Etiqueta: Escritoras argentinas

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Entre plegarias y quejas al dios del lenguaje, un acercamiento a “Oratorio” de María Negroni – Reseña de María Luisa Angarita

Del vacío de la existencia a la prisión del lenguaje, así se suceden como letanías sin fin los versos que María Negroni nos ofrece en su poemario Oratorio, editado por Editorial Bajo La Luna en 2021. Este libro es una especie de acercamiento a la orfandad del mundo, de los humanos del mundo, frente al lenguaje. 

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“El corazón del daño”, un viaje al encuentro de la propia voz poética – Reseña de María Luisa Angarita

Para leer a María Negroni hay que deslastrarse de lo preconcebido, abrir los ojos y la mente a otras formas de entender la narrativa, la poesía, el ensayo, y simplemente entregarse al disfrute de la mezcla. 

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Cuántas nubes (o encara persisteixen els núvols baixos) – Cuento de Gabriela Almanzar

Para Sam

Encara no ha arribat l’estiu, decía la Laia porque no, aún no llegaba el verano, se encogía de hombros y se enrollaba la bufanda en el cuello una vez más. La bufanda que se extendía hasta la cintura y el cuello que soportaba al menos dos vueltas adicionales. L’estiu no ha arribat, repetía la Laia mientras se calzaba las botas hasta la rodilla y miraba por encima del hombro para asegurarse de que Emilia la escuchaba, de que Emilia no dormía. No, no cal portar impermeable, decía la Laia mientras elegía el abrigo del día, mientras lanzaba todos los que no lo serían sobre la cama, sobre la alfombra, sobre las medias sobre la alfombra. I tu què faràs avui has de hacer algo hoy, preguntaba afirmando la Laia y collons, deberías moverte hoy, buscarte algo, alguna coseta, decía la Laia mientras los labios rojos y las pestañas largas y un giro rápido frente al espejo. Me voy, fins després y la puerta se cerraba tras ella. Y se abría de nuevo. T’estimo, Emilia, muchísimo. Y de nuevo el golpe de la puerta y el eco de las botas que se apresuraban a bajar las escaleras de dos en dos y nada más. Entonces Emilia se sabía sola, enterraba la cabeza en la almohada y gritaba. Entre plumas, entre hilos, entre blanco. Luego miraba al techo y extendía los brazos. Parpadeaba. Sólo parpadeaba. Por qué siempre le hablaba en catalán. Estiraba las piernas y movía los dedos de los pies, dedos independientes que movía uno a uno, para que la sangre fluyera. Todo olía a la Laia. A la Laia y su perfume ácido y astringente que se pegaba a la tráquea y la obligaba a retrasar el desayuno. La Laia que sólo le respondía en catalán pero que, a los demás, castellano. Y ella queriendo aferrarse a su español, no queriendo perder eso último que le quedaba de quien había sido.

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John Lennon, 81 – Ensayo de Sabina Haydeé

John Lennon lleva cinco años recluido en su departamento cuando oye «Coming Up!» de Paul McCartney y se siente inspirado por primera vez en mucho tiempo. Un poco después, John zarpa hacia las Islas Bermudas. Durante el viaje que realiza con un grupo de marineros, una fuerte tormenta cae sobre el barco. Todos caen enfermos menos John, que se sujeta al timón con todo lo que tiene: “el agua me llegaba a las rodillas”, explicó después; “las olas me golpeaban en la cara, una y otra vez, y no se detenían”. La violencia del mar le recuerda las giras, los conciertos y los gritos, que no son tan distintos a las olas que, como látigos, le escupen la cara y lo sacan de su estupor. Estar arriba de un barco, piensa, no es diferente a estar arriba de un escenario: “una vez arriba uno no se puede bajar».

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La poca advertencia provoca caídas en diversos pozos – Cuento de Antonella Corallo

Como siempre tengo mala suerte, no vi el cartel de «cuidado hay un pozo». No es mi culpa, encima lo escriben con rojo, el rojo no sirve para un comino, no te pone alerta, tampoco te despierta, menos si caminas dormida. Pude sentir como las costillas se aplanaron, el golpe contundente en mis caderas, caí y el universo cayó junto a mí, desvanecida la bicicleta nueva, postergado el acto escolar de mi hermanito, y el rosario que traía en el cuello no sirvió de mucho, por contrario, se introdujo en el iris, ¡pinchándolo!, lo quité furtiva, y así en un abrir y cerrar de ojos me convertí en pluma, frágil, ¡pequeña!, acorralada en una sociedad donde la gente vive usando taladros y soplándolas, no es metafórico, perdí cincuenta kilos sin hacer dieta ni esperarlo, el pelo suave, la piel como seda, nada de tratamientos, ¡nada de esfuerzo!