Déjame reposar,
Algo sobre la muerte del mayor Sabines, Jaime Sabines
aflojar los músculos del corazón
y poner a dormitar el alma
para poder hablar,
para poder recordar estos días,
los más largos del tiempo.
Mi abuela decidió que un día dejaría de limpiar las telarañas que con insistencia tejían por debajo de la consola esos enormes insectos. Nunca supe cómo, ni tampoco las vi cuando tejían, pero era verdad lo que me dijo: “cazan a los descuidados”. Yo lo comprobaba cada cierto tiempo, cuando aparecían entre las redes algunas moscas cadavéricas, amarradas y chupadas, aniquiladas por esas monstruosidades de ocho patas. De vez en cuando, me sentaba en el piso a mirarlas con una lejanía curiosa, casi contemplativa, no sabía si dormían o si también me miraban del mismo modo. A veces llegué a pensar que sí me veían, que me estudiaban, porque cuando más valentía tenía para aplastarlas se alejaban hasta lo más profundo del mueble y no volvían a asomarse hasta el siguiente día.