“Cálmese, señora”: la histérica en el cine

Ingrid Bergman en luz de gas, de George Cukor

Hace unas semanas, Francia anunciaba una estrategia nacional para combatir la endometriosis, enfermedad silenciada durante años. Las mujeres que acudían a la consulta médica con dolor o sangrado más fuerte de lo habitual eran ignoradas, puesto que se da por sentado que menstruar y sufrir son sinónimos. En algunos casos las acusaban incluso de exageradas y mofadas. Quizás a alguien se le escapó un “cálmese, señora”, o un “no se ponga histérica”. A lo largo de la historia, la palabra histérica, aunque al principio un diagnóstico médico, también se ha usado para calificar cualquier comportamiento femenino no aceptado en sociedad. El término, que se remonta a la Grecia clásica, tuvo su auge durante el siglo XIX con el psicoanálisis, siguió presente en el XX, retratado a la perfección en el cine clásico de Hollywood, y hoy en día pervive como reproche.

Los orígenes del término histérica

Histeria viene del griego ὑστέρα (hystéra, matriz), y en la cultura helénica hacía referencia a una supuesta dolencia física con origen en el útero que causaría varias enfermedades. No obstante, con la llegada de la Edad Media, se añadieron al diagnóstico connotaciones morales. La mujer histérica era aquella que se había dejado seducir por el Diablo, como en su día Eva. Muy interesante es la historia de los convulsionarios, personas atacadas por unos espasmos interpretados en la época como posesiones demoníacas. La gran mayoría eran mujeres, y las posesiones más destacadas tuvieron lugar en conventos de monjas. La cinta polaca Madre Juana de los Ángeles (Jerzy Kawalerowicz, 1961) lleva a la pantalla una de ellas. Antes, sin embargo, el cine ya había hablado sobre este fenómeno. La ecléctica Häxan (Benjamin Christensen, 1922) relata varios episodios de brujería y posesiones e intenta darles una explicación científica. La respuesta: la histeria femenina.

Pintura de Brouillet donde aparece el neurólogo J.M. Charcot durante una de sus lecciones sobre la histeria

En el siglo XIX, al avanzar la medicina se indagó más en las raíces de la histeria. Los primeros avances los hizo el neurólogo Jean-Martin Charcot, quien intentó encontrar las causas físicas de esta afección. Más tarde, Sigmund Freud creó el método del psicoanálisis tras estudiar pacientes con histeria. Hoy en día, el DSM-V (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, por sus siglas en español) no habla de histeria, sino de trastorno de conversión, y se entiende como reacciones físicas (entre ellas, las convulsiones) a una angustia emocional del paciente. El problema es que, a partir de los estudios freudianos, histeria se convirtió en un diagnóstico para dar respuesta a cualquier comportamiento femenino fuera de la norma. En 1859, el médico George Taylor afirmó que una cuarta parte de las mujeres del mundo sufrían histeria. Georges Beard, por su lado, llegó a escribir 75 páginas de síntomas atribuidos a esta enfermedad. Cualquier mujer era susceptible de ser una histérica.

La loca en la literatura gótica

Así, se popularizó la figura de la loca, especialmente en la literatura gótica. Un ejemplo paradigmático es Bertha en Jane Eyre de Charlotte Brontë: una mujer con un trastorno psicológico a quien su marido, el señor Rochester, encierra en el ático para salvarla del manicomio, donde los enfermos mentales sufrían tratamientos atroces. El cine clásico, famoso por versionar clásicos, adoptó esta figura. Entre 1910 y 1920 se hicieron hasta ocho películas mudas basadas en la novela. Después, la edad de oro nos trajo otra Jane Eyre con un reparto estelar: Orson Welles, Joan Fontaine, Margaret O’Brien y Elizabeth Taylor.

