De cuando le gritaron “india” a mi mamá – Cuento de Victoria Sohe

Antes de que nos olviden
Haremos historia
No andaremos de rodillas
El alma no tiene la culpa

Caifanes, “Antes de que nos olviden” 

Los primeros dos recuerdos de mi vida son del cuarto en el que vivíamos en Veracruz. Aparecen en mi mente como dos nubes y las lluevo en un margen de dos punto cinco, con Times New Roman, para que no se me olviden: el primero soy yo saltando en la cama y después cayéndome y golpeándome la cabeza; el segundo, mi mamá y yo en el marco de la puerta, esperando que los policías se vayan para huir al Distrito Federal. Pero está un recuerdo en particular que no tengo que escribir para recordarlo, sino que se me viene a la mente cada cierto tiempo y me hace llorar de la indignación. 

Su día de descanso era el domingo. Me llevaba al parque de Tlacoquemecatl, me compraba un helado y nos íbamos a los juegos. A veces, entrábamos a misa, sobre todo en la época próxima a mi primera comunión. La distancia entre la casa de los señores al parque era corta. También estaba cerca de la primaria, del catequismo, de la tintorería, del Walmart y de las casas de mis compañeras de primaria. En el camino a todos estos lugares cotidianos, Soledad me contaba algo. Lo que sea. Lo que vio en la tele, del tema que tocó Marta Debayle en su programa de radio, que la contaminación esto, el precio de aquello, la última fechoría de algún político, qué significa “misoginia”, cómo conoció a mi padre, cuál era la palabra en náhuatl para esto y el otro, cómo sucedió la Conquista, cuál película quería ver, por qué no tirar basura en la calle. 

Un domingo, pasamos enfrente de una pensión de coches, justo cuando iba a entrar una moto. El conductor se echó para atrás y le gritó “pinche india” a Soledad (aunque los indios son de la India y los culeros, de México). Entonces se quedó callada. Acostumbrada a cierto tipo de humillaciones, hizo como que no escuchó nada. Luego nos fuimos a tomar un helado desabrido. 

En la casa de los señores, esa palabra no se decía, pero su eco resonaba en ciertas cosas, como cuando le preguntaron si no se bañaba en su pueblo o que si su nombre completo era “María Soledad”, además de grandes dudas sobre su inteligencia cuando se equivocaba, pues lo relacionaban con que sólo estudió la primaria en la escuela para adultos. Pero no por eso eran malas personas. Aunque no fuera tan bien portada, la señora me dejaba estar ahí, me llevaba al cine, me dejaba jugar con los niños y me compraba un dulce cuando la acompañaba a hacer el súper. Cuando crecí, tuve que ayudar a limpiar y a pasear el perro, al final, no viviría ahí de a gratis.

Cuando cumplí dieciséis, dejamos de estar de planta y Sole se fue a trabajar en otro lugar de entrada por salida. La señora le dijo a sus amigas que nos fuimos porque me embaracé del novio de mi mamá. 

Trato de olvidarme de esa casa, pero a veces sueño con el cuarto de servicio, con las cacas del perro, con las cosas que no podía comer ni agarrar, con las cosas que rompí. Entonces me acuerdo de cuando le gritaron “india” a mi mamá.


Autora: Victoria Sohe (Veracruz, 1999). Hispanista, editora y escritora. Ha publicado ensayo y narrativa en revistas como Punto de PartidaIrradiaciónAmarantine, entre otras. Le atrae la crítica, la queja y mostrarse sensible sin tacto.