Sabía que para mí no sería un día fácil. Nunca se me han dado bien estos días. Como cuando un temor te circunda la cabeza, se te mete, luego sale y vuelve a meterse en tus oídos. Quizá sea de esos días en los que tienes que reaccionar. Pero yo no sé qué hacer ante las cosas inesperadas, ante los golpes que te sacan el espíritu.
Yo prefiero lo certero. Cuando tienes una dieta, las matemáticas, esas rutinas simples a las que te adhieres y no te sueltas por no dejarte llevar por las trepidantes olas del no sé. Tampoco me gustan las fiestas de cumpleaños; cuando te saltan en la cara “Feliz cumpleeeeaños a ti”, y te quedas pensando en el tiempo, en la fatalidad que no quieres que te persiga. Otro año con la posibilidad implícita de que todo te salga mal, de calles que arriesgan cada vuelta en una duda. ¿Qué hay doblando a la esquina? Por eso siempre llevo mi navaja.
No, ellos se supone que me conocen, les dije también que odiaba lo inesperado, me ven amando mis días normales, ¿qué no es obvio? ¿Qué haces ante una sorpresa? ¡Pues reaccionas!
Vas llegando a casa, después de otro día desgastante de trabajo mal pagado, tratando de reducir lo más posible de camino entre cada paso que das, al menos yo así lo hago. Sacas las llaves y las jugueteas entre tus dedos. Mi templo sagrado. Ahí todo es seguro.
Y, entonces, te acercas a la puerta… Hay un ruido extraño, escuchas pasos dentro de tu casa. ¿Qué haces? Pues tomas la navaja. Es tu cumpleaños. Sabes que el destino es así, que llega cuando menos lo quieres, nadie quiere a su destino al otro lado de la puerta sin la posibilidad de antes, aunque sea, empuñar un arma. Mi precaución me permite lo que a los demás no: tener una pequeña posibilidad de acción. Abres la puerta, hasta tienes las manos sudando y el temor encajado en la garganta, metes las llaves y con la otra mano empuñas la navaja, abres. Todo está obscuro. ¿Qué haces? Actúas. Naturalmente, sueltas varios golpes con la navaja tratando de hacer algo a esa oscuridad que quién sabe qué guarda. Todo se resume en un grito de agonía. A veces intentas hacer todo bien, reaccionar ante lo inesperado y alguien te prende las luces. Está tu primo tirado en el suelo, ha muerto, tu familia te odia y tienes que declarar ante un juez, pero ¿qué más podrías haber hecho?
Autor: José Adair Prado Zacarías (México, 1999). Estudia en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México la carrera de Creación Literaria. Ha colaborado con las revistas Katabasis, Primera Página, Resiliencia y en el libro digital Relatos de Cuarentena 2 publicado por Editorial Tres Nubes y la Universidad Autónoma de Nuevo León.