Cuando la etnia está en el centro de la polémica: del “blackface” al “colourblind casting”

El pasado septiembre Disney volvió a levantar la polémica. En este caso, la controversia la causaba la nueva adaptación de La sirenita, protagonizada por Halle Bailey, una actriz afroamericana. Los detractores, más allá de una supuesta “inclusión forzada” o “propaganda woke”, criticaban el hecho que el personaje fuera interpretado por una mujer de una etnia diferente a la del cuento o la versión animada. Si bien podemos poner en duda las verdaderas intenciones de la multinacional, decisiones como ésta no deberían venirnos de nuevo. En primer lugar, porque durante los últimos años ha aumentado el número de películas y series con repartos diversos, incluso en detrimento la verosimilitud. En segundo lugar, porque ver a personajes interpretados por actores de otras etnias es el pan de cada día en Hollywood desde su llamada edad dorada; blackface o asian washing son algunos de los términos para describirlo. Parece ser, pues, que lo que determina si se enciende la polémica es quién se pone en la piel de quién y con qué intenciones.

Los orígenes del “blackface”

El blackface consiste en usar a actores blancos para dar vida a personajes negros, haciendo uso del maquillaje para imitar el color de la piel y los rasgos asociados a la etnia negra. Ya tenemos constancia de prácticas que, desde una perspectiva actual, se podrían definir como blackface en tradiciones europeas medievales. Como explica Anthony Gerard Barthelemy, algunas representaciones teatrales de los misterios en Inglaterra solían representar a Lucifer negro, puesto que este color se asociaba al mal. El personaje era representado, evidentemente, por un actor pintado de negro.

Aunque algunos defenderán que en este caso el negro era más un símbolo que una representación de una etnia, el estereotipo del morisco malvado, desarrollado siglos más tarde en territorio inglés, no deja lugar a dudas. Este personaje, nacido tras la llegada de musulmanes expulsados de España a partir de 1492, se representaba, dice Barthelemy, como un hombre de “libido desenfrenada y comportamientos criminales”. Tenemos así uno de los primeros casos de personajes nacidos de la xenofobia. De hecho, muchas de las cualidades atribuidas al morisco malvado no distan mucho de algunos estereotipos asociados a la población afroamericana hoy en día.

Actores blancos en la piel de personajes racializados

Quizás uno de los primeros dramaturgos que presentó una alternativa a este arquetipo fue William Shakespeare, quien creó a dos personajes no blancos con una psicología desarrollada: Aaron en Tito Andrónico y Otelo en la obra homónima. Ahora bien, igual que en el caso de los milagros medievales, estos personajes no eran interpretados por actores racializados, sino blancos. Cabe apuntar que, no obstante, sí hubo personajes negros destacados en el Londres de Shakespeare, quienes muy posiblemente tuvieron una gran influencia en la obra del Bardo, sobre quien han escrito autores como Imtiaz Habib.

Orson Welles caracterizado en su interpretación de Otelo, el morisco de Venecia

La tradición del teatro shakesperiano, que normalizó ver a actores blancos representar a personajes de otras etnias, persistió hasta el cine. Bien entrada la década de los sesenta, Laurence Olivier se pintó la cara de negro para meterse en la piel de Otelo. Unos años antes, Orson Welles había hecho lo mismo para su propia adaptación de la tragedia.

Esta práctica, sin embargo, no se limitaba a las adaptaciones de Shakespeare. En la edad dorada de Hollywood, actores blancos interpretaron a personajes de otra etnia. Un ejemplo es Shirley MacLaine como la princesa Auoda, india, en La vuelta al mundo en 80 días (Michael Anderson, 1956) o Ava Gardner como Julie, una mujer mulata, en Show Boat (George Sidney, 1951). Este último caso es aún más remarcable, ya que se llegó a tener en cuenta a la actriz afroamericana Lena Horne para el papel, pero se optó por Gardner por ser más conocida.

En los peores de los casos, los personajes racializados no sólo eran interpretados por actores blancos, sino que su existencia se limitaba al mero estereotipo con intención cómica. Ejemplo de ello es Fu Manchú, ya en sí un cliché del supervillano oriental, interpretado en las primeras adaptaciones por Warner Oland, actor sueco-estadounidense, o el señor Yunioshi de Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961), a quien dio vida Mickey Rooney. Por no mencionar El nacimiento de una nación (D.W. Griffith, 1915), que además de glorificar la creación del Ku Klux Klan, lo justificaba con personajes negros interpretados por actores blancos maquillados con rasgos caricaturescos.

