El otro está allá, al otro lado. Se me enfrenta como lo opuesto, pero en la edad moderna también nos otorga y nos garantiza la existencia como seres conscientes, pero además concretos, materiales: “La autoconciencia es en y para sí, en cuanto que y porque es en sí y para sí para otra autoconciencia», afirma Hegel en la Fenomenología del Espíritu. En pleno modernismo, Sartre ve a al otro como la mirada que nos enfrenta y nos da consistencia, nos hace existir, pero es a la vez un inevitable testigo que nos condiciona, nos fija en su juicio y se adueña de la imagen que nos define. Ya tan sólo no es el otro el bárbaro étnico y cultural, nómada, que se instala en las plazas de la ciudad y para alimentarse arranca bocados de los animales vivos ante la consternación de los vecinos, según el cuento de Kafka. Las posibilidades del otro se despliegan desde el doppelgänger que es una emanación vaga, el reverso, la sombra de uno mismo, que puede ser la sombra que te niega e invierte, desde tu misma hasta entonces inviolable e irrepetible identidad, hasta el ente satánico que se posesiona de tu cuerpo y vulnera lo más sagrado del yo, que puede perder la unicidad, ya que el invasor puede ser toda una legión. La otredad también nos puede invadir desde fuera, desde un mundo alternativo, pero quizás inverso, reflejo y donde quizás haya una contraparte tuya, la que se refleja en el espejo.
El otro también nos acecha desde una parte sumergida de nuestra propia mente, que sería el último reducto de nuestro ser humano: el “ello” freudiano, al que el surrealismo trata de dar forma, de domesticar, de exorcizar, exteriorizándolo en formas artísticas. El otro puede ser esa entidad en que el poeta Rimbaud se transmuta cuando su creación alcanza un límite, “Yo es un otro”, que de alguna manera es el espíritu que ocupa momentáneamente a quienes profetizan, vaticinan, hablan en lenguas, desde el oráculo de Delfos hasta el fundamentalista cristiano.
Pero está la otra generada desde sí. Entre las muchas obras literarias, más o menos contemporáneas, con el tema de la otredad en sus variadas formas, un buen ejemplo es El socio, publicada en 1926 y varias veces llevada al cine. En esta novela del autor chileno Jenaro Prieto, el protagonista inventa por razones prácticas un alter ego, para argucias comerciales y legales, pero que comienza a tomar una consistencia real, se va convirtiendo en un otro que amenaza la estabilidad vital. Ese otro como una creación que se nos escapa de las manos, nos recuerda un poco al gólem, esa gigante figura de arcilla que se activa poniéndole debajo de la lengua una frase en un trozo de pergamino. Se crea así una otredad instrumental, a la postre difícil de controlar, que termina por escapársenos de las manos, lo que aparece de algún modo en la icónica figura de Frankestein. Pero estas producciones altéricas no siempre son tan dañinas, valga como ejemplo el homúnculo.
Otro caso de la otredad es esa entidad nocturna e insaciable que deambula por la cultura no tan sólo popular, el upiro, el vampiro, que es una transmutación, ya que al morirnos pasamos a trastocar nuestro metabolismo y nos convertimos en una entidad que succiona la esencia de la vida: la sangre. El zombi también muestra una trasmutación, la conversión en otro, posterior a la muerte física. Es bastante habitual en la cultura popular y cinematográfica el tema de niños que se gestan o se pueden gestar en el vientre de las madres, y que serían otra latente otredad que puede llegar a ser un anticristo.
Pero saltándonos de lo biológico denso y corruptible, perecedero, llegamos a una entidad que es un constructo y objeto de innúmeras manifestaciones en la cultura popular —donde se gesta la exposición más amplia, y a veces la mejor representación de los asuntos que verdaderamente nos preocupan—: la inteligencia artificial, que incluso algunos científicos parecen advertir como una unidad que emana de o sustenta a la creciente red noosferiana que envuelve al mundo. La inteligencia artificial, aparte de concebirse como un entidad en gestación, genera la posibilidad de los robots, una otredad metálica, pero que según algunas versiones recientes del celuloide puede humanizarse, y curiosamente incluso rehumanizar a los humanos, combinarse con ellos, como los cíborgs, y a toda esta gama se agregan, muchas veces conectadas con alguna de estas formas, las múltiples versiones de la otredad cósmica encarnada: los extraterrestres.
También se encuentra la otredad en muchas prácticas ancestrales y tradicionales: el chamán que recorre el mundo de los sueños en las tradiciones aborígenes australianas y chilenas, secreta otro yo, como el brujo que surge en los trances de Castañeda y que combate con otras encarnaciones de otros brujos que también sueñan.
Una versión interesante y quizás única de la visión moderna e incluso postmoderna identitaria del yo, la identidad, y por tanto del otro, aparece en la novela del autor chileno José Donoso, El obsceno pájaro de la noche, publicada en 1970, quizás una de las novelas más perturbadoras nunca publicadas. Allí vemos cómo el narrador, un joven empleado de clase baja, se transmuta o pasa su identidad a un payaso gigante, con una cabeza de cartón piedra, una perra amarilla, una vieja, un bebé, el horrífico imbunche, ser humano embrionario con todos los orificios del cuerpo cosidos. Esta serialidad multidentitaria subyacente a la del yo occidental presente en la novela, género emblemático de la burguesía occidental, quizás alude a otra concepción, previa, de la identidad, y podría, quizás haciendo una extrapolación, suprimir o aligerar al otro y su amenaza, mediante la conversión, encarnación, digestión y asimilación.
Así la frágil identidad, que equivale a la conciencia. Es en realidad algo que se mantiene con esfuerzo y tenacidad, en medio de un universo entrópico en el cual es el más inusual de los fenómenos. Así gran parte de la cultura está destinada a reconocer, desterrar y mantener a raya a las diversas fuerzas y elementos que acechan a este yo, este ser, esta comunidad humana tan duramente obtenida y mantenida frente a las formas y mutaciones de lo otro.
Autor: Jorge Etcheverry Arcaya (Chile, 1945). Vive en Ottawa, Canadá. Perteneció al Grupo América y la Escuela de Santiago, agrupaciones poéticas chilenas de fines de los 1960. Textos suyos de poesía, prosa y crítica han sido publicados en diversos países. Sus últimos libros son Clorodiaxepóxido (Chile, 2017), Los herederos (2018), Canadografía, antología de prosa hispanocanadiense (Chile, 2017), Samarkanda (Canadá, 2019), Outsideres (2020). Recientemente aparece en las antologías Wurlitzer. Cantantes en la memoria de la poesía chilena (Chile, 2018), una antología de la Revista Entre Paréntesis (Chile, 2018), Antología de la poesía chilena de la última década (Chile, 2018). Es colaborador de la revista Entreparéntesis, de Chile y Embajador en Canadá de Poetas del Mundo