Editorial (julio) – Apuntes para aproximarse a la narcoficción y la narcocultura

Ilustración de Darío Cortizo

Desde una perspectiva antropológica, la cultura “distingue a la especie humana de todas las demás especies”. Desde esta óptica, la cultura es algo intrínseco a cualquier fenómeno humano, por ello, no existe una baja y alta cultura, “pura” e “híbrida”, así como tampoco es posible “tener” o “no tener cultura”. Todo influye en la configuración subjetiva: tiempo, espacio, política, sociedad, tecnología, costumbres, gustos, intereses, redes sociodigitales, tabús, entre otros. Sin embargo, existen estigmas y falsedades elitistas que condenan e incluso censuran ciertas manifestaciones culturales. Ejemplo de ello es la ostentación de dinero, lujos, poder, armas y elementos relacionados con la violencia, el narco y las estructuras de poder semejantes. La presencia de cada uno de estos aspectos se refleja también en diversas producciones artísticas y culturales. 

En el contexto mexicano, pueden enumerarse diversos casos que abordan esta temática: los corridos tumbados, los narcocorridos, películas como El infierno (Luis Estrada, 2010) u obras literarias como Perra brava (Orfa Alarcón, 2010) y Los trabajos del reino (Yuri Herrera, 2010). La lista, en realidad, se vuelve interminable. Por supuesto, el contexto mexicano de la guerra contra el narcotráfico, la corrupción, los estragos del capitalismo y el neoliberalismo se vuelven determinantes en la conformación del tejido social. No se puede obviar la presencia de tales problemáticas ni la normalización de sus consecuencias. Como en toda creación artística, la realidad es el principal asidero, por lo que se parte de este punto siempre, ya sea para retratarla, satirizarla o incluso alejarse de ella. Cabe preguntarse, por tanto, ¿cómo nos relacionamos con estas muestras? ¿Qué hay detrás de estas manifestaciones? ¿De qué manera las asimilamos a nuestra vida? ¿Qué implicaciones tiene aceptar o rechazar estas manifestaciones relacionadas con el imaginario del narcotráfico?

Corridos: tumbados, bélicos, alterados

Históricamente, el corrido ha sido uno de los géneros más enraizados en la cultura musical mexicana, sobre todo al norte del país. Incluso antes de su popularización en la época de la revolución, el corrido ha fungido como el recipiente en el que, a lo largo de los siglos, las clases populares han retratado las historias, personajes y escenarios con los que conviven diariamente. Los octosílabos de sus versos, al igual que los romances españoles del siglo XV, enmarcan el relato de una cotidianidad transformada en épica. Desde entonces, los corridos han retratado la realidad revolucionaria, la del periodo caudillista, la de la conformación de la modernidad mexicana, el origen del narcotráfico y, por supuesto, hoy retratan un presente en donde la violencia, las drogas, los excesos y los lujos forman parte del día a día. Dentro de esta realidad, los corridos tumbados reflejan un estilo de vida que se ha originado como consecuencia de la crisis económica, donde las clases bajas se ven involucradas en función del posicionamiento del narcotráfico como una posibilidad de crecimiento social.

Es un hecho que figuras como Peso Pluma, Natanael Cano, Junior H o Eslabón Armado forman parte de un fenómeno fruto del nacionalismo de la música mexicana, al retomar una tradición de origen local con la intención de generar una nueva identidad urbana. Esto permitiría establecer vínculos con los referentes mexicanos para materializar así un género capaz de superar fronteras, incluso las que limitan las clases sociales, culturales o económicas. Por primera vez en la historia la música mexicana está en el top uno de las listas de reproducción mundiales. Sin embargo, ¿quién se beneficia del boom de los corridos tumbados? ¿Cuáles son las figuras que se validan y adquieren visibilidad dentro y fuera de los versos de las canciones? ¿Qué repercusiones, positivas o negativas, tienen estos fenómenos en las clases populares, principales afectadas del conflicto con el narco?

