Pintura: Hilas y las ninfas, de John Williams Waterhouse
Selene y Amarilis,
bellezas mías,
voces mías,
circunstancias mías.
¿Cómo hago para evitar en ustedes?
Creación literaria. Narrativa, poesía, minificción y otros híbridos.
Pintura: Hilas y las ninfas, de John Williams Waterhouse
Selene y Amarilis,
bellezas mías,
voces mías,
circunstancias mías.
¿Cómo hago para evitar en ustedes?
Los días se quedan atrapados en los pliegues de piel que se forman
/ en las esquinas de los ojos.
¿Sabes? Mamá decía que enero era el mes más largo
(desde que murió todos los días amanece enero)
No tenemos un lenguaje para los finales,
Roberto Juarroz
para la caída del amor,
para los concentrados laberintos de la agonía,
para el amordazado escándalo
de los hundimientos irrevocables.
Más abajo de la colina,
se mece el vientre en ruidos de cuchillo.
Acercándose el anochecer en el campo, estaba un chico oculto en la oscuridad de un cobertizo. En espera de su destino, debía permanecer escondido hasta la puesta de sol. Ésa era la condición para considerarse victorioso. La ansiedad aumentaba y sus latidos eran cada vez más fuertes, tanto que el temor se apoderaba de su cuerpo al pensar que, igual a un cuento famoso, su propio corazón lo podía delatar. Se decidió a hacer algo, pues sabía que era cuestión de tiempo para que fuese encontrado si permanecía en el mismo sitio. Observó cuidadosamente a diestra y siniestra y, al asegurarse que no había nadie, se apresuró a huir. Aunque de pasos ágiles, la respiración era pesada y sentía que lo observaban, lo sabía en su corazón: le habían encontrado o tal vez era paranoia. ¿Cómo estar seguro?
—Hemos pasado veinticinco años juntos y pienso que ya es momento de que cada quien encuentre su propio camino.
—Estoy de acuerdo. Pero ¿no crees que esta es una decisión arriesgada?
Es raro el hogar que no maneja o deshace la chismografía
Max Jiménez
Estaba fumando y bebiendo mucha agua, viendo por la ventana, cuando empezaron a sonar los carros, derrapando en la calle de tierra, y los balazos. Me alejé de la ventana, le di a lo que quiera que fuera eso el beneficio de la duda, y pensé que podían ser bombetas, que mi mente perversa quería que fueran tiros para tener, por fin, algo interesante qué contar.
A Vladimir Cano
A es un joven escritor de microrrelato. B es un personaje de A. A está escribiendo un microrrelato en el que B es un asesino.
El aire se llena de mundo,
de gramática
y sentido.
El azar y sus silencios
nadan hasta la orilla
para no fallecer
en el naufragio
de la razón.
El librero, en su primer ciclo, albergaba algunos ejemplares de literatura clásica. Tenía alguna idea de lo que eso significaba. Era una adolescente. Reservé, para el mueble, un sitial consagrado, el de cueva dentro de la selva del hogar. Como era un ente masculino cuyo semblante sobrio contrastaba con mi expectativa de cosmonave, lo poblé de águilas, cactáceas, hongos alucinógenos, piedras mágicas, silencios, cuencos sagrados y los libros de Carlos Castaneda, algunos de Krishnamurti, entre otros. Me prometí no tomarlos como parte de una tonta cultura libresca, pero fue justo lo que sucedió. En aquel entonces, no tenía interés para cuestiones racionales, sólo deseaba extender las alas del águila que habrían de pronunciarse en el vuelo infinito de la libertad.
La rueda del año comienza
ataviada de espectros visibles
de personas que salen al paso
develando al fin sus máscaras,
es la noche perfecta
la puerta entre los mundos se abre
y los que antes eran santos
sólo por una noche
asumen sus demonios.