Llegar al final

Ilustración de Mariana Chávez

“El que mucho se despide pocas ganas tiene de irse”, expresa un conocido dicho mexicano. Solemos despedirnos despreocupadamente en el día a día, a sabiendas de que habrá un encuentro más o menos próximo con las personas, con los proyectos, con los deseos. En general, las despedidas suponen una pausa, no un final. Por eso tenemos tantas opciones verbales para ellas: hasta luego, nos vemos pronto, el particular nos estamos viendo, o cualquier forma personalizada por el afecto. Por eso un adiós casi nunca es un adiós en realidad y apenas lo decimos, conscientes de su peso.

Las despedidas reales cuestan trabajo. He sido la clase de persona que prefiere fingir que duerme o desentenderse de cualquier modo con tal de no afrontarlas. Por supuesto, van más allá de las relaciones sociales. El término de una serie que nos entusiasma mucho, de un libro que nos marcó, de un proyecto en el que vertimos cariño y esfuerzo, como lo es Primera Página. Podemos regresar a la serie y al libro, adentrarnos nuevamente en sus historias, si bien será una experiencia muy diferente a la primera vez que lo hicimos. Pero no siempre se puede volver.

Hace unas semanas me leyeron las cartas del tarot; el cierre de ciclos fue un tema central durante la tirada y me llevé la consigna de terminar mis asuntos pendientes en los dos últimos meses del año. Entre esos asuntos, claro, se incluye la despedida de la revista. Pienso en cuál es la mejor manera de sobrellevar los finales de las cosas, o simplemente en una manera de hacerlo. El tiempo supone una gran ayuda, pero por sí solo no nos concilia con los sentimientos encontrados ni sutura posibles heridas abiertas; ése es nuestro trabajo.

No sé si en el pasado he hecho un esfuerzo consciente por cerrar mis procesos. Me da la impresión de que la mayoría de las veces le he confiado la tarea al paso de los meses, un poco al llanto, sin llevar a cabo una reflexión mayor. Cada quien sobrelleva los finales como mejor le parece, incluso si eso significa no encararlos.

Hace muy poco me di cuenta de que la manera más intencionada —quizá también la más justa— que tengo para despedirme de algo consiste en recordar sus diferentes etapas y agradecer. Con calma, con todo el tiempo a mi disposición. Me gusta pensar en eso mientras viajo en camión o en metro —en coche casi no me funciona—, sin recurrir a la música ni a los libros: reflexiono sobre qué aprendí y la manera en la que tal o cual experiencia me ha cambiado.

Los finales nos hacen ver que no somos las mismas personas que al inicio, aunque no siempre podamos marcar uno concreto. Ahora, el cierre de un proceso no se traduce inmediatamente en crecimiento, pero mi lado optimista cree que la reflexión permite rascar aspectos provechosos. En cada etapa que vivimos, relación que establecemos, proyecto al que nos dedicamos y/o en el que colaboramos subyacen nuevas intrigas, dudas, perspectivas, ideas, experiencias que nos enriquecen, a veces de manera evidente, a veces sin que nos demos cuenta hasta algún o mucho tiempo después —o no lleguemos a darnos cuenta—.

Seamos conscientes de ella o no, la suma de esos aspectos permanece con nosotrxs. Porque los finales no anulan lo que hemos sentido, compartido y vivido; son parte de un recorrido inevitable y necesario que nos permite explorar terrenos novedosos: interesantes, aburridos, desconcertantes, malos, buenos, frustrantes, engañosos… Ya nos las arreglaremos. Saber eso me hace menos penoso, sólo un poco más sencillo, poder decir adiós.


Ilustradora: Mariana Chávez (Ciudad de México, 1999). Egresada de la carrera de Artes Visuales en la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde cursó talleres de pintura, dibujo, litografía y huecograbado. Sus principales intereses rondan el dibujo y sus posibles expresiones en libros, cuadernos, historias. Le interesa buscar vías alternas para exhibir, publicar y compartir su obra, como fanzines, redes sociales o libros de artista.

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