Mi cuerpo no es un envase desechable – Ensayo de Luis G. Lona

Últimamente he pensado mucho en mi cuerpo: cómo la imagen que tienen los demás sobre él repercute en mi percepción. Considero que los ideales de belleza hegemónica basados en la blanquitud y el imperialismo son reforzados actualmente en gran medida por la idea del espectáculo. Como si fuera un envase más, lo que importa en los cuerpos es la manera como se muestran; deben ser atractivos para que inviten a ser consumidos. Así, se convierten en una mercancía más. Pero la belleza externa que se puede aparentar no necesariamente refleja un estado de bienestar. 

Debajo de esa superficie que con tanta obstinación intentamos mantener siempre joven y bien definida: la piel, puede haber quiebres emocionales, desequilibrios hormonales, descompensaciones orgánicas o nutricionales. Pero nada de eso importa, ¿cierto?, en tanto nos mostremos como personas esbeltas y saludables, lo demás sobra. Se dice que el mundo sensible es marginado a un segundo plano y la imagen toma un lugar fundamental en las sociedades. Hay algo de verdad en ello. No me refiero a que la imagen suplante definitivamente el espacio que utilizan los objetos a los que representa, incluso no debe considerarse únicamente como ese signo bidimensional que puede materializarse a través de diversos soportes, más bien me refiero a la apariencia. 

No cabe duda de que el cuerpo es un contenedor. Mantiene a los órganos en su sitio y separa nuestro interior de lo que está afuera, pero este atributo no restringe su funcionalidad ni complejidad en absoluto. También es un mediador a diferentes niveles: nos da señales de lo que pasa en nosotros mismos, ya sea interna o externamente; permite que interactuemos con otras personas y con el medio ambiente. Pero pareciera que sólo sirve para ocupar un lugar, casi decorativamente, y lucir bello. También he sido víctima de estas ideas, pues, hace no mucho, me enorgullecía por ser más delgado de lo que ahora soy. 

Mi confianza y seguridad yacían sobre un ideal muy volátil como el de la propia belleza. Un cristal tan frágil y tan falso, pero que ha logrado permanecer intacto durante siglos, puede tornarse en una cuchilla que llega más profundo que la propia carne, y al final termina rompiéndonos a nosotros mismos. Las heridas que deja en ese acto tan traumático son difíciles de cerrar. En el mejor de los casos estas cicatrizan, pero no todas las marcas desaparecen. Ahora que he subido un poco de peso, me siento menos atractivo y vivo en un conflicto constante en el que intento aceptar que no existo exclusivamente para gustar a los demás.

Me fatiga la imperiosa exigencia de vivir bajo estándares que se impusieron a través de actos violentos, propios de conquistas ideológicas, simbólicas, culturales, corporales, epistemológicas, rituales, etc. Pero no es una lucha que sea sencilla: vivir al margen del canon puede ser muy doloroso cuando se huye de la aceptación, porque a veces es más fácil ceñirse a una vida basada en la apariencia, marginando aquello que es real y que de verdad importa. Aunque, claro, lo verdaderamente relevante dependerá de cada persona y no deja de ser subjetivo. El problema aparece, a mi parecer, cuando interiorizamos como propias las exigencias y aspiraciones del sistema, y se convierten en las que rigen nuestra vida. 

Dejamos de vivir auténticamente y nos movilizan pasiones que no nos satisfacen completamente. ¿En dónde vivimos? ¿En un mundo de fantasías imperialistas y opresoras en el que todo es reemplazable? ¿En una realidad que se basa en el deseo de experiencias poco realistas y fugaces? Esto se proyecta igualmente al cuerpo: se convierte en un envase desechable más que contamina al planeta, o por lo menos es otra culpa que se nos quiere atribuir por vivir en un modelo de “desarrollo” en el que la vida no se procura. 

Así, nos convertimos en algo fácilmente comparable con otras corporalidades que se encuentran en un mercado de violenta competencia, en donde aquellos que no son lo suficientemente atractivos no merecen la felicidad ni el amor. Si se logra establecer una relación sexoafectiva con alguien, de nuevo, lo relevante es aparentar que es perfecta. No importa si dentro de ella hay abusos, falta de comunicación o compatibilidad, debe mostrarse como si no existiera ningún problema y como un ejemplo a seguir. 

