I
Tu rostro
seducido por demonios,
tu matriz abierta al viento,
tu voz tan lejana
entre tus dedos/el canto
del jilguero que no ha vuelto
nunca más al árbol
que si logras recordar
estaba en ese parque
que dicen te gustaba tanto
El gran esfuerzo por significar la vida ha ido de la mano del intento por definir la muerte. ¿Qué es aquella noche, ausencia de recuerdos, que nos embriaga, atrae y angustia? Así como no se elige cómo nacer, no elegimos cómo morir. Primera Página te invita a reflexionar y crear alrededor de este tema, la muerte, sus recepciones y sus implicaciones socioculturales o artísticas.
Tu rostro
seducido por demonios,
tu matriz abierta al viento,
tu voz tan lejana
entre tus dedos/el canto
del jilguero que no ha vuelto
nunca más al árbol
que si logras recordar
estaba en ese parque
que dicen te gustaba tanto
«Si es delincuente que muera presto», estampa de Francisco de Goya
Desde que estaba encerrado, lo único que esperaba era que los guardias vinieran por mí. Ansiaba escucharlos andar hacia acá y que me sacaran de mi hermética celda, tan aislada del mundo que no podía siquiera tener una mínima idea de la hora, el día, la época. Cada vez que los escuchaba se me helaba la sangre, pensando que era momento de llevarme al paredón, sólo para escuchar los lamentos ―o percibir su ausencia― de otro prisionero arrastrado, y descansar con amargura otra noche.
Una mosca detuvo el vuelo en el borde de su plato de sopa. Él dio un manotazo lento y burdo; sus 83 años le habían quitado casi toda su movilidad, pero logró ahuyentarla.
Jueves 26 de septiembre, 2019. Una fotografía apareció frente al monitor de mi computadora: una pizza sonriente con ojos. Un mensaje lo acompañaba: ¡Amor, será nuestro Wilson! En la fotografía había algo evidente. La persona que me hacía escribir estaba acompañada de alguien más que no era yo. Tres segundos después perdí la voz. Esa fue una de las tantas veces en que he muerto.
Pintura: En la Mancha. Dulcinea del Toboso de Cecilio Plá y Gallardo
Cuando era niño, en el colegio nos enseñaban a no hacer nada. Nos animaban a que durante algunos minutos nos tumbásemos encima de la cama o en el sofá y nos perdiésemos mirando al techo. Te concentrabas tanto en un punto blanco sobre tu cabeza que llegaba un momento que parecía que estabas flotando e incluso costaba enfocar la mirada. Era en ese preciso instante cuando nacían las mejores ideas y la mente recargaba las pilas.
Gracias a Julia, retomé esa costumbre en mi edad adulta. Aprendí a despreocuparme. Cuando la conocí, trabajaba como jefe de prensa de unas bodegas en Toledo. Había estudiado dramaturgia y periodismo y era el máximo responsable de un grupo de actores y reporteros que elaboraban guiones teatralizados con el mundo del vino como telón de fondo.
La muerte no asesina,
la muerte guarda lo que ama.
Una rosa, a los pies del mausoleo, es evidencia
de algún ser humano que sobrevivió a la guerra.
Entre los tejidos y las pieles,
entre los pétalos y las grietas de las columnas,
se esconde algún poema
que buscará vencer a la muerte.
Pintura: Muerte de Alfonso XII de Juan Antonio Benlliure
“Yo no quiero que al escuchar la tierra
Joaquín Prada
preguntes quiénes son los muertos”
Traigo
las flores que prometí
y no hay abeja capaz de extraer
cada lágrima con las que crie su pétalo,
no hay abeja capaz de fecundar
con este polen estéril otra rosa marchita.
Traigo mi peor sonrisa
cada diente es un soldado
cada mancha en ellos una familia
que en la incertidumbre de una guerra
no sabe dónde quedará el cadáver de los recuerdos.
Ilustración de Aimeé Cervantes
Cuesta trabajo abrir los párpados al amanecer después de otra noche intentando dormir. La mirada pesa, los ojos duelen. Siento que floto, como si mi cuerpo estuviera inflado con helio. De un momento a otro levitaré. Humecto mis ojos con un gotero que lo mismo podría contener fuego. En el espejo observo que las ojeras se levantan bajo mis ojos como un muro infranqueable que prohíbe entrar al sueño. Mis ojos se tornan más negros, más pronunciados mis gestos. Llamo al trabajo para pedir otro día de descanso. El jefe me otorga el permiso y me recomienda un psiquiatra, el tercero en lo que va del año. “Claro que sí, Julio. Tómate el tiempo que quieras a cuenta de tus vacaciones”. Cuelgo. Mi casa fría, blanca, vacía, es una perfecta analogía de mi corazón roto, duro, estéril. Por la falta de sueño agrego sal a la leche, azúcar a la carne, miel a la pasta. Si existe la vida después de la muerte debe comenzar así.
Allá me oirás mejor. Estaré más cerca de ti. Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz. Juan Rulfo, Pedro […]