Fotografías de Metzli Alicia Escalante Peña A un año de la primera manifestación #NoMeCuidanMeViolan, convocada en la Ciudad de México tras las acusaciones a cuatro uniformados por violación, donde activistas lanzaron brillantina morada a Jesús […]
Fotografías de Metzli Alicia Escalante Peña A un año de la primera manifestación #NoMeCuidanMeViolan, convocada en la Ciudad de México tras las acusaciones a cuatro uniformados por violación, donde activistas lanzaron brillantina morada a Jesús […]
A cien años de su nacimiento, las advertencias sobre lo que podría ser el futuro del escritor estadounidense se vuelven más importantes que nunca. Su amor y esperanza sobre las bibliotecas y los libros son […]
Entre el tic y el tac del reloj,
hay un silencio.
En él podrían caber todos los gritos,
en él podrían caber todas las penas,
todas las suplicas y todos los reproches.
Las seis imágenes no forman parte de una misma serie, fueron tomadas en momentos distintos. Sin embargo, cada una de ellas es un intento de retratar aquello que se pone en juego al momento de actuar, de decir, de ser: el retrato de los cuerpos y sus experiencias.
Ilustración de Carlos Gaytán
Un hombre australiano fue denunciado en México por usar fotos y videos de mujeres sin su consentimiento para promocionar sus productos y servicios de seducción. Brad Hunter o Bradicus se dedica a viajar por el mundo y ligar con mujeres locales que utilizan aplicaciones de citas, registrar el contenido a través de videos y luego incluir el material en un curso que vende como la guía definitiva para la seducción online. En su canal de YouTube algunos videos muestran elaborados mecanismos que incluyen una fila de teléfonos celulares y un brazo robótico con una punta que conduce la electricidad suficiente como para que la pantalla deslice hacia la derecha y haga match automáticamente con la mayor cantidad de mujeres posibles. Otra de sus técnicas era la programación del envío de mensajes en WhatsApp a través de una cuenta de negocios y un software automático.
Uno de los últimos capítulos de la popular serie estadounidense Los Simpsons propone, desde el humor, un robot llamado Afirma-bot, diseñado para escuchar a las mujeres, cuya única reacción son frases afirmativas y asentimientos con la cabeza. Esta broma nos hace pensar en los roles de género convencionales derivados a partir del modelo de familia de los años cuarenta y cincuenta, según los cuales las mujeres tienen la necesidad irrefrenable de verbalizar todo, cosa que los hombres jamás podrán entender. Esta idea, que pervive hasta en comedias románticas recientes y rompedoras, ha sido estudiada desde varios enfoques, incluso el científico. De hecho, estudios recientes demuestran que, aunque el cine nos cuente que las mujeres hablan, son los personajes masculinos quienes más líneas y tiempo en pantalla tienen, incluso en películas protagonizadas por mujeres. ¿Cómo explicar esto?
Por la vergüenza que sentí,
por la cara colorada que puse cuando me preguntaron por mi abuela,
por la amnesia que fingí cuando la humillaron,
porque las cosas un día se vuelven demasiado,
el silencio perfora las venas,
las incendia,
y arrastra el cuerpo a los abismos de no dejarse de mover.
No sé en qué momento de la historia decidimos negarnos a nosotros mismos, nuestros cuerpos y nuestra animalidad. Tal vez fue por culpa de la soberbia que nos hizo pensar superiores a otros animales. Tiempo después, llegó el dios cristiano y, por medio de la culpa y la vergüenza hacia nuestros cuerpos, maldijo a nuestros dioses sodomitas. Largo tiempo nos persiguieron y quemaron; así, la animalidad fue sepultada, negada e ignorada. Esta sagrada triada: cuerpo, animalidad y placer fue tachada de “monstruosa”.
Ilustración de Aimeé Cervantes
Desde que descubrí las ilusiones ópticas aprendí a desconfiar de mis ojos. La primera que vi fue el dibujo de una joven con sombrero de plumas y vestido victoriano, de quien sólo se observaba el ángulo de la mandíbula, la oreja y las pestañas de un ojo. Tenía la leyenda: “¿Y tú qué ves? ¿Una muchacha que mira hacia otro lado o una señora de nariz grande?” Mi madre veía a la anciana, pero yo no podía dejar de observar a aquella muchacha que desdeñaba mirarme. Hasta que, por la gracia del insistente, la vi. Las vi a ambas. Ese pequeño engaño me produjo una especie de vértigo, como el que buscaba al girar en las tazas locas de la feria. Aquel viejo “ver para creer” perdió su dogmatismo. Había germinado la semilla de la sospecha.
El contexto de la pandemia ha vuelto evidente una realidad que anteriormente aparecía eclipsada ante los intereses de algunos: los museos no son espacios externos al mundo social dentro del cual se generan y se inscriben. Más bien, los museos son aparatos que, consciente e inconscientemente, construyen y reflejan su ambiente social y por lo tanto deben responder a las demandas de sus entornos. A raíz de la crisis sanitaria que enfrentamos actualmente, a las instituciones museísticas no les ha quedado de otra más que reconocer esta certeza y adecuarse, de manera muy general, a las circunstancias de sus escenas. Ahora que se comienza a plantear la reapertura de algunos museos en la Ciudad de México, debemos aprovechar el diálogo y la transformación que en mayor o menor medida se ha generado desde estos espacios, para exigir que el diálogo se vuelva permanente. Antes de regresar a los museos, exijamos el replanteamiento de su pertinencia en la actualidad: ¿Museos para qué? ¿Museos para quién?