Ilustración de Carlos Gaytan
Nuestro deseo está enraizado en profundas y complicadas redes de significados y simbolismos personales y sociales. Pensar que todo lo que nos gusta, lo que nos impulsa y lo que nos motiva proviene de nosotrxs mismxs es narcisista e impreciso. Basta con ver las representaciones corporales en prácticamente cualquier industria cultural para notar que esos reflejos, con los que se supone deberíamos identificarnos, comparten la característica fundamental de ser reflejos hegemónicos.
El cine, la televisión, la publicidad, el streaming, las redes sociales, el porno, la literatura, los podcasts, en su mayor parte coinciden en mostrar modelos hegemónicos de cuerpos, relaciones, trabajos, modos de vida. Todo aquello es una fantasía, no refleja la realidad, sino la crea, y hemos aprendido a desear ese cuento de hadas.
Cuerpos blancos, jóvenes, atléticos, masculinos, básicamente la alineación de Abercrombie & Fitch, como lo demuestra el reciente documental de Netflix (White Hot: The Rise & Fall of Abercrombie & Fitch, 2022). Esas corporalidades se pueden desear por varias vías, pero las más comunes son la aspiración depoder transformar el cuerpo para ajustarlo a esos estándares y la atracción por ese tipo específico de corporalidades. Creo que el deseo, sea por cuerpos o no, funciona por esas dos vías: la de la atracción y la de la aspiración. A veces aparecen juntas, como cuando se representa una pareja ideal, de similares, igual que en Heartstopper (2022), en donde coincide el gusto y el anhelo. A veces aparece sólo una, como cuando alguien quiere blanquearse cultural, social o fenotípicamente.
No podemos negar que la inclusión y representación de otrxs cuerpxs, otras identidades y otras orientaciones son necesarias en nuestro tiempo; dar voz a la experiencia de las diversidades en un mundo que ama el statu quo es un acto disruptivo. Lightyear (2022), por ejemplo, aunque nunca podría llegar a ser un estandarte de ninguna lucha política, por lo menos establece otras posibilidades al modelo del amor romántico heterosexual que Disney se ha encargado de difundir durante el último siglo.
Pero la representación sigue el orden hegemónico de la industria y el capitalismo. Disney nunca sacará una fábula basada en los beneficios del comunismo o en lo nocivo del consumo. Por eso no podemos esperar que la representación nos haga dejar de desear lo que hace funcionar al sistema capitalista: la fantasía. Hablamos, entonces, de que el deseo también está conquistado y condicionado por el contexto, es decir, por las lógicas del modo de producción vigente.
Así se explica que queramos un cuerpo como el de los exmodelos de Abercrombie & Fitch, una relación romántica como la de Heartstopper, una cogida y un suggar daddy como en 50 Shades of Grey (2015), una vida como la de los influencers de Instagram. ¿Qué hacer si lo que deseamos perpetúa un sistema de opresión, si lo que deseamos también nos margina, nos hace daño, nos mata?
Para evitar morir en manos de las sirenas, Ulises hizo que lo ataran al mástil del barco. Él era el único que escucharía los cantos malditos, pues el resto de la tripulación se puso cera en los oídos. Ulises quedó embelesado por el sonido, pero no pudo ir con ellas porque nadie lo desataría, no importa qué vieran o cuánto suplicara. Escuchó la música, navegó por áreas peligrosas sin morir. Esto sólo es una metáfora para decir que una de las luchas más importantes libradas por Ulises fue contra su propio deseo.
Como lo veo, esa posición estoica significaría aceptar que no importa cuánto nos atraiga lo hegemónico, o cuánto aspiremos a la blanquitud, lo importante es reconocer que esas expectativas son fantasías a las cuales no sólo es imposible acceder, sino que poder hacerlo implica la explotación y la opresión de lxs subalternxs, de nostrxs mismxs. Ceder ante el deseo capitalístico sería escuchar a las sirenas sin cuerdas y sin cera en los oídos.
Pero es falso que no podamos comer el pastel y tenerlo. Los cuerpos y las formas de vida hegemónicas obtienen su legitimidad a través de los deseantes irreflexivos. Una mejor propuesta que indica más acción directa es deconstruir el deseo, descolonizarlo, para luego erigir una nueva forma deseante que no caiga en aspirar o ser atraído por valores y lógicas de alguna industria dogmática. Por ejemplo: se puede desear cualquier tipo de cuerpos, relaciones, estilos de vida, pero no se puede desear un modelo hegemónico de todas esas cosas.
Pero ambas opciones quizá tengan que ir juntas. Es tan necesario resistir atadxs en el mástil y aceptar la imposibilidad de obtener lo deseado, como construir un cuchillo que nos permita cortar las sogas para desaprender los modelos hegemónicos con los que crecimos.
El deseo por los modelos que el capitalismo nos ha transmitido se deconstruye, simplemente porque su realización implicaría convertirnos en peones que reproducen acríticamente las lógicas de la industria, y porque esas lógicas, además, son las mismas que mantienen a lxs subalternxs oprimidxs. Tenemos que rescatar nuestro deseo de las garras de este sistema, y ésa es otra revolución pendiente.
Ilustrador: Carlos Gaytan Tamayo (Ciudad de México, 1999). Estudia Ciencias y Artes para el Diseño en la UAM Azcapotzalco. Formó parte de varias exposiciones colectivas de cartel en su universidad. Algunas de sus obras ilustran artículos de Cultura Colectiva. Su trabajo se inspira en diversas técnicas y se encuentra en el diseño gráfico y la ilustración.