Categoría: Letras

Un panorama de amplio espectro en torno al fenómeno de la palabra escrita

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Crónica de un viaje por Bucarest (III)

He leído en bastantes lugares, especialmente en redes sociales, que la ciudad es aquel libro que se lee con los pies. La fascinación urbana que la literatura despertó cumple ya un poco más de dos siglos. Este deslumbramiento se inaugura en el París de la segunda mitad del siglo XIX, donde el arquitecto Haussman decide borrón y cuenta nueva de la ciudad medieval, por lo que comienza a destruirse para dar pie a la metrópoli de la luz, la del centro de la universalidad, o por lo menos de ese Occidente decimonónico. París fue modelo de otras ciudades, como la Ciudad de México, que quiso copiarle sus largas avenidas y jardines, e incluso hoy podemos encontrar los vestigios del afrancesamiento resistiendo a los violentos embates de la gentrificación en la colonia Roma y en la Condesa de la capital mexicana. 

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Al otro lado de la infancia: “El libro oscuro”, de Yarezi Salazar

Cuando nos encontramos con un libro para niños solemos pensar que cumple con una sencilla y única función: entretener. Si bien es básico pensar que la literatura infantil ―entendida como un compendio de obras dirigidas a públicos de cierta edad― sea recreativa y hasta divertida, esto no implica que sea simple en cuanto a estilo. Sobre todo, no supone que el tratamiento de los temas sea superficial. A los niños no se les facilitan lecturas sobre política, sociedad o biología, por la aparente distancia que pueden tener con esos intereses. Sin embargo, los cuentos infantiles, por ejemplo, permiten desarrollar la imaginación, el intelecto y, poco a poco, fomentar la capacidad de reconocer las propias emociones a partir de sus personajes. Así, la literatura infantil permite que los niños logren entenderse como individuos, al analizar su ser interior, de modo tal que sean capaces de identificarse con el otro sin importar el tema. 

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Editorial (julio) – Apuntes para aproximarse a la narcoficción y la narcocultura

Ilustración de Darío Cortizo

Desde una perspectiva antropológica, la cultura “distingue a la especie humana de todas las demás especies”. Desde esta óptica, la cultura es algo intrínseco a cualquier fenómeno humano, por ello, no existe una baja y alta cultura, “pura” e “híbrida”, así como tampoco es posible “tener” o “no tener cultura”. Todo influye en la configuración subjetiva: tiempo, espacio, política, sociedad, tecnología, costumbres, gustos, intereses, redes sociodigitales, tabús, entre otros. Sin embargo, existen estigmas y falsedades elitistas que condenan e incluso censuran ciertas manifestaciones culturales. Ejemplo de ello es la ostentación de dinero, lujos, poder, armas y elementos relacionados con la violencia, el narco y las estructuras de poder semejantes. La presencia de cada uno de estos aspectos se refleja también en diversas producciones artísticas y culturales. 

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Transbiografía colectiva: reseña de “Orlando: mi biografía política”, la ópera prima de Paul B. Preciado

Las biografías son en realidad narrativas de las metamorfosis. El tiempo, las condiciones, la historia, la política y la vida en sociedad nos transforman constantemente. Tanto, que este género literario se encuentra plagado de elipsis temporales: ¿Qué pasó de 1939 a 1945? O Inicia su etapa de madurez. Algo nos cambia de adentro hacia afuera. Emergemos como una estatua esculpida por la exacta técnica de la danza química, fisiológica y poética de nuestro cuerpo.

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En la soledad de la frontera corporal: la poesía de Gabriela Aguirre

Vagando por los raros caminos de la curiosidad clasificatoria, ésa que busca sin cesar definiciones de palabras —algunas que escuchamos y otras que imaginamos—, me encontré con la palabra “transterrestre”, la cual necesita otra más para acompañar su significado. Existe una maniobra propia de la ciencia espacial que consiste en insertar una nave, tripulada o no, en la órbita terrestre: se conoce como inyección transterrestre. Se lleva a cabo bajo las siguientes condiciones: un cohete es propulsado con cálculos precisos y esperando la condición de que la Tierra esté orbitando a nuestra luna. La nave queda, entonces, inserta en la profundidad del cielo, con la posibilidad de regresar libremente a su origen. Con una maniobra bellísima de propulsión y cálculo, Gabriela Aguirre (Querétaro, México, 1977) logra insertar su poesía en ese cielo donde duermen las palabras que nacieron de la noche, de la ausencia de tierra, del soñar para dejar de extrañar. 

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Pipo, “El marinerito” – Microrrelato de Baltasar Botavara

Había una vez, en los tiempos de la intrepidez, un Pipo marinerito, hijo de Mímir y Ran, que un barquito quería comprar porque quería salir a navegar, pero en su reino no lo podía negociar porque como aquel allí no había ninguno igual, así que lo compró en otro reino muy lejano, mucho más lejos que Fram, ese el del astillero Fujian.