Las histéricas de carne y hueso

Pero la loca, la histérica, no es cosa únicamente de la ficción. En la vida real, se redujo a muchas mujeres con varios trastornos mentales a locas o histéricas. Ni siquiera una estrella como Vivien Leigh, protagonista de Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939) se libró de tales acusaciones. La actriz británica fue tachada de diva e imposible, cuando en realidad tenía trastorno bipolar, agudizado por periodos estresantes como el rodaje de la superproducción que la lanzó al estrellato. Peor destino sufrió la escritora Alice James. Tanto ella como su hermano William presentaban síntomas depresivos similares, pero sólo ella fue diagnosticada de histeria, lo cual la apartó de la vida pública.

Orson Welles y Joan Fontaine en una adaptación de Jane Eyre

Curiosamente, Alice era hermana del también escritor Henry James, rey de la literatura gótica, cuyas protagonistas, aunque llamadas locas, demuestran tener razón en sus temores. Su paradigmática novela Otra vuelta de tuerca se llevó al cine en 1961 bajo el título de Posesión satánica. Otro clásico gótico es Rebecca (Alfred Hitchcock, 1941), basada en la novela de Daphne du Maurier, a su vez inspirada por Charlotte Brontë. En 2021, Edgar Wright nos trajo su propia reinterpretación a la época actual con Última noche en el Soho.

¿Histéricas o víctimas del gaslighting?

Si reducir a una mujer a histérica ya es escalofriante, aún lo es más presenciar a maridos que quieren acusar a sus mujeres de locas o, directamente, conducirlas a la demencia. Guy Woodhouse en El bebé de Rosemary (Roman Polanski, 1968) llama a su mujer exagerada y paranoica aunque sabe muy bien que ésta tiene motivos para sospechar de sus vecinos. George Cukor, con su adaptación en 1944 de una conocida obra teatral británica, ayudó a crear y popularizar la expresión gaslight (o en su traducción directa del inglés, hacer luz de gas); es decir, hacer creer a alguien que está loco. Éste ha ganado fuerza los últimos años con el feminismo, donde se usa para definir las conductas de algunos maltratadores. Según la psicóloga especialista en violencia de género Bárbara Zorrilla:

Es una forma de violencia muy perversa, que se consigue mediante el ejercicio de un acoso constante pero sutil indirecto y repetitivo, que va generando confusión en la mujer que lo sufre, hasta el punto en que se llega a sentir culpable de las conductas de violencia emitidas por el maltratador y a dudar de todo lo que ocurre a su alrededor.

Bárbara Zorrilla

En estos casos, no es raro oír la palabra histérica. Pero esta palabra no se usa sólo en el cuadro del maltrato psicológico. De forma similar a bruja, usada para insultar a algunas mujeres en la esfera pública, la mujer que osa quejarse demasiado es susceptible de convertirse en una histérica. Como dice Humbelina Loyden: “La bruja, la hechicera, la poseída, son la personificación de la mujer instintiva e indómita que no se somete a la feminidad establecida”. En No mires arriba (Adam McKay, 2021) la científica Kate Dibiansky se convierte en objeto de memes satíricos y es tratada de loca tras alertar de que un meteorito estrellará contra la Tierra y causará su destrucción. En cambio, su colega Randall Mindy se gana el apodo de científico sexy. Esta reacción, salvando las distancias, puede recordar a la de algunos internautas ante las palabras de la activista medioambiental Greta Thunberg.

Slasher, donde gritar está permitido

Esta supuesta histeria, simplemente expresión de la emoción reprimida femenina, se expresa en todo su esplendor en el género del slasher, uno de los pocos donde está normalizado que sus protagonistas griten. Allí, la supuesta histérica deviene heroína. Ahora bien, ¿basta con ese grito? Dice Celia Matheson:

Ese grito no es solo el resultado inevitable de una mujer agotada por la mirada masculina. Es la prueba mercantilizada de la imaginación limitada de los guionistas (hombres) para expresar las emociones de las mujeres, un recordatorio de que hoy en día todavía, a los ojos de los hombres, somos histéricas de forma innata.

Celia Matheson

En definitiva, reducir a una mujer a histérica cada vez que expresa su disconformidad dice mucho de lo que algunos esperan de ella. ¿O acaso sólo es válida aquella que calla y asiente a todo?