Ilustración de Sarah Cruz
A mi hermana, por las pijamadas, los videos y los pasteles en olla exprés
Septiembre es casi siempre un mes lluvioso. La lluvia tiene algo de melancólico o nostálgico. Ésta es la primera vez en mucho tiempo que no llueve en mi cumpleaños. Sin embargo, me acompaña un aire reflexivo, un sentimiento difícil de describir, quizá algo parecido a la saudade. Tengo el ritual de escribir este día, a veces antes o después. Observar el avance del tiempo desde el propio ser me ha llevado a abordar esta sensación desde muchas partes: a veces desde la satisfacción, otras desde la tristeza, el agradecimiento o la necesidad de cambio. Este sentimiento tan característico de los cumpleaños lo entiendo y lo vivo mejor si lo escribo; es la mejor manera que he encontrado de habitarlo. Busco adentrarme en él, estar lo más presente posible, aunque se trate de recordar y añorar. Nada más temporal y atemporal al mismo tiempo que la escritura.
Escribo sobre el mes de cumpleaños: mi cuerpo, objetos y rituales compartidos.
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Existen muchas maneras de ser consciente del paso del tiempo. Una de ellas es cuando la gente hace alusión a tu cuerpo y cómo ya no es el mismo que era hace cinco o diez años. La intención es inducir al cuidado del cuerpo, ser más precavidx con cosas como la comida o los movimientos bruscos. Este mes me dijeron: “Ya no tienes dieciséis años”. El contexto tiene que ver precisamente con la comida irritante, que me exige cada vez más prudencia. Cometí el error de buscar la salida más fácil e inmediata para un dolor de cadera: tomar un naproxeno. El problema, claro está, viene cuando no hay nada más en el estómago que amortigüe el golpe del medicamento. Lunes de descuentos en el Simi, y afuera un puesto de esquites: “Unos con chile de árbol y tajín, por favor”. Al día siguiente me cuestioné si realmente los errores te hacen más fuerte o más bien te joden la panza. Los calambres en el vientre resonaban con la voz de quien me recordó que el paso del tiempo también se percibe desde el interior, desde la boca del estómago.
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En septiembre del año pasado sobreviví a un choque anafiláctico causado por sentarme en un hormiguero cerca del río Filobobos. Ahora no sólo me da miedo descubrir a qué más soy alérgica, sino que las picaduras de insectos me remontan a la sensación de no poder respirar, latidos en las sienes y la hinchazón del cuerpo entero. Este mes algo me volvió a picar. No sé qué fue. A pesar de que no sufrí reacción alérgica, mi mano se hinchó hasta que desaparecieron mis nudillos y parecía un guante de box. La comezón infernal me llevó a recordar aquel suceso trágico y desesperante de encontrarme un quince de septiembre en medio de la nada y con la garganta cerrándose rápidamente.
En una casa ajena vi un camino de hormigas que subían desde el jardín hasta el segundo piso. Me quedé un buen rato viendo la marcha de cientos de hormigas que caminaban hacia algún lugar. Tuve un pensamiento fugaz y sin sentido: “Vienen por mí, ya es hora, ya es septiembre”. Me reí de mí misma y me senté cerca de la ventana. Estaba con un grupo de gente desconocida, así que no era tan fácil admitir ese tipo de miedos, pues provienen de una situación específica o una historia larga de contar, y no había tiempo para eso. Las hormigas me dejaron en paz. No sé nada sobre hormigas, seguramente las del año pasado eran de alguna especie que mi cuerpo rechazó y estas citadinas eran inofensivas, pero ver hormigas en septiembre me trae, lo reconozco aquí, bastantes ansiedades.
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Este mes adquirí una nueva cama. Mi cuerpo ha descubierto nuevas posiciones. ¿Qué se hace con una cama matrimonial cuando vives sola? Se busca el lado más cómodo para cada noche o para una siesta. No hay un lado que pertenezca a alguien más: puedo desplomarme en cualquier ángulo. Se duerme en diagonal, al revés, en la orilla, en medio. El resto del espacio se puede ocupar con gatos (y mucho pelo), comida, libros, computadora. Siempre quise tener una cama matrimonial. Me parecía un lujo increíble tener espacio de sobra para una persona. En la cama hago de todo: puedo colocarme en medio para crear un círculo alrededor de mí con toda la ropa por doblar, leer en un sinfín de posiciones, ver series mientras dibujo o me maquillo. La cama puede ser escritorio, comedor, tocador.
