Ilustración de Aimeé Cervantes
A Luis de pequeño le molestaban los días de lluvia en que salía el sol. Y era extraño, porque a Luis de pequeño le molestaban muy pocas cosas. Era lo que se dice un chico alegre, de ese tipo que no suele dar problemas, ya me entienden, ese tipo de chicos que crecen sin que haga falta regarlos a diario. Sin embargo, con el paso del tiempo la lista de cosas que molestaban a Luis había crecido monstruosamente, aunque los días de lluvia en que salía el sol, a decir verdad, ahora le traían sin cuidado.
Este cambio parecía haberle pasado inadvertido a la madre de Luis, a la que le gustaba rematar sus conversaciones telefónicas con un “de esos días que te dan rabia a ti”, cuando el clima se lo ponía en bandeja. Luis, que siempre se había cuidado mucho de no incomodar a su madre, se ruborizaba al escucharla, pero no se tomaba la molestia de corregirla. Le parecía que para ella se trataba de un momento de suma importancia, un instante de complicidad que valía oro.
Cuando su madre pronunciaba aquellas palabras lo hacía con deleite, recreándose en cada sílaba, como si tuvieran el poder de parar el tiempo y dar marcha atrás. Atesoraba aquella peculiaridad de su hijo como si fuera algo extremadamente valioso, y Luis pensaba que, si la sacaba de su error, se pondría muy triste al comprender que no había hecho más que seguirle la corriente.
Así que Luis hubiera dado cualquier cosa por irritarse con los días de lluvia en que sale el sol, ponerse un poco de los nervios. Deseaba con todas sus ganas complacer a su madre, desprenderse de la incómoda sensación de ser un impostor. Pero por más que ponía todo su empeño, por más que se esforzaba, no lograba sentir absolutamente nada.
Y aquello a Luis le partía el corazón.
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Autor: Manuel Alcalde Herrera (Talavera de la Reina, España). Soy Licenciado en Filosofía por la Universidad de Granada, y poseo un Máster en Edición y otro en Formación del Profesorado.