Morder, pellizcar, arrancar: el mundo de las manías corporales

Ilustración de Mariana Chávez

Adoro el cuerpo. Porque la carne es honesta y los órganos no mienten.

John Keats

Te miro el pelo. Apenas y ha cambiado. Si te fijas muy de cerca, podrás ver que las ondulaciones que tienes ahora continuarán formándose, sin importar con cuántos tijerazos las atravieses. Me pregunto si ya tienes manías corporales. Recuerdo entonces que te estiras el lóbulo de la oreja a menudo, que te gusta doblar el cartílago a tu propio ritmo. No sé por qué lo haces mientras bebes agua o leche, qué hay en eso que te calma.

En el futuro no le guardarás el mismo cariño a tus lóbulos. Por culpa de su alergia a todo lo que no sea oro o plata, se inflamarán con regularidad. En ocasiones, el daño en la piel alcanzará tal grado que empezará a descamarse. Pero no importará mucho: también te gustará quitarte trozos de piel muerta de detrás de las orejas, a tu propio ritmo. Lo harás mientras piensas en lo que te preocupa, lo que te obsesiona; pero no te calmará, sólo va a dolerte.

Te entretiene estirarte el labio inferior. Tu papá y tu abuelo te regañan cuando te descubren haciéndolo. Tu abuelo dice que el labio te va a quedar como el de un negro, mientras que las quejas de tu papá se alejan un poco del racismo para concentrarse en lo estético: un labio mucho más pronunciado que el otro no se ve bien. A ti te da igual, porque jalarte el labio es entretenido y eso es lo único que importa. Pero en el futuro tus parámetros estéticos van a alinearse con los de tu papá y con voluntad dejarás de jalarte el labio para ahora arrancarte, la mayoría de las veces sin mucha compasión, pellejos muertos.

Te gusta chuparte el dedo. O no recuerdo si te gusta, sencillamente lo haces. Tu mamá dice que te pondrá chile sin que te des cuenta para ayudarte a abandonar esa mala costumbre. Sabes que la amenaza no tiene fecha de cumplimiento, así que seguirás chupándote el dedo hasta que también te parezca una acción demasiado infantil, sobre todo vergonzosa, para llevarla a cabo, incluso en la soledad. El dedo va a intercambiarse durante años por uñas de bordes irregulares y plumas mordisqueadas, todo para darle satisfacción a tus dientes ansiosos. Pero hasta eso se volverá poco deseable. Entonces un mechón de pelo se convertirá en la opción predilecta, la manía definitiva.

Pero te miro y sé que aún no te jalas el pelo, por ahora sólo te interesa cortarlo.[1]

Una breve introducción a los hábitos corporales

La manía se define como una afición exagerada por algo, como una costumbre extraña. Eso en su acepción menos psiquiátrica y técnica. Manía es la primera palabra que viene a mi mente cuando pienso en los comportamientos corporales que la mayoría de las personas tenemos, mismos que se agrupan bajo el paraguas de los “malos hábitos”. Morderse las uñas, mover una pierna ante el nerviosismo, rascarse aunque no haya comezón, pellizcarse la piel. Las manías corporales se encuentran en un territorio difuso: son un poco incómodas, inapropiadas en ciertos contextos, pero de inicio no resultan peligrosas —incluso si un buen número de ellas recaen en grados muy leves de autolesión—. Además, pueden mantenerse durante bastante tiempo y, como lo que bien se aprende nunca se olvida, a veces vuelven después de años de ausencia.

La mayor parte de las manías corporales se agotan en el cuerpo y no necesitan de ningún instrumento. Sin embargo, otras se apoyan en lápices, bolígrafos, pinzas, u objetos puntiagudos. Aunque, si quitáramos el acceso a estos utensilios, lo más seguro es que el ansia encontraría pronto un sustituto idóneo en el propio cuerpo. Se pueden emplear diversos criterios para clasificar estas manías: la parte específica del cuerpo en la que se presentan, los espacios físicos donde se llevan a cabo, o incluso el nivel de gravedad que suponen. Las manías corporales pueden mutar en trastornos; todas comparten esa posibilidad. El límite aquí también es impreciso, sobre todo para lx practicante: cuándo un hábito deja de ser una experiencia lúdica para volverse algo incontrolable, peligroso.

Si bien no existe un nombre universal que refiera al conjunto de las manías corporales, la rama médica ha sugerido agruparlas bajo el término “comportamientos repetitivos centrados en el cuerpo” —Body-focused repetitive behavior (BFRB)—. Estos comportamientos son una mera respuesta para afrontar la ansiedad y el estrés de la vida cotidiana, una estrategia un tanto escapista que se vuelve sumamente cómoda y después es difícil de abandonar. Siempre las preferimos sobre otras tácticas más conscientes y menos inmediatas de liberación de estrés.