Por un momento me causó cierta incomodidad pensar que comprar un colchón nuevo es asentarse por mucho tiempo en un mismo lugar. La cama es una parte importante de la casa. Pero también tiene la cualidad de adaptarse a posiciones, espacios, alturas. Se trata de una compra que, con suerte, no se volverá a hacer en bastante tiempo. Mi colchón anterior vivió conmigo desde que tenía aproximadamente nueve años. Mi hermana y yo compartimos en algún momento una litera, yo dormía en la parte de arriba con ese colchón. Cuando éramos niñas hicimos una pijamada en la parte de abajo: el lugar ideal para engrandecer un fuerte de sábanas. Fue una noche de tanta diversión que debía ser registrada para la posteridad. Escribimos entre los barrotes de la litera: “El día tal, Sarah y Moni hicieron una pijamada”. En medio de un ajetreo de mudanza en el que mis amigos me ayudaban, me hicieron notar esa leyenda. El propósito de registrar la pijamada épica se cumplió: que el recuerdo llegara en el instante menos esperado. Mi hermana y yo, quizá a partir de esa pijamada, guardamos recuerdos para que nos sorprendan en algún momento en el futuro.
Debo decir que mis padres me ofrecieron un par de veces la posibilidad de comprar un colchón nuevo. Para mí siempre era mejor pedir ese dinero y usarlo para comprar otras cosas. No valoraba la importancia de un buen descanso y el peso que tiene en el día a día. Son ese tipo de cosas que aumentan su significación con el paso del tiempo. Lo que nos importa va cambiando.
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Mi hermana y yo tenemos muchos rituales. Uno de ellos es casi un pacto tácito de hacer especiales los cumpleaños de la otra. Quizá porque compartimos ese sentimiento extraño que viene con cumplir años. Nuestras formas de hacer el día significativo se han transformado a lo largo del tiempo, pero casi siempre se mantienen dos: la comida y los videos. Ella me ha hecho pasteles de todo tipo: de hotcakes, de redvelvet y hasta uno de elote que cocinó quién sabe cómo en la olla exprés. El sabor del pastel de cumpleaños hecho específicamente para ti es uno de los mejores de la existencia.
Desde hace algunos años nos regalamos videos que hacemos cuidadosamente para ver juntas el día de nuestro cumpleaños. Son videos emotivos del tipo fiesta de XV años en el intermedio de la comida en el salón de fiestas. Ponemos fotos significativas de lo que ha pasado en nuestras vidas y de nosotras juntas, chistes locales, frases y cosas sin sentido que desprenden llanto y risa al mismo tiempo. Colocamos intencionalmente las canciones que más nos hacen llorar con el objetivo de llevar a su máxima expresión este sentimiento cumpleañero. Es un momento especial que compartimos sin falta cada septiembre y diciembre.
Los videos de regalo que he acumulado con el tiempo me dejan ver cómo hemos cambiado. Aunque también individualmente, crecemos en conjunto mi hermana y yo. Observamos juntas nuestros cambios de pelo, de cara, nuestros diferentes gustos musicales, los espacios que compartimos, las cosas que nos parecen graciosas, la gente/animales que se anexan a los videos, las risas, los momentos difíciles. Ésta es una de mis maneras favoritas de vivir los cumpleaños. Cada año que pasa nos preguntamos: ¿qué habrá en el próximo video?, ¿en dónde estaremos?, ¿lo veremos juntas?
Este año me hizo un video de veinticuatro minutos (es la edad que cumplo, aunque ella dice que fue coincidencia). Se dividió en cuatro canciones que mostraban etapas significativas de mi vida y todos los cambios que han ocurrido, pero también escenas de nuestra cotidianidad compartida. Había un video en el que me grabó haciendo quesadillas mientras la luz del atardecer entraba por la ventana. Con estos videos nos compartimos nuestras formas de ver el mundo y cómo nos vemos la una a la otra.
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“Crecer duele”, me decía mi papá en momentos de tristeza. Ahora veo que crecer también es contemplar, y eso, aunque a veces doloroso, es fascinante. El cuerpo, los objetos y los rituales muestran un ángulo no siempre explorado de lo que significa el paso del tiempo en unx mismx y con los demás. Crecer significa que el cuerpo se adapte a nuevas formas de existir, interna y externamente; significa vivir con miedo y también saber reírse de eso; significa apreciar y abrazar los rituales y los momentos compartidos. Cumplir años y toda su carga sentimental inexplicable siempre me acerca a un camino en el que me siento, contemplo y escribo. Es otra manera de vivir el paso del tiempo.