Los datos son incendios
La niña de vestido no sabe que la miro
(la miro cuando ella camina rumbo a la escuela).
Temprano camina, para agarrar desayuno gratis.
Temprano camina, para evitar la peste de mirarse en los espejos.
La niña de vestido se busca en las páginas raídas del texto de estudio (primer año de educación media, creo. Estudia en un liceo grande, muy grande, con nombre de presidente de la república). La niña de vestido espera que los poetas españoles la iluminen, o que esos cuentos del boom latinoamericano contengan algo sobre la insoportable levedad de su país.
Tendrá:
5 clases en un día, 4 recreos, ½ pan, 2 sonrisas. Jugará a veces. Besará exploratoriamente al niño que la cela. Besará exploratoriamente a la chica que la cela. Leerá de pronto y escribirá más tarde, en el baño, que está aburrida, que pico pa’l que lee. Que odia su vida, que odia a su madre, que papi es un delincuente habitual.
En una esquina cercana, la iglesia y su cristo ―y todos los fieles, incluso― saben de su soledad (me refiero a la soledad de la niña del vestido). Sobre todo él (me refiero a Jesús, porque todos sabemos que Jesús sabe de la amargura de esa muchacha).
Todos sabemos que Jesús sabe de sus cortes en los brazos.
Todos sabemos que Jesús sabe que ha sido tocada por adultos (dicen que en un día de fiesta).
La niña de vestido no sabe que la miro cuando camina a la escuela.
Jesús no sabe que todos sabemos que le consuela saber que no es el único abandonado por su padre.
La miro y pienso que alguien, algún día (quizá alguna noche), hablará de ella diciendo que ese tipo de cosas no ocurren; que ella que papi que mami son la familia perfecta, que los datos sociales son inventos. Que los datos son incendios que se apagan.
Queman,
devoran,
mutilan,
pero se apagan.
*
Declaración de principios o las cosas que no pasan en este país (dicen)
Mírenos bien. Somos los personajes de un
cuento fantástico que usted contará a sus
bisnietos para ficcionalizar estos cuerpos que dicen, corrijo,
que escuchó decir que quizá alguna vez sufrieron de sed y pena.
Narrará con euforia, a veces, y dirá que
eran pobres, pobrecitos, pero que nada de
eso ocurre de verdad, que esas cosas son inventos,
que ese Chile es un cuento fantástico.
Que había casas pequeñas, de 40 metros cuadrados, dirá.
Que eran flojos los personajes, que por eso.
Que eran cholos los personajes, que por eso.
Dirá que es mentira que la gente se tomaba de
las manos y rezaba para evitar impuestos y hospitales.
Dirá que es mentira que se juntaban huesos en el mar.
Que no existen las violaciones,
que eso ficción,
que no existen (ni existieron ni existirán) países rotos,
que el kiltraje es otro invento.
Que eran morenos los personajes, que por eso.
Eso dirá.
Autor: Ricardo Sánchez Lara (Santiago de Chile, Chile, 1987). Es profesor de Lengua y Literatura y doctor en Ciencias de la Educación. Ha escrito algunos libros de poesía: El ejercicio del café (2008), Por si acaso alguien quiere llorar (2009), Casa de puta (2010) y Kick Boxing (2015). Estos textos corresponden a un proyecto llamado Poemas fantásticos, poemario en construcción donde el autor pretende abordar, mordaz y críticamente, los fenómenos sociales de la sociedad que habita.