Huyes de mí. Ocultas el rostro detrás de un libro para que no te encuentre. Te zafas de mis manos, de mi tiempo. Finges que no me ves y escapas apresurando el paso, dejando detrás de ti migajas que relucen a la luz de la luna. Yo las considero piedras preciosas y las recolecto cuando nadie me ve.
Autor: Primera Página
Entre textos – Microrrelatos de Rafa Mellado
Para Sandra
La misión
El joven Luna-en-el-pecho aprendió a leer y a escribir. Era un deber moral o religioso que, como última voluntad, se propuso el viejo misionero.
Andando el tiempo, Luna-en-el-pecho caminaba pálido y taciturno, los hombros caídos hacia delante. ¿Cómo llenar el vacío existencial que le espoleaba a leer cientos de veces el único libro que había en la aldea?
«Entre una estrella y dos golondrinas», los ‘senryū’ eróticos de Sauceverde
Entre una estrella y dos golondrinas (2020), publicado por editorial Lectio, es un poemario del economista y poeta Manuel Sauceverde. Sauceverde inscribe su poemario en una tradición tan larga que sus registros más antiguos se remontan a Mesopotamia: la poesía erótica, una vertiente de la lírica que incluye obras históricamente magistrales como el Cantar de los cantares, junto a eternxs autorxs clásicos como Catulo o Safo de Lesbos y muchxs otrxs del siglo XVIII, XIX y la época contemporánea.
Ombligo de escombros perdidos – Cuento de Melissa Tarabay
Para la Sisa, Chalis y Alita de quince, trece y once años respectivamente
La neblina de ese mediodía dijo más acerca de los sentimientos de aquellas hermanas que ellas mismas. Fue en una gran casa azul deslavada, con las paredes carcomiéndose por la humedad del musgo saliendo en las esquinas, donde el silencio retumbó más que la respiración de veinte personas esperando por su llegada; fue en el patio desnivelado, con dos perros ladrándole a los pájaros que merodeaban la jaula abierta para tomar agua y comer alpiste, donde Margarita apuntó a la pequeña Alicia en la casi comisura de su boca e hizo sonar un rifle de copitas; fue en aquella esquina de la mesa rectangular con atole y galletas encima, vestida de manteles blancos con bordados en las orillas, donde estaba sentada Sarita, quien escuchaba al señor Rodríguez dirigiendo sus mentiras fijamente a esos grandes ojos y pobladas cejas. Le decía que pronto aparecería su papá, que no pudo ir tan lejos de aquel pueblo seco y polvoso.
Conversaciones – Minificciones de Jorge Etcheverry
Cavilación de trasplante
Y entonces allí nos quedábamos sentados a veces por horas en una plaza cercana, poco concurrida, con poco más que un poco de pasto amarillento, un par de árboles, una fuentecilla y la estatuita gris verdosa de un prócer inidentificable, viendo cambiar la forma de las nubes, como esperando que ese cambio se nos contagiara a nosotros, a nuestras vidas de apátridas. Como si a la naturaleza le importaran un bledo nuestros padecimientos. A veces comentábamos el destino de algunos de la generación que nos había precedido, de aquellos que murieron torturados en la revolución abortada, que muchas veces abandonaron carreras profesionales y hogares tranquilos, bellas novias, la notabilidad en diversas artes, para embarcarse en ese proyecto utópico que también había fracasado y que en retrospectiva nos parecía todavía menos alcanzable. Pero en el horizonte no se dibujaba un destino semejante para nosotros, o era que habíamos perdido de antemano, o éramos los verdaderos perdedores, los que habían recibido la pérdida, habían crecido y se habían desarrollado en medio de la pérdida. Nos parece haber estado muchos días sumidos en estas cavilaciones por horas, ya sea en este departamento, o dando vueltas por el centro, o aquí en este mismo parque, siempre en estas discusiones, pero a lo mejor era que nos parecía, y fueron en realidad sólo unas cuantas veces, o unos pocos días.
Niña – Poema de Guillermo Francisco Salvador Saldarriaga
Niña,
Hoy ha nacido de nuevo escribirte
y es que he visto en ti
el alma del colibrí,
criatura inmaculada
que sobrevuela las copas de los sauces
hasta tocar las manos de la luna y las estrellas.
Del tacto al silencio – Poemas de Carmen Rosales Vera
Inception
Te bañas y el deseo se adhiere a tus manos
Como si mi cuerpo y tu cuerpo se fusionaran
En una sola partícula, en una cuota de aire
Que se adhiere a tus pulmones y te hace
Recordarme
murmurar
buscando un consuelo
más allá de tus manos
que intentan dibujarme en el vacío de ese cuarto
y te preguntas
y te miras
y me quieres a tu lado
y luego deshaces la idea
porque te parece vana
entre libros y papeles
no cabe una mujer y sus pasiones
y vuelves a tu calma
a tus mates
a tus días de escritura
de soledades, de desmadres y vasos compartidos
con otros que se sacuden sus historias
pero a veces, en la madrugada
como esta
te despiertas y mi aroma te atrapa
y te sacude y te arroja a las calles vacías
a bancarte una sacudida rápida
un despertar con una hembra cualquiera
para no atraer la hierba de mi cuerpo
ni la resina de mis miembros
para no saborear el secreto y oscuro ángulo
de esta soledad que me ancla a ti.
Ausencia – Cuento de Erika Castillo
Abro mis ojos cada mañana, con la sensación de tu cabello reposando en mi almohada, siento que puedo oler tu perfume, ése que te regalé la tarde que fuimos a pasear sin rumbo y que no dejaste de usar un solo día desde entonces, volteo lentamente y sólo puedo ver el vacío a un lado mío; los recuerdos de tiempos pasados llegan a mi mente, cuando temprano te escuchaba andar por la casa, siempre fuiste un pajarillo madrugador que con un beso me despertaba cada mañana; ahora me despierto a falta de querer soñar, porque cada vez que cierro mis ojos mi mente quiere ir a donde tú estás.
Los nadie – Cuento de Claudia Vázquez Delgado
Cuando era niño mi papá me contó una historia espeluznante para que aprendiera a portarme bien. La madrastra hechizaba a un niño pequeño y lo encerraba en una pintura, cada día se podía ver al pequeño en diferentes posiciones del cuadro pero siempre la misma cara de nostalgia y desesperación. Nunca pudieron rescatarlo y con los años simplemente se desvaneció de la pintura. Así es como me sentía aquel día frente al banco, estaba atrapado en mi propio limbo y poco a poco desaparecería.
Hilos de la memoria – Relatos de Lucía Oliván
Huellas imborrables
Las plantas se comían todas las paredes de la casa de la tía Adela. No había un solo recoveco donde no se hubieran instalado. Es lo que suele ocurrir con los lugares abandonados. La porquería, los bichos, los hierbajos… se hacen con ellos, se apoderan de su cuerpo y alma, y poco a poco, lo destruyen.