Autor: Primera Página

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La rosa alquímica (I) || Carlos Maximiliano Cid del Prado

La rosa es la síntesis de lo eterno y lo perecedero. Decir rosa es un axioma de belleza, fragancia y color. Empero, el lenguaje no son las cosas: la palabra es una metáfora de la realidad. Bástenos recordar la segunda escena del segundo acto de Romeo y Julieta, cuando la heredera de los Capuleto recuerda la nimiedad de los objetos y sus apelativos: «That which we call a rose / By any other word would smell as sweet.» La rosa no dejará de ser rosa aunque se llamase de otro modo ya que su aroma no depende de su nombre. La belleza vive despreocupada en el mundo de lo incognoscible: no necesita ser nombrada para ser hermosa. Nunca habrá un de-por-sí-para-sí tan increíblemente bello: «La rosa no tiene por qué, florece porque florece, no se presta atención a sí misma, no pregunta si la ven.»

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Sebastián Hoffman y el zombi sin tiempo

Existe la podredumbre del tiempo y me refiero así porque lo que pasa en un minuto ya no es válido al siguiente. Nuestra sociedad se rige por tiempos porque la vida se divide en años y a partir de ahí vamos partiendo el pastel de nuestra entera existencia hasta que se nos acaba. Pero, ¿qué pasa cuándo el tiempo no pasa para ti, pero tampoco puedes aprovecharlo?

La comparación del director Sebastián Hoffman de su personaje «Beto» con el cometa «Halley», es gracias a que solamente se puede mirar una vez por sólo unos momentos cada 79 años. Así, Beto está en esta tierra existiendo, pasando inadvertido ante aquellos que no saben que no lo volverán a ver. Para Beto el tiempo es un recurso no renovable que se le escapa más aceleradamente de las manos que a la mayoría de los que le rodean y, aunque todos los seres humanos tienen los días contados, él se pudre en vida, con cada segundo, minuto hora y día se desvanece como el azul oscuro de la noche ante la luz brillante del sol.

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Muestra de poesía || Claudia Saraí Fernández López

Casandra responde

Padre, abrazo que entierra las garras,

hielo que abrasa.

Tú que criaste cuervos,

los ojos les sacaste.

Padre, me rompiste el cuello,

desangraste la gallina,

quemaste las alas,

mientras mi madre fregaba el piso.

Padre, la mirada incestuosa mi cuerpo arropaba.

Padre, no escuchaste la profecía,

me ataste la lengua.

Yo entendía el lenguaje de las aves.

Padre, aquí sigo.

Nunca fui como mi madre.

Mis ojos de serpiente te saludan.

San Salvador, 2018

***

Bienvenida

A Roque

Me rencontré con el dolor.

Entre el hedor de las calles

y el llanto de niños desconocidos.

Lo encontré como objeto olvidado,

bajo el polvo,

cubierto con máscara de soberbia.

Reconocí mi dolor porque era una foto de mi padre donde la soledad se le escurría por las cejas.

Reconocí el dolor en mis entrañas marchitas donde las lágrimas esperan mi último derrumbe.

Reconocí el alarido oculto en mis ojos, en mi barbilla.

Reconocí en su foto los mismos ojos, mis ojos.

Lo reconocí en estas palabras,

en la risa del verano, en las hormigas, en las chicharras.

Ahora lo sé,

lo único que me queda es el apellido.

San Salvador, 2018

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De las ferias, la de Arreola es más hermosa: conferencia magistral de Sara Poot

Yo, señores, soy de Zapotlán el Grande. Un pueblo que de tan grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán hace cien años. Pero nosotros seguimos siendo tan pueblo que todavía le decimos Zapotlán. Es un valle redondo de maíz, un circo de montañas sin más adorno que su buen temperamento, un cielo azul y una laguna que viene y se va como un delgado sueño.[1]

Y de aquel delgado sueño, en el que se sumió Juan José el 3 de diciembre de 2001, hemos pasado un viene y va del tiempo, soportando durante diecisiete años la ausencia del maestro. En este 2018, año convulso de efervescencia social, sin rumbo especifico en un tren donde sólo basta que lo tomemos para que tengamos sentido de la existencia (o al menos la noción de ella o algún rumbo), se conmemoran los 100 años del nacimiento de una de las cumbres de Zapotlán. Otra cúspide de Jalisco, ya como lo dijo Juan José, es José Clemente, “el de los pinceles violentos”.

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«Avengers: Infinity war», como referente de nuestra sociedad y cine actual

Si habláramos de Fellini, Bertollucci, Rosselini y demás grandes autores del cine de años pasados, descubriríamos que su cine, aunque hoy es una referencia obligada para cualquier cinéfilo que se jacta de serlo, era una transgresión innovadora para esos años.

Fellini plasmaba la insoportable levedad del ser con su película «8 1/2». Bertolucci realizó obras impresionantes como «El último emperador» que ganó nueve premios de La Academia de Cine de los Estados Unidos. El director solía ser perfeccionista con el montaje y cargaba su fotografía con simbolismos que se volvieron trascendentes. Rosellini con «Roma, ciudad abierta» y «Alemania: año cero» estableció un diálogo neorrealista y logró dos de las más grandes películas de todos los tiempos. También se volvió una base referente para la revista francesa en auge en ese momento «Cahiers du cinema» y sirvió de inspiración estética y filosófica para comenzar la «Nouvelle vague» francesa.

No quiero en ningún momento comparar estas corrientes y autores cinematográficos con el Universo Cinematográfico de Marvel, los comparo con el afán de resaltar su poderoso reflejo de una sociedad. Los autores clásicos reflejaban un mundo pos-guerra, una sociedad devastada por las consecuencias de las divisiones y ambiciones de poder.

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La entrega || Cuento por Tomás Emilio Sánchez Valdés

A Paula

Se acerca el enamorado a ella, la amante. Pone frente con frente y siente la humedad salina que desprende de la boca. La amante recibe el calor de su cuerpo en medio de la oscuridad. El cuerpo de él arde y late; su frente la quema como si estuviera enfermo. Las manos se deslizan entre el torso y el brazo de ella; y lento, como si dejara su mejor firma en un papel, el enamorado apoya sus labios en la abierta boca de la amante. Pasa los dedos tomando su sudor, se aparta y la mira llevándoselos a la boca.