También se han colocado diversas trampas en la idea del amor romántico: la idealización de las personas y situaciones que pueden vivirse en pareja nos alejan poco a poco de la felicidad. Aspiramos a tener relaciones monógamas como las de comedias románticas en las que el amor puede superar todas las adversidades, pero inmediatamente se renuncia a este anhelo, pues se prefieren relaciones pasajeras en las que un cuerpo más bello y joven reemplazará a otro. Además, pareciera que nuestra valía es proporcional al número de personas a las que les parecemos atractivas o a la cantidad de citas que podemos agendar en una semana con personas que seguro nunca volveremos a frecuentar. Esto, evidentemente, se sustenta en el cuerpo atractivo.

El cuerpo es un reflejo de nuestras sociedades. En él hay cicatrices que van más allá del abuso físico al que podemos ser expuestos. Las miradas, las burlas, los comentarios, todo se transforma en una herida que puede permanecer mucho tiempo abierta. ¿Entonces, para salir de esta percepción corporal castigadora y desechable sólo queda aceptarse y conectarse consigo mismo? ¿Esforzarse cada día para ser mejor? Superficialmente, estas ideas no dejan de ser peligrosas porque son propuestas por el propio sistema que en tantas ocasiones nos ha lastimado. Mejorar no involucra únicamente ser positivo y «echarle ganas». Ni siquiera la identificación del problema basta, aunque ya es un gran avance. Sanar y eliminar las autoexigencias construidas alrededor del cuerpo requiere de un proceso profundo y doloroso en el que la confrontación es clave. 

¿Ser realistas es la solución? No lo creo. Es un gran paso, indudablemente, pero no el fin en sí mismo. La toma de conciencia sobre las imposiciones que se han proyectado hacia nuestra forma de ser ya es un gran faro que nos muestra el camino a seguir. No obstante, este proceso puede ser un reforzador positivo o negativo, que mal encausado podría llevar a la inacción y el abandono. El paso final, creo yo, ocurre cuando todos esos cuestionamientos son llevados a la acción. De qué forma efectivamente luchamos para que la transformación ocurrida en nuestra mente se manifieste en nuestra realidad a través de nuestras acciones. Aceptar que no todo depende de la actitud y que muchas veces el propio sistema no permite que se den esos cambios también es importante para no desarrollar frustraciones.

Anteriormente dije que el cambio involucra dolor. Muchas veces se muestra como algo fácil de alcanzar, que ocurre casi de manera fortuita, pero es algo que se trabaja diariamente de diferentes formas. Desaprender todas esas conductas y percepciones que son tanto negativas como dañinas que representan nuestra cotidianidad permite darse cuenta de cuánto daño se ha hecho uno mismo. Darse cuenta de todo ese “tiempo perdido” haciendo cosas que no aportaron ningún beneficio puede ser traumático, incluso a veces puede ser causa de varias desmotivaciones. El cambio no es obligatorio y las personas no se encuentran en condiciones poco favorables por decisión propia, incluso se podría hablar de una cuestión de privilegio.

El día de hoy rechazo mi cuerpo porque no se adapta a los cánones de belleza existentes. Me han enseñado a despreciarlo, pero tampoco me he resistido a esa adoctrinación. Pero cuando nacemos en un sistema que diariamente nos dice cómo deberíamos ser, vernos, comportarnos, educarnos, etc., es difícil tener una apreciación diferente de la vida. Entonces, nos queda resistir e intentar cambiar, en primer lugar, a nosotros mismos, y si es posible, nuestro entorno inmediato. También es útil renunciar a la exhibición de la vida ante los demás como si fuera perfecta, incluyendo todas las esferas: económica, laboral, familiar, cultural, y cuestionarnos si las modificaciones corporales que buscamos son para nuestro propio bienestar o para agradar más. Este desafío se acrecienta con el alcance, en ocasiones, ilimitado de las redes sociales, ya que maximizan la propia idea del espectáculo.


Autor: Luis G. Lona (México, 2000). Estudiante de comunicación. Utiliza la escritura para expresar aquello que sus emociones intentan mantener callado. Escribe un webcómic llamado Universo caótico que publicó en Webtoon.