“Estamos hartos de ver esos estereotipos del mariquita gracioso en el cine y la televisión, que nadie toma en serio”, dice el activista por los derechos LGTBI Gabriel J. Martín. En efecto, durante muchos años, la representación de los hombres homosexuales en la gran pantalla ha estado exclusivamente ligada a la pluma o al amaneramiento. ¿Qué papel ocupa ésta en la reivindicación del colectivo? ¿Se debe entender el estereotipo del sissy, presente desde el cine clásico de Hollywood, como una reducción simplista fruto de la ignorancia? ¿U oculta algo más?
Ya a principios del siglo XX, hubo pioneros a favor de estigmatizar la homosexualidad que se sirvieron del cine para difundir sus ideas. Destaca el sexólogo Magnus Hirschfeld, defensor del concepto “género intermedio” (individuos que no encajan en el arquetipo tradicional de hombre o mujer) y promotor de la despenalización de la homosexualidad en Alemania. Colaboró en la redacción de y apareció como él mismo en Anders als die Andern (Richard Oswald, 1919), donde pronunció las siguientes palabras: “No debéis despreciar a vuestro hijo por ser homosexual. No tiene la culpa de su orientación. No es ni un vicio ni un crimen, sino una variación […]. Vuestro hijo no sufre por su condición, sino por la mala interpretación de esta”. Irónicamente, la película fue criticada por algunos sectores homosexuales debido a la representación afeminada de su protagonista, opuesta a las imágenes vistas en revistas homosexuales como Der Eigene.
Distinto tono adoptó Hollywood para tratar dichos temas. The Dickson Experimental Sound Film (William Dickson, 1894) –en realidad una cinta de prueba que combinaba sonido e imagen simultáneamente–, muestra a dos hombres bailando como algo ridículo y jocoso. Más osada fue A Florida Enchantment (Sidney Drew, 1914), donde identidad de género y bisexualidad juegan un papel clave en la trama: una pareja, Lillian y Fred, ingiere unas semillas que revierten el género de las personas. Como resultado, Lillian se convierte en una mujer muy masculina, y Fred, en un hombre muy afeminado; ambos sienten atracción hacia ambos géneros. Por lo tanto, aunque cuenta con una trama revolucionaria, la película trata la inversión de los roles de género desde el humor. Además, tal y como se ha comentado en otros artículos, era mucho más risible el hombre femenino que el caso contrario. Quentin Crisp explica: “No hay pecado comparable a ser mujer; cuando un hombre se viste de mujer, el público se ríe”.
En los años previos al Código Hays, el sissy (hombre afeminado), contó con una (relativamente) amplia representación. Muchas veces, estos personajes eran diseñadores de vestuario extravagantes en comedias sobre el mundo del espectáculo, como La Melodía de Hollywood (Harry Beaumont, 1929) o Movie Crazy (Clyde Bruckman, 1932), donde el sissy en cuestión se asusta al ver un ratón. En realidad, en ningún momento se mostraba a estos personajes sentirse atraídos hacia los hombres, sino que por su comportamiento amanerado se debía deducir su homosexualidad. En palabras de la guionista Jay Presson Allen, “eran sissies, y jamás eran tratados como homosexuales. Era una convención totalmente aceptada. Eran percibidos como homosexuales sólo de manera subliminal.”. Esta homosexualidad velada permitió al personaje “progresar y crecer”, como dice Vito Russo en su obra clave The Celluloid Closet, puesto que, en realidad, “parecía no poseer sexualidad”.
Así pues, a pesar de ser una reducción del colectivo LGTBI a un estereotipo, durante muchos años el sissy fue la única manera posible de darle visibilidad. En Call Her Savage (John Francis Dillon, 1932), aparece por primera vez un bar gay en escena sin ninguna connotación negativa. Deberíamos esperar treinta años hasta volver a verlo –en Tormenta sobre Washington (Otto Preminger, 1961). En 1934, se implantó oficialmente el Código Hays de Producción, que prohibía representar explícitamente la homosexualidad. De todos modos, como destaca Russo, “el Código de Producción no eliminó a los homosexuales de la pantalla; sólo los hizo más difíciles de encontrar”.
A partir de entonces, pues, coexistieron dos tradiciones. Por un lado, el arquetipo del sissy, que como dice Paul Rudrick, “sobrevivió en la comedia”. Visto con humor, cualquier cosa es posible, porque no se ve como una amenaza real. Esto permitió momentos como el clásico “Nadie es perfecto” en Una Eva y dos Adanes (Billy Wilder, 1959). Pero si el asunto se volvía serio y se sugería sexo entre dos hombres, “aparecían las tijeras”, como dice Russo. Poco a poco, el sissy mutó en un personaje menos ridículo y con más características positivas. Tenemos, por ejemplo, a Kip en La Costilla de Adán (George Cukor, 1949), el mejor amigo de la protagonista. Personajes como este asentaron las bases del “mejor amigo gay”, arquetipo que, aunque estereotipado, supuso un avance respecto a la censura absoluta o demonización de los homosexuales. Por otro lado, contamos con la homosexualidad como sinónimo de maldad; muchos antagonistas en películas de la época muestran características asociadas a gays y lesbianas. Ahora bien, esto merecería un artículo aparte.
Ha pasado medio siglo desde el final del Código. Sin embargo, ¿podemos jactarnos de haber cambiado tanto? Para empezar, tal y como han observado muchos, los villanos amanerados no han quedado relegados al pasado; productoras como Disney cuentan con más de un ejemplo. Además, si en el pasado los homosexuales en el cine sólo eran identificables por su pluma, hoy en día, a veces, lo son solamente con base a la palabra de sus creadores y productores, por más que no haya ningún indicio de su condición en pantalla. Bea Mitchell llama a este fenómeno queerbaiting: buscar “atraer a una audiencia LGTBI insinuando relaciones entre personajes del mismo sexo, aunque en realidad jamás sean consumadas”. Así, se muestra cercanía hacia el colectivo LGTBI sin poner en compromiso el éxito de masas. Albus Dumbledore, dice J.K. Rowling, es homosexual, pero en ningún momento de los libros originales es visible su atracción hacia los hombres. Más ridículo es LeFou en la nueva versión de La Bella y la Bestia (Bill Condon, 2017); el primer personaje oficialmente homosexual de la productora aparece bailando con otro hombre en una escena puntual. Francamente, no hay tanta diferencia entre esto y el baile en The Dickson Experimental Sound Film.