Ranking de manías corporales

Las manías corporales que podamos desarrollar tienen mucho que ver con nuestras particularidades físicas: el tamaño de nuestros labios, la naturaleza de nuestro cabello, la dureza de nuestras uñas, si nos salen granos o no —y dónde nos salen—. Por ejemplo, una persona con gran flexibilidad articulatoria tendrá acceso a manías que una persona sin esta peculiaridad no. Hay, entonces, un montón de combinaciones y posibilidades distintas.

Por muy inofensivos que parezcan, estos hábitos son capaces de cambiarnos exteriormente. No me refiero a las consecuencias drásticas que acarrean trastornos como la tricotilomanía o la dermatofagia, como originarse calvas por arrancarse el pelo o lastimarse de manera irremediable las manos, respectivamente, sino a modificaciones más pequeñas, un tanto imperceptibles. Las uñas cambian su forma dependiendo de cómo y con qué instrumento se corten, el cuidado o rudeza con que tratemos la piel influye en su textura, las cutículas crecen de manera distinta en una persona que siempre se las echa para atrás… Asimismo, quien se jale algún mechón de pelo con insistencia sabe que éste se separa un poco del resto y comienza a tener dirección y largo propios.

Como cabría esperarse, las manías corporales se apoyan en lo más cercano, lo más inmediato. Por ello, las manos, siempre a nuestra disposición, son las actrices protagónicas de estos hábitos: o los llevan a cabo o los sufren. De coprotagonistas pondría a los dientes, aunque estos se limitan al rol de victimarios.

Así, las manías corporales más sonadas que involucran las manos son jugar con el pelo —trenzarlo, jalonearlo, arrancarlo—, exprimirse los granos y puntos negros, rascarse muy fuerte, pellizcarse la piel, quitarse la cutícula con ayuda de las uñas, desprenderse las costras, arrancarse los pellejitos de los labios, repasar los moretones y heridas con los dedos. En cuanto a los dientes, quitarse también los pellejitos de los labios, mordisquearse la cavidad bucal y arrancarse la cutícula de las uñas representan prácticas comunes. La lengua también se involucra para repasar las heridas en la boca —mordidas, postemillas— o rascarse el paladar mediante movimientos repetitivos.

También ocupan lugares recurrentes las manías que involucran utensilios, tales como sacar vellos enterrados con pinzas, morder las plumas o los lápices, o perforarse un poquito la piel con un instrumento puntiagudo. Recuerdo bien la costumbre infantil de atravesarme la capa más superficial de la piel con el filo de un segurito. Finalmente, existen manías que se desarrollan en otras partes del cuerpo. La más común es mover rítmica o arrítmicamente la pierna, pero en este rubro también puede incluirse la costumbre de inflar los cachetes para jugar con el aire de adentro, buscarse imperfecciones en las uñas o revisarse los poros de las piernas.

En cambio, el hábito de hurgarse la nariz o chuparse el dedo no goza de tanta popularidad, pues suele asociarse con un comportamiento infantil y es poco común conservarlo en la adultez. Con el paso de los años, “refinamos” nuestras manías: las volvemos socialmente aceptables, menos perceptibles. Parece que una vez que se asientan, nunca desaparecen del todo, sólo se perfeccionan.

Incluso en algo tan común como morderse las uñas, las personas empleamos procedimientos distintos. Hay quien simplemente las mordisquea, sin desprender nada; quien separa una parte con los dientes y luego arranca el resto de un tirón; quien va haciendo cortes metódicos para que el resultado se vea como de cortaúñas, e inclusive quien muerde únicamente un extremo de la uña para separarla en dos capas y cortar sólo la parte superior. Lo mismo aplica al arrancarse los pellejos de los labios. Yo, particularmente, empiezo el proceso mordisqueando el labio inferior con la hilera superior de dientes. Cuando los pellejitos ya están medio desprendidos, termino de arrancarlos con los dedos.

Siempre me ha gustado arrancar: me da una sensación de plenitud, de trabajo terminado. Pero hay quien se contenta más con rascar, pellizcar o morder. Cada persona tiene sus manías corporales, y cada manía corporal es un mundo al que, más allá de lo indeseable, hay que reconocerle su lado constructivo. Ayuda a pensar, a concentrarse, a concretar ideas. Cuánto no he escrito después de jalonearme un mechón de pelo.

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[1] Escribí este texto como parte de un ejercicio creativo, en un taller de literatura corporal. El objetivo era llevar a cabo una comparación física, por medio de fotografías, de nuestros yo infantiles o adolescentes con nuestros yo adultos. La escritura me fue llevando y recordando todos los “malos hábitos” que tuve de pequeña. Así me di cuenta de que las manías corporales siempre me han acompañado.


Ilustradora: Mariana Chávez (Ciudad de México, 1999). Licenciada de la carrera de Artes Visuales en la Facultad de Artes y Diseño (UNAM). Cursó talleres de pintura, dibujo, litografía y huecograbado. Sus principales intereses rondan el dibujo y sus posibles expresiones en libros, cuadernos, historias. Le interesa buscar vías alternas para exhibir, publicar y compartir su obra, como fanzines, redes sociales o libros de artista.