Collage de Hannah Höch
La belleza es el nombre de algo que no existe
Alberto Caeiro
y que doy a las cosas a cambio del agrado que me dan.
El miedo a la hoja en blanco ha sido uno de los temas que más se ha abordado cuando se trata de hablar de los procesos creativos. Sentarse a escribir frente a la intimidante página en blanco de Word, enfrentarse al intenso y penetrante lienzo vacío o, incluso —y no sé si sea algo personal—, la libreta cuando toca apuntar lo que hay que hacer. Se me ocurrió googlear acerca de este tema y me encontré con cosas como: “Seis pasos para combatir el miedo a la hoja en blanco”, “¿Cómo superar el miedo a la hoja en blanco?”, “Técnicas de dibujo para perder el miedo a la hoja en blanco”, y, sorprendentemente, con la página de una doctora que describe los síntomas de “El síndrome de la hoja en blanco”. Habla acerca de los pensamientos intrusivos, la tensión y la ansiedad que causa el no saber qué escribir. Luego proporciona técnicas de respiración para conseguir una buena oxigenación y que el cerebro esté preparado para enfrentar a capa y espada la terrible hoja vacía. En pocas palabras, el tema ha sido investigado, masticado, reproducido y esparcido tanto por artistas como por psicólogxs. (De tanto escribir la palabra blanco, hasta me dio escalofríos. ¿Será que la razón por la que existen alternativas como el sepia y el modo nocturno en plataformas para leer en digital no es únicamente por cuestiones de la vista? Quién sabe).
Este tema, claro está, además se vincula con el —también famoso y temido— bloqueo creativo, que a su vez se asocia con otro tipo de problemas relacionados con salud mental que no pretendo resolver aquí, no sólo porque no tengo la autoridad profesional para hacerlo, sino porque, más bien, me interesa hablar de mi experiencia y de lo que agregaría al blog de los seis pasos para combatir este aterrador asunto.
Alejandro Zambra, en su libro No leer (Anagrama, 2010), cuenta brevemente su experiencia con esta cuestión:
Hace ya algunos años mi amigo Andrés Anwandter me dijo que el asunto de la página en blanco le parecía absurdo. Para mí la página está siempre enteramente escrita: lo que yo hago es borrar en la página negra, dijo, medio inspirado por las cervezas. Desde entonces pienso que escribir es sacar y no agregar. Escritor es el que borra: cortar, podar, encontrar una forma que ya estaba ahí.
Alejandro Zambra, «No leer», Anagrama.
Yo agregaría: ensamblar.
Pero para ensamblar hay que robar. Pensé en esto en medio de toda la ola de opiniones acerca de lo único, de lo original (y del famoso y tendencioso plagio). El conocido libro Roba como un artista (Aguilar, 2012) aborda este tema de manera detenida, divertida y con un montón de citas al respecto. Me permito robar la cita que el autor, Austin Kleon, roba a su vez de la Biblia: “No hay nada nuevo bajo el sol”. (Tampoco estas ideas lo son, pero como dije, quiero hablar de mi experiencia enfrentando ya-saben-qué). En resumidas cuentas, dice que robemos para poder crear. Robar ideas, estilos, versos, imágenes, opiniones, etc. Se trata también de estar atentxs a qué robar, qué nos puede servir, qué nos conviene para nuestro proceso, —estoy segura de que eso sí tiene algo de único—. En realidad, esto lo hacemos todo el tiempo: nos apropiamos de cosas que vemos, que escuchamos, que nos cuentan por ahí. Chistes, anécdotas, palabras, gestos. Yo he robado versos para crear historias, he robado partes de canciones para convertirlas en ilustraciones —debo decir que también me han salvado en momentos de no saber qué hacer—, he robado pedazos de naturaleza para lograr concentrarme, he robado mi propio tiempo para crear. Y también he robado pedazos de papel, fragmentos de cosas preformadas o todo lo anterior para ensamblar un collage.