Mickey Rooney caricaturizado en su representación del Señor Yunioshi, una caricatura de los inmigrantes japoneses

El “blackface” en el teatro estadounidense

Estas actitudes remiten a los orígenes perversos del blackface, imposibles de separar de la esclavitud negra en Estados Unidos. En 1830, el actor neoyorkino Thomas Dartmouth Rice viajó al sur del país; los esclavos negros que vio allí lo inspiraron para crear su próximo personaje, Jim Crow, a quien él mismo dio vida. Crow replicaba todos los estereotipos negativos sobre la población afroamericana: vaga, ignorante, hipersexualizada y criminal. Nació así el minstrel, género teatral basado en la caricatura y la burla de personajes negros, popular hasta los años treinta del siglo XX.

Por paradójico que nos parezca, también había actores negros que se pintaban la cara y exageraban sus rasgos para estas representaciones. Destacan Bert Williams y George Walker, quienes en los primeros años del siglo XX intentaron cambiar la industria del espectáculo para los actores afroamericanos. Desde las limitaciones de un espectáculo conocido y amado por el público, intentaron dar una imagen más positiva de la población negra del país y contrataron a actores y artistas negros para sus espectáculos.

El “colourblind casting”

Volvamos a Shakespeare. Irónicamente, quienes ofrecieron una práctica alternativa al blackface fueron precisamente los amantes de su obra. En 1954, años antes del Otelo de Olivier, el productor teatral Joseph Papp fundó Shakespeare in the Park, un festival para acercar las obras del Bardo al gran público. Él fue de los primeros que optó por elegir a los actores independientemente de su color de piel, una práctica conocida como colourblind casting. Con esto pretendía ofrecer a buenos actores de cualquier etnia la oportunidad de interpretar papeles icónicos.

La tendencia del colourblind casting se vio replicada en posteriores adaptaciones cinematográficas de Shakespeare, como Mucho ruido y pocas nueces (Kenneth Branagh, 1993), donde Denzel Washington, afroamericano, interpreta al Príncipe de Aragón. Hasta 2016, algunos productos culturales apostaron por esta práctica, pero en los últimos años, ha ido al alza. Si nos fijamos en las cifras, entre 1955 y 2006 contamos con ocho ejemplos destacables de colourblind casting en Estados Unidos; sólo en 2021, el número asciende a nueve.    

Más allá del “colourblind casting”

Esta tendencia, aunque bien acogida por muchos como una oportunidad para una pantalla más diversa, ha levantado polémica entre sectores tanto conservadores como progresistas. Por un lado, algunos detractores dicen que resta credibilidad a las películas. Julian Fellowes, creador del drama de época Downton Abbey, optó por un reparto exclusivamente blanco para su adaptación teatral de Half a Sixpence, obra ambientada en 1900, a pesar de la polémica a favor de la credibilidad.

Por otro lado, los sectores más progresistas alertan del peligro de “no ver la raza, sino el talento”. Maz Do escribe: “Representación no significa contratar a personas de color en los papeles secundarios que sobren. La verdadera representación implica una serie de preguntas constantes: ¿por qué escribir este personaje, por qué escribir esta historia?”. Diep Trans explica que esta visión “niega los obstáculos estructurales muy reales que impiden a los actores de color tener las mismas oportunidades que los actores blancos como los bajos salarios en la industria teatral, la falta de papeles escritos específicamente para actores de color y los prejuicios inconscientes por parte de los teatros y directores de reparto blancos” a favor de una falsa sensación de igualdad.

Una reacción a los problemas del colourblind casting es el colour-conscious casting, en el cual se tiene en cuenta el impacto de la etnia de cada actor para la historia. Un ejemplo de ello es el director Jordan Peele, en cuyas películas el color de la piel de sus protagonistas no es casual, sino que tiene relevancia en la historia y es coherente con el mensaje que quiere hacer llegar. En el caso de las películas históricas, existe la posibilidad de hacer más películas y series basadas en la vida de personajes negros o asiáticos importantes, y no contratar a actores racializados para dar vida a personajes blancos ya conocidos. 

Quizá esta cuestión no está tanto en las historias que se explican ni en quién se elige para interpretarlas, sino en quién tiene voz para contarlas. ¿Vamos a pretender que siempre nos ha importado la verosimilitud cuando durante años actores blancos han dado vida a asiáticos y personajes afrodescendientes y jamás ha supuesto un problema?