A María Ayala, la que baila en el paraíso
A Pedro y Vale, porque me hubiera gustado ser su estudiante
En mi primer día de la carrera, un profesor hizo que quienes eran o querían ser escritores se levantaran. Algunos con timidez, otros con orgullo, se pararon, intentando reconocerse entre sí. Esas miradas cómplices se volverían ojos vidriosos cuando el profesor, con un tono burlón, dijo que en la carrera de Letras no se formaban escritores. Que lo único que se aprenderíamos era a ser lectores profesionales y nada más.
Pensé que había sido muy grosero el gesto de pedir que se pararan, pero no cuestioné lo que acababa de decir. Al fin y al cabo, el maestro era él y no yo. Me sentí aliviada por no haberme parado. Yo no quería ser escritora. Entré a Letras porque quería ser maestra. Siempre quise ser maestra, o por lo menos desde los quince años.