No hace falta mucho para crear una película de cine negro: un cínico detective, una trama de asesinatos y corrupción… Y, por supuesto, la femme fatale, esa mujer peligrosamente atractiva que llevará al héroe a la desgracia. Lauren Bacall, Mary Astor, Barbara Stanwyck o Lana Turner son algunos de los nombres que nos vienen en la cabeza cuando se menciona este icono, repetido e interpretado hasta nuestros días. A pesar de las numerosas interpretaciones de esta figura, el debate sigue sin respuesta: ¿debemos verla como un icono feminista o más bien como una muestra de la misoginia de su momento?
Para empezar, debemos tener en cuenta que la literatura siempre ha contado la historia de mujeres que llevan a los hombres a la perdición, empezando por Eva en la Biblia. Pero el término en sí apareció a finales del siglo XIX, cuando empezó la fascinación por una serie de figuras literarias femeninas que usaban la seducción para salirse con la suya (a costa de los hombres); entre ellas Salomé, las vampiresas de Drácula o figuras históricas como Cleopatra. Tal interés se debe a ciertos cambios sociales que parecían llevar a una lenta emancipación de la mujer, y la inquietud que esto causó entre los sectores más conservadores.
Preocupaciones parecidas estaban en mente del gran público masculino cuando la femme fatale tuvo su apogeo en el cine. Ahora bien, este personaje no es más que la reproducción de un patrón presente a lo largo de toda la historia: la mujer es o bien dócil y obediente o libre y malvada. A principios del siglo XX, esta dualidad la encontramos en las ingénues y las vamps. Estas últimas, con Theda Bara de ejemplo, son consideradas las precursoras de la femme fatale. En los años 20 se intentaron conciliar ambas personalidades en la flapper (seductora y liberal, pero de buen corazón), como Clara Bow en It. Sin embargo, esta idea duró poco.
A finales de los años 30 y finales de los 40, muchas mujeres se replanteaban su rol en la sociedad y reclamaban mayor libertad y poder. Un posible cambio en el estatus quo escandalizó a una parte de la sociedad, lo cual se vio reflejado en las películas de la época, también en el cine negro. Ahora bien, si en películas de serie B, especialmente en las de género de ciencia ficción, se trató esto desde el humor y el absurdo, el cine negro supo dar salida a estos miedos con argumentos de calidad y personajes femeninos bien construidos.
Quizá nos podemos preguntar por qué precisamente cine negro y no cualquier otro género. Esto no es sino una respuesta por parte de la industria cinematográfica al clima de pesimismo imperante en Estados Unidos después de la Gran Depresión. Ante la tristeza y la desconfianza hacia la vida, había dos opciones. La primera era el escape y el entretenimiento, como el de la comedia romántica y musical. La segunda consistía en acompañarse mutuamente en este miedo; al ver que sus preocupaciones coincidían con las de los protagonistas, el público encontraba un medio de apoyo y comprensión. La oscuridad de estas cintas impactó especialmente a los críticos franceses; por esto, lo denominaron film noir.
Volviendo a la femme fatale, ¿cómo apareció en el cine? Aunque algo anterior a la época que nos concierne, Baby Face (1933, Alfred E. Green) se considera la primera en mostrar a una mujer fatal en la gran pantalla, pues la protagonista usa su atractivo para mejorar su posición social. El consejo de su mentor, inspirado en la filosofía de Nietzsche, resume a la perfección lo esperado de la femme fatale:
Una mujer joven y guapa como tú puede conseguir cualquier cosa que quiera. Porque tú tienes poder sobre los hombres. Pero tienes que usar a los hombres, no dejar que te usen. Tienes que ser el ama, no la esclava.
Ya entrados en la era del cine negro, hay varias femme fatale memorables. Quizá la primera en quien pensamos es Brigid O’Shaughnessy de El halcón maltés (1941, John Huston), que hará todo lo necesario para conseguir el preciado tesoro. Su trágico final (el detective Sam Spade la entrega) marca una constante de la femme fatale. Aunque goza de mayor libertad que otros personajes femeninos, casi siempre será castigada por ello. Después de Mary Astor vinieron otras icónicas como Phyllis Dietrichson de Pactos de sangre (Perdición en España, 1944, Billy Wilder) o Cora Smith de El cartero siempre llama dos veces (1946, Tay Garnett), ambas mujeres astutas que planean asesinar a sus maridos. Por otro lado, destaca Gilda en la ecléctica película homónima (1946, Charles Vidor). Esta fue la inspiración para Jessica Rabbit, figura que reivindica y simpatiza con la femme fatale. Con su “Yo no soy mala, me han dibujado así”, razona que es solo una pieza más en aquel engranaje de chantajes y engaños, por lo cual no se la debería culpar injustamente.
En los años 80 y 90, el arquetipo de la femme fatale resurgió bajo una perspectiva mucho más moderna. Además de la ya mencionada Jessica Rabbit, destaca Catherine Tramell en Bajos instintos (Instinto Básico en España, 1992, Paul Verhoeven) o Mia Wallace en Pulp Fiction. En la mítica escena del dinner, Tarantino deconstruye el estereotipo de la seductora devoradora de hombres en menos de un minuto. Cuando Vincent Vega pregunta a Mia Wallace si su marido tiró a un hombre por la ventana por hacerle un masaje de pies a ella, esta responde que nadie sabe el motivo de esto excepto los implicados, pero que “cuando los bribones os juntáis sois peores que un grupo de damas de la caridad reunido para coser ropa.”
Por lo tanto, ¿se puede decir que la femme fatale sea una figura feminista? No exactamente, pues tal y como hemos visto, es un producto del miedo ante la mujer empoderada. Sin embargo, esto no quita mérito a lo que supusieron en su momento. En un mundo dominado por hombres, la femme fatale era capaz de gozar de independencia moral y sexual y de ejercer su poder ante los hombres (aunque fuera usando su atractivo físico). Teniendo en cuenta la moralidad gris y ambigua del cine negro, eso ya es mucho decir. No es que las femme fatale sean peores que el resto de los personajes; son tan moralmente reprobables como cualquiera de ellos. Y, en cierto modo, demostraron al mundo que las mujeres son perfectamente capaces de luchar por conseguir sus objetivos.