarabay

Para la Sisa, Chalis y Alita de quince, trece y once años respectivamente

La neblina de ese mediodía dijo más acerca de los sentimientos de aquellas hermanas que ellas mismas. Fue en una gran casa azul deslavada, con las paredes carcomiéndose por la humedad del musgo saliendo en las esquinas, donde el silencio retumbó más que la respiración de veinte personas esperando por su llegada; fue en el patio desnivelado, con dos perros ladrándole a los pájaros que merodeaban la jaula abierta para tomar agua y comer alpiste, donde Margarita apuntó a la pequeña Alicia en la casi comisura de su boca e hizo sonar un rifle de copitas; fue en aquella esquina de la mesa rectangular con atole y galletas encima, vestida de manteles blancos con bordados en las orillas, donde estaba sentada Sarita, quien escuchaba al señor Rodríguez dirigiendo sus mentiras fijamente a esos grandes ojos y pobladas cejas. Le decía que pronto aparecería su papá, que no pudo ir tan lejos de aquel pueblo seco y polvoso. 

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Pensamientos de un terreno baldío – Cuento de Melissa Tarabay

Siempre quise ser un riachuelo, de esos que cruzan senderos y anuncian su llegada a la distancia con el olor perfumado de la tierra mojada que lo abraza. Siempre he querido ser un simple movimiento que no conoce pausas, tan ligero que hasta las rotas hojas secas y piedras solitarias, cayendo en mí para perderse en el fondo, pudieran resurgir con el vaivén de mis ondas acuáticas.

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Deseos || Cuento de Andrea Jocelyn Mora Méndez

*Fotografía documental de la obra La promesa de la artista mexicana Teresa Margolles

El camino era largo y peligroso. Sabía que no sería sencillo y que podía no llegar a su destino final, pero no le importaba. Ya no había nada que perder. Ya lo había perdido todo y no podían arrebatarle nada más… Todo se lo habían llevado, todo, todo. Le quedaba el miedo y el dolor. Ojalá se llevaran eso también y no sólo lo bueno, ojalá le quitaran su dolor y se pudrieran por dentro como ella se sentía, ojalá su dolor y su miedo los paralizara y los consumiera, ojalá también llevaran huecos y ausencias como los de ella.

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Estoy encomendado a Dios || Cuento de Mariana Morales Campos

Si hubiera sabido la verdad, habría hecho algo por él. Miré al anciano en el piso, a punto de tocarme. Con largos cabellos y barba espesa, de sus ojos sobresalía una expresión airosa. Bien dicen que la esperanza es lo que muere al último. Retrocedí, inquieto por el olor a trapo sucio combinado con aceite. Sabía que toda su vida se había dedicado a destapar caños en casa de doña Bertha; yo era el encargado de llevarle en una bolsa el recipiente con los restos de la comida: medio tazón con sopa y tortas de carne en chile verde. Agradecido, siempre me acariciaba la cabeza. La mano pesada y los dedos ásperos al contacto con mi piel me provocaban una calidez tremenda, de ésa que uno guarda sólo para la familia.