Los pajarillos cantan inadvertidamente altísimos
atropellan la noche en su ambición lopusca
El tecolote ulula todavía
lambiscando los cráneos de la eternidad
los cardenales —la mano se vuelve lepra al escribir esta palabra—
regurgitan su esplendor purgando casi la marcha de sus alas
paladeando casi el sabor crema de la polio
como un augurio triste
una explosión errada
y un bostezo.
NOCTURNO DEL LUNÁTICO