Lightyear, la última película de Disney, acaparó más titulares por haber sido prohibida en catorce países a causa de un beso entre dos mujeres que por su guion. Algo parecido ocurrió con Titane, la ganadora de la Palma de Oro en 2021, definida como “una fiesta de sangre [y] sexo” tan “polémica y transgresora” que incluso provocó “desmayos y náusea” en su proyección. Otro estreno polémico fue el del remake de Suspiria de Luca Guadagnino, en el cual se dice que algunos asistentes incluso abandonaron la sala. Tales reacciones, premeditadas o no, aseguran que se hable sobre las películas en cuestión sin gastar apenas dinero en campañas promocionales. No debe extrañarnos, pues, que desde los inicios del cine varios cineastas independientes hayan recurrido a esta estrategia, la de generar escándalo, para lograr competir con las grandes productoras. ¿Ha cambiado lo que nos escandaliza desde las primeras películas? ¿O quizás demuestran casos como el de Lightyear que no hemos avanzado tanto?
Las primeras polémicas
El escándalo es algo inherente al mismo cine; desde su nacimiento, varios cineastas buscaron impactar con sus películas para atraer nuevo público. Cuando grabaciones de la vida cotidiana como la llegada de un tren a la estación o la salida de los trabajadores de una fábrica se hicieron aburridos, productores como Thomas Edison propusieron conceptos más atrevidos tales como El beso (1896), prohibida por algunos sectores conservadores, o Electrocutando a un elefante (1903). Pronto descubrieron que los temas tabúes eran garantía de éxito; sirva de ejemplo Traffic in Souls (George Loane Tucker, 1913), una película sobre la prostitución forzada tan taquillera que consolidó Universal como una productora de referencia.
Así pues, los cineastas empezaron a explorar temas considerados de mal gusto en la sociedad para atraer a más público, en un cine llamado de explotación, puesto que aprovecha la fascinación que despierta lo prohibido para lucrase económicamente. Ahí entra la cuestión de qué se considera escandaloso y explotable. Por ejemplo, una de las películas de terror más notorias de los treinta es Freaks (Tod Browning, 1932), cuyo horror se basa en la deformidad de sus personajes, interpretados por feriantes de circo en la vida real. ¿Es terrorífica la deformidad? Dicha cuestión es relevante aún hoy en día, con directores como Ari Aster centrando la publicidad de sus películas en personajes con deformidades, incluso cuando estos no tienen un papel importante en la trama.
Lograr el escándalo dentro del código
Sin embargo, los temas escabrosos de estas películas no gustaron a todos, y poco a poco se empezó a asociar el cine con falta de moral y mal gusto. Para mejorar la imagen de la industria, se creó el Código Hays, que regulaba los temas que podían tratarse en las películas. En consecuencia, las películas producidas dentro del sistema, es decir, financiadas por grandes productoras, respondían a la moral cristiana conservadora del Código.
Los cineastas independientes que quisieron abordar temas susceptibles de censura tuvieron que hacerlo desde un punto de vista estrictamente moralizador y educativo. Algunos ejemplos son Children of Loneliness (1937), sobre la homosexualidad; Child Bride (1938), sobre el matrimonio infantil o She Shoulda Said No! (1949), sobre las drogas. Muchas aprovechaban el llamado “efecto Boomerang” como reclamo publicitario; es decir, destacaban el aspecto escabroso y prohibido de sus argumentos, sabiendo que esto atraería aún a más gente. Los productores de Mom and Dad (1945) supieron aplicar la técnica a la perfección, puesto que su película, cuyos carteles prohibían explícitamente la entrada a menores no acompañados, fue la tercera más taquillera de la década. No hace tanto, la serie Gossip Girl aprovechó las críticas negativas que la consideraban “inmoral” para sus carteles.
El final del código
Algunas películas consideradas de explotación triunfaron más allá de la taquilla y conquistaron también a los críticos. Uno de los subgéneros más celebrados es el de las biker movies (películas de moteros), con Easy Rider (Dennis Hopper, 1969) como ejemplo paradigmático. Este filme independiente sobre el tráfico de drogas en una banda de moteros no sólo logró una recaudación histórica, sino que se alzó con el Oscar a mejor guion y a mejor actor secundario para Jack Nicholson, un desconocido hasta entonces. Esto supuso el inicio del movimiento New Hollywood en los setenta, liderado por directores que habían crecido con cine de explotación y no negaban su influencia. El éxito cosechado por películas como Easy Rider, sumado a la influencia del cine europeo, de temáticas más liberales, puso en evidencia el desfase del Código Hays, que se derogó en el año 1968.
El final del Código supuso mayor libertad para los creadores dentro del sistema, pero, simultáneamente, perjudicó a los cineastas independientes. La simple mención de temas tabú como el sexo o la violencia ya no era suficiente para atraer al público, puesto que grandes producciones podían ofrecer lo mismo con actores y directores de mayor renombre, siendo Hitchcock uno de los mejores ejemplos. Por lo tanto, las películas de explotación empezaron a ser cada vez más explícitas y escabrosas para llamar la atención.
Ciertas de ellas han logrado pasar a la historia del cine y ser recordadas como películas de culto. Es el caso del giallo italiano (cine de asesinos con Dario Argento como máximo exponente) o el splatter o gore (terror con imágenes explícitas de violencia y cuerpos mutilados), precursoras del cine slasher, popular hasta hoy día. También cabe destacar el blaxploitation, cine escrito, dirigido y protagonizado por afroamericanos, que, aunque estereotipado, presentó por primera vez a personajes negros de manera heroica. Los reyes en este subgénero fueron los actores Richard Pryor y Pam Griell, ésta última protagonista de la película de Quentin Tarantino Jackie Brown, un homenaje al mismo blaxploitation.
El escándalo por el escándalo
No ocurrió lo mismo con todas las películas. La mayoría de las películas hechas a partir de la década de los setenta buscaban la provocación por la provocación, con subgéneros como el nazisploitation, cine de explotación protagonizado por nazis, en clave humorística y normalmente con escenas de sexo explícitas. En este caso, poco importaba la película en sí, sino que se daba importancia máxima a la provocación en sí para poder conseguir la mayor recaudación posible. La productora AIP, por ejemplo, hacía encuestas a público potencial, muchas veces adolescentes, para saber qué temas les interesaban más. Después, el equipo de marketing pensaba en el título más atractivo a la vez que se trabajaba un poster provocador. Sólo entonces se escribía el guion y se contrataban a los actores.
El nuevo cine de explotación
¿Qué se ha hecho del cine de explotación hoy en día? Tal y como hemos mencionado, sigue vivo en el imaginario de directores como Quentin Tarantino, que se inspiran en él y le rinden homenaje en sus películas. Hay, además, directores conocidos por tratar temas controvertidos, tales como Lars von Trier o el mismo Tarantino, acusado en muchas ocasiones de ser demasiado violento.
Pero la provocación puede ir más allá de la violencia, y detrás de cada polémica se esconden los miedos de la sociedad. Disney ha estado varias veces en el punto de mira por escenas entre dos personajes LGBT+. Si Lightyear ha levantado polémica por un beso entre dos mujeres, el remake de 2017 La bella y la bestia lo hizo por una escena breve y sutil que pasó desapercibida a gran parte del público. Decepcionante, sobre todo teniendo en cuenta la cantidad de artículos que hablaban sobre cómo la inclusión del primer personaje abiertamente gay de la productora había causado la censura en varios países. ¿Hay tras estos tímidos intentos un propósito de inclusión y visibilización del colectivo? ¿O nos encontramos ante un nuevo tipo de explotación?