Para la Sisa, Chalis y Alita de quince, trece y once años respectivamente
La neblina de ese mediodía dijo más acerca de los sentimientos de aquellas hermanas que ellas mismas. Fue en una gran casa azul deslavada, con las paredes carcomiéndose por la humedad del musgo saliendo en las esquinas, donde el silencio retumbó más que la respiración de veinte personas esperando por su llegada; fue en el patio desnivelado, con dos perros ladrándole a los pájaros que merodeaban la jaula abierta para tomar agua y comer alpiste, donde Margarita apuntó a la pequeña Alicia en la casi comisura de su boca e hizo sonar un rifle de copitas; fue en aquella esquina de la mesa rectangular con atole y galletas encima, vestida de manteles blancos con bordados en las orillas, donde estaba sentada Sarita, quien escuchaba al señor Rodríguez dirigiendo sus mentiras fijamente a esos grandes ojos y pobladas cejas. Le decía que pronto aparecería su papá, que no pudo ir tan lejos de aquel pueblo seco y polvoso.
La gente rumora que debe de andar por ahí, ves lo mucho que le gusta el trago. O tal vez se fue para tocar su requinto a otro pueblo que sí lo escuche.
Quisiera estar junto a esas señoras cuchicheando, en el año del 86, esperando por él en aquella casa azul deslavada y decirle a la vieja que trae la lengua suelta. No digas mamadas, Lourdes. Don Salomón se despidió hace nueve noches de su esposa y de la hija más pequeña.
¿Cómo se espera a un desaparecido? ¿Al pie de la puerta o llorando en la cama? Yo veo a estas tres hermanas tratando su dolor como el cuerpo les da a entender. La más grande no deja de llorar. Creo que es la única que tiene una ligera idea sobre qué es lo que pasa. Ahí en Santiago, Ixcuintla, fue donde dejó todo el llanto que tenía guardado para esta vida. Margarita, la más bonita. Margarita quien ahora parece un trapo viejo y apachurrado a sus quince años. Margarita a la que su vida, se pregunta ya, si tendrá motivos después de haber sentido que había perdido a quien más ama. Ella lo espera así, sentada al frente de la casa, con el miedo tocando sus hombros y largos brazos, porque el miedo es así, quiere que Margarita lo abrace.
Lejos de ella, cerca de la cocina, está Sarita, la hija de en medio, la que antes de ese diciembre nunca estaba quieta y ahora no quiere ni hablar. A ella el miedo no la abrazó; ha sido la culpa de sus palabras lo que la aplasta en el rincón de aquella casa, pues una noche antes de que se fuera su papá para no volver, con alivio en su aliento, le salió un “al fin nos deshicimos de él”. El señor Rodríguez se acerca a ella y le levanta su pequeño rostro. Te prometo que no debe de tardar. Lo van a encontrar más pronto de lo que parece.
¿Cómo hacerte entender, Sarita, que no fue tu deseo el que lo orilló a no regresar de Los Tulipanes? Cómo te dice la vida, Sarita, que tu padre no volvió porque un montón de tiros y machetazos, dados por el señor Rodríguez y su cómplice, le prohibieron salir de aquel ombligo de escombros perdidos.
Viendo esa escena desde la mecedora de madera y palma, está su tía Alicia, abrazando a la niña indefensa, con lentes de fondo de botella. Alita, la más joven del legado de su papá, ha bloqueado su mente desde los nueve días que lleva desaparecido. ¡Dichosa tú!, que alcanzaste a darle un beso de despedida por la mañana, antes de que él partiera a cobrar un dinero. ¡Dichosa tú!, que le diste su chicle para el camino y le dijiste que se fuera con Diosito. A ti ni el miedo ni la culpa, sino la injusticia es lo que te abruma, aunque eso aún no lo sabes. Te lo van a quitar a tus once años, Alita.
El silencio que envuelve a todos se pierde a la llegada del hombre que trae la noticia para que puedan poner al fin el cuerpo flojito. Pide hablar con la esposa, y de frente le dice que lo acompañe al pozo donde lo encontraron para que así pueda reconocer el cuerpo de Don Salomón, que cayó de bruces y por eso no logró hallar el camino de regreso.
Autora: Melissa Tarabay (1995). Resumir experiencias en pocas líneas es el pasatiempo que emplea desde que aprendió a escribir con la pluma negra. Su sueño es vender historias que la mantengan para que pueda viajar y vivir la suya.