Cuando nos hablan del cine de los años veinte, a todos nos viene una imagen prefabricada a la cabeza: el estilo de vida ostentoso y desenfrenado de la nueva juventud norteamericana. Fue, por tanto, una época de cambios y mayor libertad, también para la mujer. Por supuesto, también las flappers, esas chicas de pelo corto que se negaron a llevar corsé y adoptaron comportamientos hasta el momento considerados masculinos: fumaban, bebían, conducían y tenían una visión mucho más liberal del sexo. A pesar del fenómeno social generado por las flappers que sólo tuvo lugar entre algunas partes de la población, gozaron de una popularidad envidiable, al grado de convertirse en uno de los prototipos de personaje más conocidos del cine de la época. Tal fue el caso que desbancó a las ingénues y a las vamps que tanto éxito habían tenido en la primera década del siglo. Más adelante, el concepto se vio culminado en la imagen de la it girl, con Clara Bow, y en las garçonne, las flappers europeas.
Flapper es una palabra con mucha historia. Viene del verbo flap (batir o sacudir), y ya en el siglo XVII hay constancia de que se usaba para referirse a chicas jóvenes de carácter muy abierto. A finales del siglo XIX, era la palabra con la cual se referían a las prostitutas en algunos dialectos de Inglaterra. Con la llegada del movimiento sufragista, adquirió una connotación política para hablar de una mujer que luchaba por conseguir los mismos derechos que el hombre. Finalmente, el término se adoptó en los veinte en referencia a las chicas jóvenes que, gracias a la prosperidad económica y los nuevos movimientos sociales, empezaron a desafiar el orden establecido con su conducta.
Hollywood, siempre a la orden del día, quiso representar este nuevo estilo de vida de la juventud femenina en sus películas. Así, nada más al empezar la década, en 1920 se estrenó La flapper, pionera en abordar el tema. Cuando en 1922 Colleen Moore, la célebre actriz, se cortó el pelo al estilo bob asentó un mito. Varias películas empezaron a tratar el argumento prototípico: una joven rebelde busca su propia libertad más allá de los estándares establecidos por la sociedad. Así, la misma Moore protagonizó Flaming youth en 1923, y un año más tarde, The perfect flapper, con argumento muy similar a la primera, entendida casi a modo de secuela después de su éxito. Varias películas de la época reflejaban los estereotipos asociados a estas chicas: el bailar al ritmo del jazz, como en Our Dancing Daughters (de 1928, protagonizada por Joan Crawford) o el pelo corto (dos películas de la época se llaman Bobbed Hair en honor al característico peinado de las flappers). Todas ellas, comedias románticas, gozaron de un gran éxito entre el público, porque a pesar de su argumento ligero y estereotipado, resultaban entretenidas, y sus protagonistas, irresistiblemente carismáticas.
A finales de los años veinte, el prototipo de la flapper había quedado totalmente consolidado, dejando atrás personajes femeninos considerados anticuados para los nuevos tiempos. Hasta Mary Pickford, la eterna novia de América, decidió abandonar la imagen de ingenua que la había catapultado a la fama a favor de un espíritu más pícaro y moderno en Coquette (y, a pesar de arruinar su carrera, consiguió el Oscar a mejor actriz). La reina de esta segunda mitad de la década fue Clara Bow, quien además de un ejemplo de flapper, formó parte de la historia al ser la primera it girl. Este término fue popularizado por la película de 1927, con Bow como protagonista y basada en la novela de Elinor Glyn. Sin embargo, había sido usado por primera vez en un relato de Rudyard Kipling para hablar del atractivo sexual de algunas mujeres (en su novela, Glyn usó it para referirse indistintamente a ambos géneros). It es el equivalente inglés a eso, el je ne sais quoi para referirse al atractivo a alguien. Al contrario que en las películas de principios de la década, ya no era este nuevo comportamiento de la mujer el objeto de estudio, sino el magnetismo ejercido sobre los hombres.
Finalmente, fijémonos en la versión europea de las flappers, las garçonne. El término es el femenino de la palabra garçonne —que se podría traducir como chicazo, marimacho o el inglés tomboy— y enfatiza el carácter andrógino de estas jóvenes. Su éxito se debe a la novela homónima de Victor Margueritte, publicada el año 1924, que explica la evolución de Monique de chica convencional a flapper. No fue adaptada al cine hasta 1936, porque fue un auténtico escándalo: no era una comedia que dejaba entrever el significado de ser una flapper, sino un retrato explícito de su modo de vida que, además, el autor no dudó en justificar y defender.
Con el crash del 29, la euforia de los locos 20 poco a poco llegó a su fin, y acabó imponiéndose un modelo de mujer mucho más tradicionalmente femenino. Sin embargo, esto no supuso el final del espíritu de las flappers, pues revolucionaron totalmente la concepción de la mujer en el cine.