Etiqueta: autoras mexicanas

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Genealogías de la intriga en “Mangle negro”, de Pilar Rivero-Dela Garza

Las mentiras pasadas se convierten en verdades que derrumban vidas.

Pilar Rivero-Dela Garza

La familia, especialmente en la literatura, alberga misterios, verdades difíciles de sobrellevar y mentiras en constante peligro de ser descubiertas por el más leve indicio: una carta resguardada en un cajón, las confesiones de un viejo conocido de la familia o los rumores incapaces de olvidarse que subyacen en la memoria de una comunidad. Además, las relaciones consanguíneas resguardan un primer boceto de respuesta para las preguntas identitarias más próximas y urgentes: ¿quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? Mangle negro (2022), novela de Pilar Rivero-Dela Garza (México), recientemente publicada por la Editorial Universitaria de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), lleva a cabo un recorrido que aborda estas interrogantes. 

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Perros de baldío – Cuento de Mariana Alcántara Lozano

Ilustración de Rubén Ojeda Guzmán

Qué tristes y polvosos son esos perros que viven en los baldíos. Siempre en grupos de tres o cuatro, casi nunca hay más porque con facilidad se detona la violencia y terminan matándose de forma brutal entre ladridos, gruñidos, aullidos y jadeos intermitentes. Ahí están ante el sol inclemente arrebujados en puñados en las ínfimas sombras que va dejando el día, siempre adormilados, mosqueados y rascándose, parecen perdidos, pero no están tanto. Atacan intempestivamente a cualquier otro perro o persona que los toque fortuitamente, con una dosis de la naturaleza violenta y salvaje con la que han curtido sus pieles. Los perros de baldío son nocturnos casi siempre en ausencia del calor y la rasquiña que subleva los bochornos del sol, salen a pasear con mayor ligereza, sin ese letargo infinito que provoca el calor y la deshidratación. Por la noche buscan alimento en la basura o en los restos de los puestos de comida que tiran migajas, llenando casi nada esas panzas vacías, ruidosas infestadas de lombrices. Estos perros van juntos y si se separan no van muy lejos uno de los otros, pues saben de los peligros que implica vivir entre humanos, esa especie ruin que los golpea, los usa para pelearlos, vejarlos o desquitar su propia rabia, esos que día con día los desprecian y ahuyentan de todos los lugares en los que intentan resguardarse. Los humanos representan lo peor, pero también representan el sueño de una vida mejor. Por generaciones han oído el mito del amo, del amoroso dueño. Sus orejas gachas y mordisqueadas, infestadas de garrapatas y ácaros, han escuchado el rumor de que existen algunos humanos capaces de tener actos amorosos, de proporcionarles casa y sustento durante toda su vida, otorgándoles el valioso privilegio de vivir en su manada. Cuentan que es tanto el amor que sienten por los perros que cuando mueren sufren su partida con gran dolor y tristeza, dicen que algunos no lo superan nunca. Esos humanos, los amorosos, les dedican poemas, novelas, retratos, fotografías y disciplinas especializadas para entenderlos y poder curarlos. 

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Procedimiento íntimo para escalar una piedra – Relato de Melissa Tarabay

Ilustración de Regina Ulloa

Pierre qui roule, n’amasse pas mousse.[1]

Pedro. Del latín Petrus, viene del griego Petros que significa “piedra”. 

Noto el tiempo pasar cada vez que me asomo a la enorme piedra del jardín y la observo llenarse de moho paulatinamente. Primero veo nacer una ligera mancha desde el rincón que sostiene su enorme peso. No he contado cuántas mañanas han pasado, sólo sé que el rocío matutino alimenta el fino camino de moho. Después de tres semanas, el costado derecho de la piedra está adherido a una mancha llena de vida.