La poca advertencia provoca caídas en diversos pozos – Cuento de Antonella Corallo

Como siempre tengo mala suerte, no vi el cartel de «cuidado hay un pozo». No es mi culpa, encima lo escriben con rojo, el rojo no sirve para un comino, no te pone alerta, tampoco te despierta, menos si caminas dormida. Pude sentir como las costillas se aplanaron, el golpe contundente en mis caderas, caí y el universo cayó junto a mí, desvanecida la bicicleta nueva, postergado el acto escolar de mi hermanito, y el rosario que traía en el cuello no sirvió de mucho, por contrario, se introdujo en el iris, ¡pinchándolo!, lo quité furtiva, y así en un abrir y cerrar de ojos me convertí en pluma, frágil, ¡pequeña!, acorralada en una sociedad donde la gente vive usando taladros y soplándolas, no es metafórico, perdí cincuenta kilos sin hacer dieta ni esperarlo, el pelo suave, la piel como seda, nada de tratamientos, ¡nada de esfuerzo!

Señora: si quiere estar perfecta tírese a un pozo y el sueño de su vida se concreta, ¡fuera cascos y rodilleras! Hasta que no instalen espejos en los pozos no podría comprobarlo, pero sería placentero de todas formas. No sé si las plumas irán a la escuela, aunque de lo que va de plumaje ya me encontré a cincuenta, las saludo amablemente, y entre dolor y dolor descubro que las plumas gritan; como era de esperar grité y afuera usaron taladros, grité más y llamaron a la compañía que fabrica taladros para implementar más taladros. Mientras yo sufría, un niño le preguntó a su madre:

—¿Qué es eso?

Y la madre contestó aturdida:

—Un taladro.

Iban «taladreándose» como si esa cosa, provocadora de ruido, supiera hacer algo, ¿qué hacen lo taladros?, ¿arruinarte siestas?, ¿enloquecerte?, ¿ponerte histérica?:

—No, abuela, no te volviste sorda, es que alguien está usando el taladro —una vez mi prima le dijo eso a la abuela Mirta, para consolarla solamente, todos pensamos que se había quedado sorda, y si bien escuchábamos taladros ignoramos esa hipótesis.

Empezamos a decir que queríamos más a mi otra abuela, esa misma noche mi abuela Mirta nos tejió una bufanda roja, nos aprisionó contra la canasta de chocolates y dijo que nos amaba, que nos amaba del cielo a la tierra, y toda esa manía que tiene la gente con describir cosas galácticas, como pensé que estaba sorda yo le dije que quería más a la otra abuela, dejó de regalarme perfumes y ahora solo me regala cosas rojas. En la vida siempre hay taladros, ¿utilidad, motivo? No tengo la menor idea, porque nunca me quedé mirando a los hombres trabajando, si lo hiciera no estaría para contarlo, los taladros estos eran rojos. Seguramente eran rojos, por eso no los miré.

Me tienen podrida, vos vas a comprar la cartuchera para la escuela y siempre hay un descerebrado que grita:

—¡Quiero la roja!

Todos miran y le ceden la cartuchera roja.

—¡No, nenito! No seas caprichoso no te voy a dar una cartuchera roja, porque la cartuchera roja es mía.

Resulta que el mundo es un pañuelo, y el nenito este era hijo de la directora del colegio, así empecé la primaria; en una escuela de paredes verdes, luego de haber asistido dos días la pintaron de roja, roja sangre, roja caramelo de frutilla.

—Roja, roja —le decía a mi tía.

Los chicos me cargaban constantemente:

—¡Ay! Mirá, ¡tenemos un lápiz rojo! Te vamos a decir la palabra rojo todo el día, rojo, rojo, rojo — me «taladreaban», con taladros de… ya saben el color no voy a pronunciarlo—. ¿Qué tenés en la cabeza?, ¿por qué te desagrada el rojo?, ¿por qué no el turquesa?

Todo seguía su curso me supongo; la gente usando taladros para no escucharse entre sí, mi prima diciendo que quería más a la otra abuela, y mi abuela Mirta tejiéndome por horas esas bufandas, bufandas que odio y no me gustan, bufandas que me remueven a un invierno constante, donde te enseñan a tejer todo el bendito día, hay taladros al costado, hay miles de hombres construyendo, pero nosotras tenemos que estar sentadas conversando con la lana. Si ella quiere tejer, ¡que teja! Una nace libre, hasta que los estereotipos esclavizan. Combate sus frustraciones moviendo los deditos, insertándolos en la lana y sacándola con una aguja que hasta al momento resulta inofensiva. ¡Qué va a ser! Todos dicen preocuparse; por la contaminación, la mala infraestructura, los derechos del niño y de la mujer, pero en el fondo no importa demasiado, el mundo no colapsa, y siempre, a pesar de todo; quiebre quien se quiebre, muera quien se muera, siguen con sus vidas. ¡Se olvidaron! La gente se olvida…

¡Bah! Yo también me olvidé de ellos, soy feliz siendo pluma, hay una fiesta en el pozo y cualquiera que sea distraído y torpe está invitado.


Autora: Antonella Corallo (Argentina, 2003). Actualmente cursa sus estudios secundarios. Fue seleccionada en el concurso de Visiones 2020 de la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror, con su cuento «Papas». Le gusta describir en ellas su visión acerca de la sociedad de una manera sutil y construir historias de fantasía que representen sus ideales, de manera actual, pero sin dejar de tener un toque poético. Instagram: @Milrosass.