La persecución – Cuento de Roberto Aguilar

Acercándose el anochecer en el campo, estaba un chico oculto en la oscuridad de un cobertizo. En espera de su destino, debía permanecer escondido hasta la puesta de sol. Ésa era la condición para considerarse victorioso. La ansiedad aumentaba y sus latidos eran cada vez más fuertes, tanto que el temor se apoderaba de su cuerpo al pensar que, igual a un cuento famoso, su propio corazón lo podía delatar. Se decidió a hacer algo, pues sabía que era cuestión de tiempo para que fuese encontrado si permanecía en el mismo sitio. Observó cuidadosamente a diestra y siniestra y, al asegurarse que no había nadie, se apresuró a huir. Aunque de pasos ágiles, la respiración era pesada y sentía que lo observaban, lo sabía en su corazón: le habían encontrado o tal vez era paranoia. ¿Cómo estar seguro? 

Miraba hacia atrás en cada oportunidad, observaba el cobertizo cada vez más lejos. Tal vez por arrepentimiento, quizá no debió salir de la seguridad que le propinaba dicha estructura; aun así, ya no había vuelta atrás, sólo podía seguir adelante y debía hacerlo con mucho cuidado, porque aunque los gentiles árboles le ayudaban a pasar desapercibido, los arbustos anunciaban su llegada sin interesarle sus circunstancias.

De pronto se detuvo. Había cometido un gran error: no estaba huyendo de su persecutor, sino que se estaba acercando a él; de hecho, estaba frente a él observando en dirección opuesta. Empezó a alejarse lentamente, pero una hoja seca en el suelo no estaba de su lado, pues, al momento de pararse sobre ella, no reparó en acusarlo a los cuatro vientos. Así fue como inició la huida del chico. La adrenalina le inundaba el cuerpo. Faltaba poco para que la oscuridad de la noche fuera su aliada. Le pisaban los talones y, sin importar qué giros o qué camino tomara, la distancia se reducía en lugar de incrementarse. A lo lejos observó una silueta conocida: era su madre. Si lograba llegar donde ella, tal vez todo terminaría a su favor.

Aún faltaban varios metros y su rival no daba cuartel, así que con el resto de sus energías se dispuso a alcanzarla, pero ya era muy tarde, una mano se estiraba y le tomó por el hombro mientras una risa de satisfacción macabra se escuchaba de fondo. Lentamente giró su cabeza para ver a su captor al rostro. Tenía una cara familiar: su propio hermano que, con una sonrisa burlona, le dedicaría las siguientes palabras:

—En el juego de mañana, será tu turno perseguir.


Autor: Roberto Aguilar (San Salvador, El Salvador, 1994). Escritor autodidacta, con textos publicados por Revista Brevilla, Revista Digital Cisne, E-Axolotl y R-A Editores. Seleccionado para la antología Letras 2022 (La Oca Loca). Autor del libro de cuentos Pétalos de Izote (R-A Editores). Finalista en el 12° Certamen “Picapedreros” de Poesía, Microrrelato y Guión (España).