A propósito, vale la pena saber un poco acerca del surgimiento del collage. Los primeros indicios de esta técnica tienen su origen en China y Japón, alrededor del siglo XII. Pero, como la buena cultura occidentalizada que somos, no se reconoció oficialmente como collage hasta que el pintor Pablo Picasso acuñara el término, el cual proviene del francés coller, que significa pegar. Numerosas fuentes de internet le atribuyen a este señor el primer collage de la historia gracias a su obra “Naturaleza muerta con silla de rejilla”. Luego pasó a ser parte del movimiento cubista y dadaísta. Lxs artistas incorporan a sus obras recortes, pedazos de pared, objetos, etiquetas, entre otros. También hay ejemplos de esto en las letras, como el cadáver exquisito, o como el poeta Apollinare, quien compila y yuxtapone fragmentos de diversas composiciones.
El collage se transformó a lo largo del tiempo, pasó a ser parte de distintos momentos de la historia y se sirvió de las herramientas de diferentes épocas. Además, se acopló a diversas disciplinas, se abrió espacio, incluso, en la industria de la moda. Por supuesto, el collage ha funcionado como vía para la transmisión de un mensaje o crítica social. En la reciente entrevista que realicé a Paula Cometa, integrante del colectivo feminista LasTesis, entendí que el collage trasciende la hoja plana y las capas de Photoshop: el collage puede ser una manera de hacer las cosas. El colectivo incorpora esta práctica en, por ejemplo, una antología que resulta ser una recopilación de citas e ideas de muchos lugares y espacios. El método de LasTesis se basa en el collage: ensamblar disciplinas sin que una sea más importante que la otra. (Este propio texto nació bajo estos mismos términos: comencé pegando ideas aleatorias, una cita por aquí una imagen por allá).
En un collage hay fragmentos que provienen de distintas partes, elementos que representan momentos específicos en la historia, símbolos de algo que ya estaba hecho y se deshizo pero volverá a ser; es una recopilación de voces y miradas, un aleatorio de posibilidades. Hay muchas maneras de entender y aproximarse a este espectro caótico, y para eso vuelvo al asunto de robar. Robar, sí en el sentido de robar pedazos de, por ejemplo, una revista o de Pinterest; pero también en el sentido de robar fragmentos de la realidad. Es verdad que al elegir tal o cual pieza para el todo final que será el collage le atribuimos un significado único y específico, porque nos importa, porque queremos que forme parte de lo que hacemos. Y así quiero incorporar esta idea al proceso creativo.
Hacer un collage tal como lo describen las definiciones de internet puede resultar, en principio, un descanso de otros intentos creativos, o bien una pieza artística con toda la intención de serlo. Sin embargo, podemos aprovechar —o robar— esta herramienta para dejar de temerle a los inicios o a la práctica artística. Dejemos entrar un poco de caos a nuestra imperturbable página en blanco. Desmitifiquemos la experiencia de la creatividad.
Redescubrir el proceso creativo mediante el concepto de collage puede ser, por ejemplo, llenar el espacio vacío con distintos elementos previamente robados, ensamblarlos y reconocer las ideas que surgen en la unificación. Algo que suelo hacer es llevar siempre una libreta como una especie de antología-collage personal de citas-ideas-imágenes que encuentro en distintos lugares, desde libros y artículos hasta Twitter y Facebook.
Dice John Berger que cuando leemos una novela a menudo nos identificamos con determinado personaje, y en la poesía nos identificamos con el propio lenguaje; pienso que al hacer un collage —o al apropiarnos del concepto— nos podemos identificar con todo al mismo tiempo, pero la ventaja es que nosotrxs elegimos qué fragmentos robar para conformar el todo unificado que creamos. De esta manera, nos reconocemos en nuestros pedacitos de realidad y en nuestro único, discontinuo y caótico proceso creativo.