Ilustración de Regina Ulloa
Pierre qui roule, n’amasse pas mousse.[1]
Pedro. Del latín Petrus, viene del griego Petros que significa “piedra”.
Noto el tiempo pasar cada vez que me asomo a la enorme piedra del jardín y la observo llenarse de moho paulatinamente. Primero veo nacer una ligera mancha desde el rincón que sostiene su enorme peso. No he contado cuántas mañanas han pasado, sólo sé que el rocío matutino alimenta el fino camino de moho. Después de tres semanas, el costado derecho de la piedra está adherido a una mancha llena de vida.
Al seguir el registro de su rastro, advierto un cambio de dirección. El moho ahora abraza la piedra. Da la impresión de invadirla. Aunque sin ser experta en organismos fúngicos, deduzco que esta plaga necesaria rodea la piedra sedentaria, pues se está acomodando a su nuevo hogar.
Tengo la certeza de que, al adherirse bien a la piedra, busca afianzarse sin asfixiar; establecerse sabiendo que aún así puede ser exiliado; integrarse sin perder su independencia. Escala por la cima de la piedra ya con sus brazos bien construidos, se expande pidiéndole permiso de aplastar zonas que la roca misma desconoce. Puedo notar la tranquilidad de la piedra al sentirse cubierta. Luce confiada de ser un lar para el moho, pues ya se entendieron juntos. Me envuelvo en esa imagen. Yo también he sentido esa humedad en mis muslos cuando te sirvieron de apoyo para montar tu cuerpo en ellos.
Tensé el abdomen para que lo pisaras; no sentí dolor, sino una sensación de cosquilleo que activó músculos desconocidos en mí. Te presté mis fémures, dispuse mi oblicuo externo a tus pellizcos y endurecí los cuádriceps para que marcaras tus pisadas. Una vez que escalaste mi espalda, pasaste tus piernas hacia mi cuello, te sostuviste y quedaste bocabajo. Noté la certidumbre con la que avanzabas por mi cuerpo y entendí que así es como se cuenta el paso del tiempo contigo, pues diste por hecho que no te soltaría. Cuando llegaste a mi sacro lumbar vino el dolor, éste me gritaba al oído con su timbre agudo que no olvidara la debilidad de mi pelvis. Pero no dije nada, porque tuve la necesidad inmediata de saber qué tanto puede resistir este cuerpo sostenido por su placa de titanio.
Me hallé en tu respiración agitada y tus muecas de esfuerzo; me mantuve firme a tus cambios de dirección hasta que al final culminaron en abrazos. Estuve quieta al igual que la piedra, porque quise ser parte del camino que estabas registrando.
Te caíste, y volviste a escalar. Lucías cansado, y lo volviste a intentar. Porque te aferraste, como yo, a afianzarte sin asfixiarme, a establecernos sabiendo que puede haber un exilio, a integrarnos sin perdernos.
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[1] Una piedra que rueda, no acumula musgo.
Autora: Melissa Tarabay (1995). Resumir experiencias en pocas líneas es el pasatiempo que emplea desde que aprendió a escribir con la pluma negra. Su sueño es vender historias que la mantengan para que pueda viajar y vivir la suya.
Ilustradora: Re Ulloa (1995). Artista plástica mexicana egresada del CAM y nacida en Portland, Oregon. El enfoque de su arte va hacia la búsqueda y exploración de los cuerpos abyectos. Ha sido tallerista en dibujo académico, autoretrato, serigrafía, entre otros. Puedes encontrar su trabajo en su instagram.