La crisis económica, social y política vinculada al estallido de violencia e inseguridad incitada por el narcotráfico pasa a ser un escenario irrelevante en el proceso de mercantilización y fagotización por parte de la industria musical internacional que devora y desecha géneros sin importar las implicaciones socioculturales que reflejan. El blanqueamiento de las escenas urbanas poco a poco desplaza los referentes étnico-raciales y sociales para hacerlos productos aptos para ser consumidos por la sociedad hegemónica. ¿Por qué el corrido tumbado no asestó el golpe final de su popularidad hasta que Peso Pluma, blanco, lideró el movimiento? El caso del corrido tumbado resuena en una larga lista de géneros como el reguetón, el afrobeat o incluso el funk brasileño que a lo largo de los años han sido devorados por la industria en una búsqueda insaciable de mercantilizar lo subalterno.

Narco gore y capitalismo snuff

Los alcances de los fenómenos relacionados con la violencia del tráfico de drogas, como bien puede intuirse, dejan víctimas a su paso. Las más notorias son las mujeres, lxs subalternxs y aquellos cuerpos que resienten las desventajas estructurales en sus modos de vida cotidianos. Como bien indica la antropóloga argentina Rita Segato, las narcomantas, las amenazas, la ostentación y los enfrentamientos se inscriben siempre en asesinatos, balaceras y guerrillas que se consolidan en violencia contra lxs más desprotejidxs. Sin embargo, lxs victimarixs también pueden ser víctimas. Al respecto, las ideas de la filósofa Sayak Valencia se han popularizado en los últimos años. Su tesis parte de que el excesivo glamour que rodea las todopoderosas figuras del narco es análoga a la exageración del cine gore, y que sus protagonistas son sujetos endriagos (mitad hidra, mitad dragón) que vanaglorian su propia corrupción ante la amenaza de volver a la precariedad.

Así, tenemos como resultado a Tony Montana, El Chapo Guzmán, y Pablo Escobar abstraídos en un espacio que no es el de sus leyendas. Ellos son protagonistas de un obra teatral que también es un modo de producción y sostiene al narcoestado, la violencia y el consumo de sustancia, se llama “capitalismo gore”, y los espectadores aman y odian a aquellas figuras en la misma medida en la que aman y odian la sangre, las vísceras, los excesos y el dinero. El verdadero riesgo es que el capitalismo gore deje de ser una exageración y se convierta en realidad: una película snuff que retrata la violencia tal y como es, lejos de su encanto cultural. Pero tal vez todo esto ya es una película snuff, un corrido hipertumbado y todo lo que las adorna es una gran campaña de marketing digna de la última producción de Disney.

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A propósito de estas manifestaciones, problemáticas y consecuencias, es importante discernir entre las distintas categorizaciones culturales: narcocultura y narcoficción son conceptos cercanos, con aristas en común; no obstante, responden a términos disímiles. Para Ainoha Vásquez, en entrevista para El País, “La narcocultura es la que producen los narcotraficantes para los narcotraficantes; y las narcoficciones las produce gente que no tiene nada que ver con el narcotráfico y para gente que no tiene nada que ver con el narcotráfico”. Ni los corridos tumbados ni las series sobre capos ni la narcoliteratura son la causa directa de los asesinatos, de los miles de feminicidios, de la crisis económica. Todos estos referentes son piedras que han ido ensamblándose por encima de una crisis social y que en su conjunto construyen la punta del iceberg que vemos hacia dentro.

En suma, resulta necesario cuestionarse individualmente qué productos culturales se consumen y por qué. No se trata de señalar qué es mejor o peor, si la “cultura de masas” es tóxica en sí misma, sino de visibilizar que todo ello forma parte de un constructo en el cual también hay una participación individual. Atender esa amplitud de enfoques también implica concientizar sus orígenes y sus alcances para desentrañar que no se trata de un espectáculo cultural, sino un reflejo de la marginalidad, la subalternidad, la falta de oportunidades y los anhelos desproporcionados de alcanzar la riqueza a cualquier costo.


Ilustrador: Darío Cortizo Morelia (Michoacán, México, 1999). Estudió la licenciatura en Arte y Diseño en la Universidad Nacional Autónoma de México. Desde 2020 ha trabajado como ilustrador y caricaturista en revistas literarias. Sus principales temas de interés son el absurdo y el subjetivismo. Puedes seguir su trabajo en Instagram y Twitter.