Para la Sisa, Chalis y Alita de quince, trece y once años respectivamente
La neblina de ese mediodía dijo más acerca de los sentimientos de aquellas hermanas que ellas mismas. Fue en una gran casa azul deslavada, con las paredes carcomiéndose por la humedad del musgo saliendo en las esquinas, donde el silencio retumbó más que la respiración de veinte personas esperando por su llegada; fue en el patio desnivelado, con dos perros ladrándole a los pájaros que merodeaban la jaula abierta para tomar agua y comer alpiste, donde Margarita apuntó a la pequeña Alicia en la casi comisura de su boca e hizo sonar un rifle de copitas; fue en aquella esquina de la mesa rectangular con atole y galletas encima, vestida de manteles blancos con bordados en las orillas, donde estaba sentada Sarita, quien escuchaba al señor Rodríguez dirigiendo sus mentiras fijamente a esos grandes ojos y pobladas cejas. Le decía que pronto aparecería su papá, que no pudo ir tan lejos de aquel pueblo seco y polvoso.