Cuando me aumenten las penas
Violeta Parra
Las flores de mi jardín
Han de ser mis enfermeras
Durante sus últimos días, mi
abuela perdió toda conciencia del
tiempo y del espacio.
Yacía en una cama de
sábanas medianamente limpias;
una cortina la separaba de
un anciano que también agonizaba.
Antes de llegar al hospital, sin embargo,
pasó meses enteros postrada
en su cuarto y, a sus noventa años,
volvió a experimentar el miedo.
Si nos ausentábamos unos minutos siquiera,
buscando una cuchara
limpia en la cocina o regando sus
innumerables macetas, se ponía
a gritar, desconsolada.
Supongo que ya no sabía
cómo habitar una casa excesivamente
grande, con tantas historias y tantas
vidas y tantas muertes
grabadas en las paredes y en los rincones,
en la frágil estructura de su memoria.
La última vez que la vi,
un respirador le ofrecía soplos artificiales
de vida.
Sus ojos miraban hacia arriba, hacia
el centro,
hacia la nada.
Acaricié su mano
—no logramos despedirnos.
Ha pasado el tiempo desde entonces.
Sin embargo, quiero confesar algo:
algunas tardes, cuando más me hace falta,
atravieso la ciudad en bici
para instalarme un par de horas en su casa;
coloco una silla en el patio;
largamente observo las paredes
agrietadas por los años.
Todo esto me entristece, es cierto, pero
de tanto en tanto, y con un poco
de suerte, aún alcanzó a escuchar su risa
entre las flores.
Autor: Miguel Ángel Reyes (Morelia, 1995). Es egresado de la carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas de la UNAM. Obtuvo menciones honoríficas en el Concurso Nacional de Cuento “Beatriz Espejo” 2019 y en la Décima Edición del Concurso de Crítica Cinematográfica “Alfonso Reyes Fósforo” 2020. Ha colaborado con ensayos y reseñas en medios electrónicos como Tierra Adentro, Bitácora de vuelos e Icónica.